viernes, 10 de julio de 2009

CARMEN , la cigarrera



Que Carmen la cigarrera es un mito-una leyenda, es tan cierto como que existió y siempre existirá el prototipo de la mujer fatal de voluptuosa belleza, infame y descarada que convierte a los hombres en “peleles”. El nombre inmortal de Carmen, corrió de boca en boca por Sevilla, sirviendo de inspiración a músicos y poetas que forjaron su leyenda. Triana se adjudicó su vecindario y le puso a sus pies, puente de plata, para que cruzara con garbo, su arrebatadora silueta, reflejándose en el río camino de la calle San Fernando. Carmen, abanderaba el morbo que 800 mujeres provocan, reunidas en las inmensas salas de la monumental fábrica (http://es.wikipedia.org/wiki/Real_F%C3%A1brica_de_Tabacos_(Sevilla). Los hombres hacían bulla para verlas entrar, mientras ellas, valedoras de sus encantos, despedían a sus pretendientes y esposos en gran algarabía digna de contemplar. En los días tórridos del insufrible verano hispalense, Carmen no escatimaba la menor reserva en aprovechar la tolerancia que les autorizaba a este particular harén, a desnudarse a su comodidad, dada la insoportable atmósfera en la que trabajaban desde junio a Septiembre. La sensualidad de sus apretadas carnes de bronce bruñidas por el aceite del sudor, dejaban sus encantos a la plena vista, luciendo vertiginosas curvas de sus hombros, pechos y espaldas, en una paradisiáca exposición reservada sólo a las deidades. (casi todas trabajaban con el torso desnudo, con una simple falda de tela floja por la cintura y con frecuencia recogida hasta la mitad de los muslos. El espectáculo, no obstante, era de lo más variado: mujeres de todas las edades, niñas y viejas, jóvenes y menos jóvenes, obesas, gordas, delgadas o descarnadas. Algunas estaban encinta. Ciertas daban de mamar a sus niños. Otras no eran todavía núbiles. Había de todo en aquella multitud desnuda, excepto vírgenes, probablemente. Incluso muchachas muy lindas.) Carmen, sin duda, descollaba, como la más insultante de las bellezas, desafiando la rebeldía de su exuberante cabello azabache, hora punzándolo con horquillas, hora, trenzándolo sobre el pecado de sus hombros, otrora recogiéndoselo en grácil moño para resaltar la esbeltez de su cuello. Cuando Carmen le clavaba la hoja afilada de sus profundos ojos negros a alguna compañera, la furia se desataba como un trueno que anuncia la tormenta y todo el personal se acorralaba expectante para asistir al excitante duelo entre dos cigarreras. No era de extrañar, que Carmen con su innata sensualidad y el poder intrínseco de su artes mágicas, perturbara el espíritu y la mente de los numerosos galanes que la pretendían, entre ellos –como no podía ser menos- el novelesco personaje de un sargento, que se dice perdió la cabeza por su amor, ante los constantes devaneos de la diva y su posterior encaprichamiento con la figura de un torero de época, llamado Escamillo. En el fragor de las calendas de julio, en estos días próximos a su festividad, el mito de Carmen, pasea por las solitarias calles de Sevilla, musitando las glorias de una mujer de escándalo, que dejaba al pasar un aroma a clavel y puro habano. Poniéndole rostro a un apasionante imperio de amazonas que tuvo su reino en la fábrica de Tabacos, donde aún permanecen a la espera para verlas de salir por la calle San Fernando, sus incondicionales súbditos.

domingo, 5 de julio de 2009

"Despiertate, Catalina" que Jesucristo te llama...

Se Dice que era una tradición consolidada en Sevilla, ver a estas mujeres que habían consagrado su vida a la castidad –sin necesidad de voto- y servían a Dios fuera de los conventos. Vestían hábito religioso sin distinción de pertenecer a ninguna orden o compañía. Era común a todas ellas que vivieran recogidas en sus propias casas o en los “emparedamientos” voluntarios. Por encima de su carencia de medios económicos –llámese dote- no era la pobreza extrema únicamente, la causa que les impedía acceder a la vida monástica, sino también su propia manera de entender la religión, incompatible con las reglas y las normas y reacias a toda disciplina. Se dice que la mayoría de estas mujeres optaron por la castidad, como vehículo de purificación, practicando la virginidad o rehusando a un segundo matrimonio, ya que muchas de ellas eran viudas.
Cuentan las crónicas del siglo de oro, que la proliferación de estas beatas, no fue más que una consecuencia de la religiosidad que vivió Sevilla desde del siglo XVI, adquiriendo la proporción de auténtica histeria religiosa en la ciudad a comienzos del siglo XVII. Entre estas mujeres, descolló, Catalina de Jesús, una beata de 30 años con escasos medios materiales y económicos y no menos capacidad intelectual y teológica, que abogaba por una simplicidad religiosa que disfrutaba en libertad de movimientos y expresión, hasta que a comienzos del s. XVII ,la inquisición sevillana, tomó cartas en el asunto y procesó y condenó, la secta liderada por Catalina.
Catalina de Jesús era una mujer errante, limosnera, solitaria aunque formara parte de una comunidad esporádica. Según se desprende de sus interrogatorios, Catalina daba un perfíl charlatán y autocomplaciente , probablemente más cercano a la picaresca que a una santa o mística como se la consideraba entre sus correligionarios . Catalina de Jesús fascinaba al vulgo con sus excentricidades, entrando en éxtasis para hablar directamente con Dios o con la Virgen e imprecar los favores y gracias de las ánimas del purgatorio. Ganaba los espíritus ingenuos, atreviéndose a predicar y jactándose de poseer dones proféticos.
En el solemne y distendido Auto de Fe, celebrado en las gradas de la Catedral el 29 de noviembre de 1.624, Catalina confesó sin pudor: "que tuvo trato y comunicación con cierto sacerdote con quien se encerraba de ordinario, dejando muchos días de fiesta de oír misa y él de decirla por estarse juntos y daban por disculpa que no los obligaba el precepto, por estar embebidos en el amor de Dios. Y entrando en una ocasión cierta persona en su aposento y hallándolos en la cama desnudos, el sacerdote fingió no ser él, sacando la lengua y haciendo visajes y ella le decía que era el demonio que la venía a tentar", y con la arrogancia que le caracterizaba, intentó convencer al testigo de que ella había llegado al estado de perfección y aunque les hallase así en la cama no era pecado mortal. Su relación carnal con aquel sacerdote estaba impregnada de símbolos religiosos: "y el sacerdote la comulgaba todos los días y después la babeaba la boca con la suya, diciendo que recibiese el amor de Dios".
Como vereis, han tenido que transcurrir poco menos de cuatro lustros, para reparar en que poco a cambiado la situación en nuestros días. Aunque ya afortunadamente hace muchos años que no existe la Inquisición (o mejor dicho, que no ejecutan sus procesos en autos de fe públicos), no por ello sentimos escalofrío al pensar en su manera de actuar y sobre todo en el nombre de quien lo hacían. Sí podemos observar la huella de estas mujeres descendientes de las antiguas “Beatas” del siglo XVI, que continuan prestando sus servicios de delirantes visionarias, a través de la quiromancia y el santerismo, esta vez cómodamente sentadas a la mesa de camilla de su casa o asomadas a las cutres pantallas de las televisiones locales, mostrando el número de enganche que aparece en el televisor o recabando mensajes al 7¬¬___
Nota.- Las beatas eran pobres de solemnidad. Sus inventarios testamentarios lo delatan y lo prueban. No necesitaban hacer voto de pobreza. La beatería era un medio de salvar aunque fuese momentáneamente la miseria material recabando la caridad ajena, tanto la privada como el patrocinio social, y para satisfacer las ansias religiosas de una ciudad cada vez más obsesionada por los asuntos relacionados con el más allá. La vida material cotidiana de aquellas mujeres se manifiesta en la humildad de sus bienes: andaban de acá para allá vestidas con hábitos de estameña o lana torcida, generalmente franciscana, cubiertas sus cabezas y hombros con tocas o mantos también de lana, basquinas frailescas -una túnica o saya desde la cintura al suelo, cuya parte inferior tenía mucho vuelo-, alguna que otra camisa y un par de servillas para los pies, dispuestos a tanto caminar en busca de una limosna a cambio de una oración. Sus ajuares caseros, viviesen en sus propias casas, o acogidas por el favor de algún devoto, eran tan austeros, sobrios y pobres que se reducían a lo imprescindible. Posiblemente esta pobreza les impedía ingresar en un convento, donde exigían elevadas dotes.

fuente: http://personal.us.es/alporu/histsevilla/clerigos.htm

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