lunes, 30 de agosto de 2010

Los hombre que no supieron decir: "lo siento"

Hay que tener mucho cuidado con lo que se escribe, porque también la tinta emborrona y en la vida cuando se trata de juzgar a las personas o colectivos, es muy posible que ciertas afirmaciones produzcan el efecto “bumerang” que suele golpear a los autores en sus partes más nobles. Así como hay mayores de 70 años a los que por su aspecto y manera de proceder, nadie podría considerar como ancianos (de estos no hablamos), constituyen un hecho constatado por las autoridades de la salud y las estadísticas que confirman una media de vida superior a los 80 años, también hay viejos prematuros de todas las edades y otra –clase de personas de edad imprecisa- que nunca han tomado verdadera conciencia de la edad que tienen. Dejaremos a los expertos que escriben sobre esta materia y obtengan pingues beneficios con los “best Sellers” que se endosan, prestigiosos psicólogos y terapeutas empeñados en enseñarnos la quimera de los sabios. Nosotros vamos a analizar a los hombres y mujeres mayores –hoy nuestros padres y abuelos- que no fueron únicamente queridos y respetados por sus hijos; empero que han vivido el resto de su existencia ajenos tanto, a la calidad humana como a los logros personales y profesionales reconocidos por las respectivas sagas que han presidido bajo su patronazgo. Volvemos al seno de esa familia de la década de los años 50 (huelga decir del siglo pasado, aunque parezca increible), nos centrábamos en la figura del hermano mayor (alto, guapo y listo –aunque no inteligente-), el que estrenaba libros de texto, traje de Domingo de Ramos y modelito de primera comunión; el que era distinguido en el colegio de los Padres…con bandas y diplomas; el que gozaba el privilegio de primi-nieto; primi-sobrino; y lider de todos los primos-hermanos Todo era tan armonioso y feliz en el seno de la familia bendecida por el primero de los hijos, que los padres se relajaron y nació entonces el “segundo”(que niño más mono..¡que gracioso!), pero cómo llora el condenado, todo lo contrario que el primero: nervioso, inquieto, tragón. El “segundo” más que con un pan bajo el brazo, vino con una machota para romper la pax conyugal en todos los sentidos (los niños entonces, eran para las madres y los maridos ejercían su derecho al descanso nocturno por la gula concedida como cabeza de familia y la sacramental de su puesto de trabajo). Comienza la cruda competición, el “mayor”, estaba ahí, había llegado tres años antes, tenía exquisitamente labrada su parcela afectiva, todo lo contrario que el “segundo”, que asistía perplejo a las muestras de cariño que le dispensaban al hermano y se tiraba literalmente a los brazos del pariente para llamar la atención –seguidamente- ponía en peligro cualquier cacharrería que se encontrara a su paso. Tiene mucho que contar y decir las peripecias sufridas por ambos hermanos en plena crueldad de la infancia (el mayor por la responsabilidad adquirida y encasillada de demostrar y parecer ser cuasi perfecto en la guerra odiosa de las comparaciones y el segundo, por el trauma psicológico que supone vivir a la sombra y llamar la atención a base de pataleos y travesuras, que no por los méritos propios que le fueron obviados.) Y vdes., se preguntarán: ¿Qué culpa tuvieron los mayores de 70 años en tales procederes?...Pues mire Vd., no diré que tuvieran toda la culpa, por que demasiado hicieron ya con sacarnos adelante en tiempos tan difíciles. Pero hoy cuando veo a un anciano deprimido, traicionado por su propia mente (que no demencia), abandonado a la suerte de que un hijo, le coja las manos, le bese con ternura, le extraiga una sonrisa en la reserva de su corazón y le haga saltar las lágrimas en sus ojos nublados, me conduelo profundamente al pensar que una sóla palabra un gesto, podría haberlos sacado del estado de postración en el que se hayan sumidos. Perdonados y en gracia de Dios –bien lo saben- que están, porque al fin y al cabo, ser padres es: Estar ahí –como ellos están- presentes. Pero a veces me pregunto, lo que hubiera supuesto en su día, tanto para el primogénito como para el“segundo”, escuchar de sus labios –puro amor de madre- la frase épica: “hijo mío, qué orgullosa estoy de ti”. ¿Habrá mayor compensación económica o afectiva en la vida que escuchar eso?. Afortunadamente algo hemos avanzado en nuestros días conforme a la expresión de los sentimientos.

2 comentarios:

  1. Afortunadamente no conozco ningún caso como el que comentas.
    Seguramente lo habrá habido y siguen existiendo hoy, pero entiendo que no es achacable a la edad si no más bien a la defectuosa forma de ser de las personas.
    Ca uno, es ca uno; como decía aquel.
    En la senitud hay de todo al igual que en cualquier edad por eso mi teoría de que hay viejos que son excelentes personas y otros que seguramente se habrán ganado a pulso su soledad.
    En fin, la vida.
    Un abrazo

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  2. Relatas la vida de dos hermanos que conozco...demasiado bién, pero no comento más, porque ésa historia dá para una entrada. Saludos.

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