jueves, 14 de octubre de 2010

La Dama del "tizón"

Antes de que Doña María entrase en Sevilla, sus correligionarios partieron a advertirle de los peligros que corría, asi como de los macabros sucesos que habían acaecido sobre su hacienda y matrimonio durante su ausencia. La leyenda del asedio sufrido en la persona de Doña María Coronel por parte del Rey, corrió de boca en boca por el pañuelo de esta ciudad de la “confusión y el mal gobierno” . El pueblo de Sevilla, temiendo la crueldad con la que el monarca impartía su justicia, pero cautivado por las virtudes y entereza de la egregia Dama, le ofreció asilo y selló sus labios sobre donde se encontraba su paradero. Los monjes Basilios que tenían su convento cerca del Palacio del conde Pumarejo la acogieron a Sagrado, dada la firme voluntad de Doña María de ingresar en una orden religiosa. Pero las esbirros del rey acechaban cada rincón y estrechaban el cerco dia a día. Una noche, Doña María coronel huyó bien escoltada hacia el convento de las Clarisas, cerca de la Puerta de goles a orilla del Guadalquivir, pero los ojos del Rey nunca descansan, ni hay torres ni muros que se resistan a una bona bolsa de plata. Así llegó a oidos del cruel monarca, que Doña María, había tomado los hábitos de Santa clara y habitaba el susodicho convento.



La piadosa novicia, convencida de la inminente presencia del Rey, rogó a su superiora que la enterrase viva en el jardín aledaño al claustro. Pedro I, no tardó en hacer acto de presencia en el convento, rodeado por su guardia real, la cual hizo un exhaustivo registro por todas sus estancias y dependencias. Dado que el registro resultó infructuoso, el Rey amenazó con volver, no sin antes culpar de alta traición a cuantos conocieran el paradero de Dña. María o le dieran complicidad o encubrimiento. Pasado el peligro, las monjas en presencia de la madre abadesa, contemplaron atónitas que en el sitio donde había sido enterrado la novicia, creció –como por ensalmo- la hierba fresca. Rescatada Doña María coronel de tan pavoroso escondite, manifestó a la comunidad su expresa voluntad de no querer poner a sus hermanas en tan apretado riesgo: “Si es voluntad de Dios, iré por mis propios pasos y sin ofrecer resistencia, me entregaré al Rey”.

-puede que esta otra fuera la respuesta obtenida por parte de la Superiora: “No es preciso que os entregueis, el Rey, vendrá de nuevo por vos y sabreis actuar en consecuencia, de acuerdo con la voluntad del altísimo”. Así fue como Doña María Coronel, espero el definitivo lance del Rey, amparada en la voluntad de Dios y una fe y entereza inquebrantable. Mientras Don Pedro I- prometía a Doña María, todo el poder y la gloria de un trono, si accedía de buena voluntad a la razón de sus obsesivos amores, la virtuosa Dama, premeditadamente , asía con todas sus fuerzas un perol de aceite hirviendo y lo derramaba contra su cara y sus manos, que quedaron al punto desfiguradas con estrépito.



El Rey, cayó consternado y preso de tan inesperado suceso, huyó despavorido de la escena. El hecho, circuló por Sevilla a velocidad de vértigo; y la fama de doña María coronel fue envuelta con aromas de santidad por toda la ciudad. Temeroso y cobarde ante Dios, más que sinceramente arrepentido, el Rey procuró deshacer sus agravios con la promesa de devolver a doña María el señorío de Gibraleón y sus haciendas en Sevilla, pero la “Desfigurada Dama” solo aceptó que volviera a otorgarle escritura sobre su antigua propiedad, para fundar en ella el hoy convento de Santa Inés –aledaño a la parroquia de San Pedro- en la actual calle que lleva su nombre. Desde allí ha llegado a nuestros días su cuerpo incorrupto ó momificado, expuesto a la veneración o curiosidad de los fieles o profanos que deseen visitarlo. Entre las sombras de tan patética visión, se esconden los visos de su malograda historia convertida en leyenda de Sevilla para la eternidad. Cada 2 de Diciembre, se puede contemplar su cadáver, expuesto en una urna en el trascoro del Convento de Santa Inés. (bien producto de nuestra imaginación o por puro milagro, incluso se le pueden ver las cicatrices que produjo el aceite hirviendo en su cara).


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