viernes, 19 de noviembre de 2010

El Chino de mi barrio, es particular...

Agueda, es la propietaria de dos bares de mi barrio. Uno de ellos es el típico, café-bar convencional, de parroquianos y el otro, una cafetería, confitería, salón de té –magníficamente decorado, estilo mudéjar emulando la “alhambra”. Con el primer bar, Agueda –a fuer de trabajar más de doce horas y no cerrar los sábados, domingos y fiestas de Guarar- amasó fortuna, gracias a su sacrificio y su buen olfato como inversora en bienes inmuebles. Cuando Agueda llegó a cierta edad, que muchos consideran incierta (entre los 50-60 años) y en plena facultades físicas y mentales (Agueda es una persona emprendedora, autodidacta y enamorada de su trabajo y la atención al público), seguramente apremiada por el ultimátum que le expusieron sus hijos en el sentido de no colaborar más con ella al frente de los bares, habida cuenta que gozaban de  propia independencia laboral y económica y ella misma no tenía otra necesidad que la mera vocación para seguir al frente de los negocios, Agueda puso en alquiler ambos establecimiento y se dedicó a gozar de las rentas que le ofrecía su bien merecido patrimonio. El bar convencional, se lo alquiló a un vecino del gremio de hostelería: “Miguelito, el gordo”. Al principio, “el Gordo”, regentaba el bar (que siempre funcionó como la seda) de manera solícita y entregada, aportando una carta de “montaditos” que hacían las delicias de la clientela y abarrotando la terraza en verano con sus deliciosos caracoles. Pero poco a poco se fue apagando la ilusión del “gordo” –no acostumbrado a trabajar más de ocho horas seguidas y traicionado por su verdadera pasión: la pesca, afición que regularmente le hacía dejar el negocio en manos de los empleados. Así “el gordo” comenzó a cerrar en las horas muertas del bar así como a imponer a la clientela, la costumbre de echar la persiana del local,  pasadas las 11 de la noche en invierno. La variedad de sus famosos montaditos, se fueron cayendo paulatinamente de la carta y sus especialidades no mantenían la regularidad demandada por los clientes. Los incondicionales de dicho bar, considerado como el bar de andar por casa de la vecindad –entre broma y en serio- promovimos la campaña de recomendaciones y quejas hacia la actitud que estaba mostrando nuestro querido “Miguelito el gordo”, aconsejándole siempre, que esas no eran "maneras" de llevar un negocio que había sido todo una institución, en cuanto a lugar de convivencia, encuentro y celebraciones caseras del vecindario.  Pero el “gordito feliz” siguió en sus treces, desatendiendo cada vez más la fama y clientela del local, hasta llegar a la situación actual, que lo sume, en un deprimente ambiente de abandono, donde sólo acudimos los incondicionales herederos de Agueda, guiados por la nostalgia del cafelito de la sobremesa y la guasa sana de poner “al gordo” como los trapos…

A todo este relato, sucede, la recién apertura de un “Bazar Chino” al lado del referido Bar, que a dos meses de su inauguración se ha convertido en lugar de peregrinación del barrio, con éxito clamoroso de crítica y público, lo cual se traduce en pingues ventas. La parejita de jóvenes chinos que lo regenta, se ha ganado al personal, por su simpatía, amabilidad y buen servicio (virtudes todas procedentes de la disciplina y talante oriental. ). Mientras que nuestro amigo “Miguelito el gordo”, abre solo el bar, para los desayunos y el café de por la tarde, habiendo sustituido el tanque de salmuera por botellines para abastecer a los Rumanos, afro-portugueses y cubanos que dan de mano de obra barata en la construcción, nuestros amigos del Bazar Chino, se afanan y desvelan por abastecer nuestras necesidades, tomando nota hasta de los pedidos nuevos que nosotros mismos les solicitamos. El otro día observando el distendido ambiente que se respiraba en el Chino, protagonizado por la algarabía de mis alegres comadres en comunión con las carcajadas afines de los amigos orientales y una muchacha rumana que parece haberse criado en Triana, me contestaba a mí mismo, que esto sí que era verdadera “alianza de civilizaciones”…pero –ojo al dato- cada vez existen menos Aguedas en los barrios y más hacendosos extranjeros.

2 comentarios:

  1. Los chinos de los barrios dan para muchas historias. La tuya es un claro ejemplo.
    Todos tenemos un barrio y todos tenemos un chino en él, seguro.

    Un abrazo.

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  2. Antonio, así nos luce el pelo. Después nos quejamos pero la verdad es que son mucho más emprendedores que noosotros.
    Un abrazo

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