martes, 29 de marzo de 2011

Fiesta de la Primavera

La resignación es una extraña sensación de impotencia que se va haciendo habitual, cuando nadie remedia la libertad disfrazada de libertinaje. Cuando nuestros jóvenes celebraran su particular “fiesta de la primavera”, multitudinaria convocatoria que se extiende como la pólvora a chispazos de sms, la sangre quiso sumarse al ideal de Demeter sin reparar en que el dulce caldo de Baco, convierte al cordero en fiera y el sueño de la sinrazón produce verdaderos monstruos. Que algo funciona mal en la sociedad del bienestar es tan obvio, como el hecho de que más de seismil criaturas ocupen el “charco de la pava”-como calle elinfierno- sin medidas de control y seguridad alguna. Que corra el alcohol de garrafa escanciado en los tanques de plástico duro, tiene el pase solidario de olvidar las penas y celebrar lo aprobado, siempre que el espíritu no alcance el más allá del coma etílico, metiéndose por el cuerpo toda clase de estupefacientes o pastillas de diseño. El saber estar de la mayoría de nuestros jóvenes, se confunde con el malestar de los que nisiquiera saben convivir en condiciones normales y aprovechan el estado de gracia de los demás para cometer sus fechorías. Carroñeros, ilusos y descelebrados que merecerían la pena o la suerte de habitar los antiguos manicomios, actúan deliberadamente a esa hora fatal en la que la fiesta se convierte en tragedia –instinto básico e irracional que arrastra a una persona a cometer actos dignos de alimaña. No necesitan causa ni motivo aparente, actúan con impunidad, no existe móvil alguno, sin previa amonestación ni aviso, el energúmeno procede –esta vez- a pinchar las ruedas de los vehículos que encontraba a su paso. La víctima no tardó en fijar los ojos en las ensangrentadas pulilas de la fiera, quien sin más- le asestó una puñalada en su pecho de 24 primaveras-. Se acabó la fiesta, aqunque la aplastante mayoría no reparara en el verdadero alcance de la tragedia. La piedad de un joven descompuesto con su primo en el regazo, se abrían paso –entre la multitud por la calle de la amargura- no había acceso para la ambulancia, todo era confusión en el “charco de la pava” convertido en reguero de sangre. La policía sólo podía hacer sonar sus sirenas impotentes. Llanto y desolación ahogados en un mar de algarabía. Las autoridades condenaron el hecho; dieron el pésame a la familia del chico e hicieron la correspondiente rueda de prensa. Palabras manidas que se las lleva el viento y esa extraña sensación que nos queda a todos: algo va mal y lo malo es que no sabemos o no conviene ponerle remedio. ¿Resignación?

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