jueves, 6 de diciembre de 2012

Oh, triste Navidad

Me lo contaban los hombres tristes “borrachos y melancólicos que lloran a la luna llena”; me lo decían las lenguas que buscan amores de urgencia jugando al azar. Lo intuía en los niños impávidos que empuñan armas o en los rostros perplejos de los padres separados entregando a sus hijos al dictado de una decisión salomónica. Pero ahora lo he visto en la calle, a la hora de los sustos, cuando el ejercito famélico de la necesidad, rebusca en los contenedores excedentes de miseria. En mi ciudad que es la de todos, el portal de Belén, se ha convertido en el “umbral de la pobreza”, al que se asoman pastores de carne y hueso, familias enteras que no tienen nisiquiera un techo, do cobijarse. Las cifras son escalofriantes; cantan las sirenas el consuelo de tontos, aduciendo causas de globalización procedentes de los más poderosos; pero el villancico de la alegría, se ha tornado en campanilleros tristes que llaman a las puertas del rico avariento. A todos nos queda el consuelo de saber de quien es ese Niño vestido de blanco que no conoció las luces y los adornos del consumo. El chiquirritín que va a nacer entre pajas ¡ay! –queridito del alma de los que sufren- de los más desfavorecidos…en Belén no había campanas, sino estrellas de cielo raso que anunciaron a los pastores la gloria del que iba a nacer como los que duermen en la calle al lastimero amparo de cuatro cartones. Oh triste navidad de los belenessoberbios; de los grandes portales mecanizados; de las suculentas mesas donde no faltan manjares exquisitos. Qué triste vestirse de gala para celebrar un amor recompuesto por los restos de tantos amores rotos. Nuestros hijos lo saben desde el recuerdo de aquellos nacimientos de barro y paja; desde aquellas navidades humildes de copas anchas donde se brindaba por la labor de la familia unida e indisoluble. Ahora suspiran –Oh triste navidad- por un mundo donde dicen que todo el mundo tiene derecho a ser Feliz y rehacer sus vidas, aunque la Felicidad sea el deseo de una quimera y el remedio, peor que la enfermedad. Yo no quería creérmelo, nunca pensé que la Navidad fuera tan triste, pero llamó este año a mi puerta, tocando las fibras más sensibles, como ha hecho toda la vida, pero esta vez …no hay ganas de celebrar nada que no sea el nacimiento de un NIÑO, en el umbral de la pobreza. Un Niño, que cuando casi todos crean que está Muerto a sus treinta y tres años, resucitará al tercer día, para recordarnos que es el Camino, la Verdad y la Vida.

martes, 4 de diciembre de 2012

Al pavo, pavito, pavo...

 
 
Por estas fechas, Paco el impresor, traía al corral un hermoso pavo de plumaje negro, el cual amarraba a la baranda del corredor para delicia de los niños, antes de ser sacrificado para la cena de NocheBuena. La Fernanda, que era muy apañada para la “matanza”, por haber participado, desde pequeña, en las que se llevaban a efecto en su pueblo de Olvera, accediendo a la petición de Rosario “la chiquetita”, procedía la mañana del día 23 al rito del sacrificio, desatando al pavo y dándole de probar una miga de pan rebañada en sus propios excrementos, porque decía que esa ceremonia, traía mucha suerte. Después trasladaba el ave a la azotea –lugar escogido para la matanza- entre el delirio de la chiquillería y la expectación y curiosidad general. La Fernanda ataba las patas del pavo, asistida por Paquita –su suegra- que colocaba el lebrillo a la altura de la cabeza del “animalito”, para recoger la sangre, mientras que la nuera, inmovilizaba al pavo entre sus piernas, dejando expedito el gañote. Seguidamente con un cuchillo de sierra, debidamente vaciado, procedía sin vacilar a rebañar el pescuezo de la víctima, que se defendía con grandes espasmos, mientras corría el caudal de la sangre a borbotones (cosa más desagradable). He aquí que, cuando el pescuezo del pavo, colgaba del hilo de su pellejo, el estruendo de un petardo, hizo caer de espaldas a la Fernanda y saltar al pavo, que salió revoloteando como una exhalación camino de las escaleras. Ante los gritos y estampida general, acudió el DeoGracia (hermano soltero de Pepita la de los jamones) que en un intento de coger al pavo, resbaló con el reguero de sangre y fue a parar rodando hasta los pies de Josefina, que venía por el pasillo con su baño de cinc cargado de ropa para hacer la colada y se dio de bruces estrepitosamente con la estampida, rodando por las escaleras con tan mala fortuna, que se fue a estrellar en el descansillo del principal con María Montero, la cual procedía a verter en las letrinas, la escupidera de porcelana que portaba a rebosar, derramando el consabido caldo viscoso con tropezones en la maltrecha cabeza de Josefina. Mientras tanto, el pavo, seguido por la turbamulta corría desangrándose camino del patinillo, donde se coló en casa de la Perona que al toparse con tan espectral visión, cayó al suelo desmayada por el susto, empapando con su espectacular salto de cama el charco de sangre estancado en el suelo, a todo esto, el marido de la Perona que salía al quite, cubrió al espantoso animal con una manta, hasta reducir la fuerza de gravedad que le quedaban a los estertores de la muerte pavorosa. En esos momentos Guaditoca –la portera- subía las escaleras pertrechada del inseparable cubo de la fregona lleno de agua sucia cubierta de legía, maldiciendo y difamando como una posesa tan descomunal gamberrada, así como los cuantiosos daños que había ocasionado el estropicio: “yo me via cagá en la puñetera madre del niño que ha tirao er petardo…mardita sea su estampa y los calastros que le dieron a mamar…”. El suceso vivido en el corral, corrió como la pólvora por todo el barrio, lo mismo que la botella del agua de azahar, el alcohol de curar y los algodones para reanimar a los damnificados. Aparte del pavo, no hubo que lamentar víctimas mortales.

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