viernes, 7 de marzo de 2014

Tercer día...entre cenizas

..¿quienes son mis hermanos?

En todos los tribunales hay un dedo acusador que señala con rostro estreñido y despechado a los que son considerados “don nadie”. El peligro de un “don nadie” estriba en el Silencio, silencio mantenido con la mirada fija, hacia el vacío: ¿Eres tu el hijo de Dios...el Mesías...el esperado?. La verdad calla, porque su lengua es tan larga como la serpiente y su veneno, letal para los intereses del estado. He aquí el hombre atado, con la soga al cuello, igual que ayer, en pleno siglo XXI, compareciendo ante el tribunal de los dedos acusadores, en el centro de los tres poderes: político, militar y religioso. En el albor de una nueva primavera, el hombre tiene que morir de los distintos golpes con que la gubia da forma a la madera. Rodeado de sus amigos, celebrando la Pascua, partiendo el pan de su cuerpo y dando a beber el cáliz de su sangre. La traición, está sentada a la mesa con la lealtad, comen del mismo pan, beben del mismo cáliz. La lealtad permanece quieta, sujetada por el miedo y la ignorancia, pero la traición es inquieta y duda y se remueve hasta salir huyendo presa de su misma excitación: “Lo que tengas que hacer, hazlo ya”. No hay huerto claro en la noche, ni madura el limonero bajo la luna, la densa atmósfera de plata la ponen los olivos. El “don nadie” manda vigilar a sus hermanos...¿quienes son mis hermanos?...¿que he hecho yo, para que me desprecies...acaso crees que pediré cuenta de los bienes que me has arrebatado, siendo tu, carne de mi carne y sangre de mi sangre?, la deshonra ofende más al dedo acusador, que al ofendido. El odio no es más que la impotencia que siente el orgullo, cuando escucha la verdad. No huyas, que el camino de la huida lleva a la horca; espera que cante el gallo hasta tres veces y después llora, sino de amargura, de arrepentimiento. No importa que me niegues, que me abandones cuando llegue la hora de la verdad; que sientas ese miedo tan humano, como las palabras del santo evangelio, que te escondas como el cobarde que todos llevamos dentro. Lo que importa es que vivas en paz; ¡baja ese dedo acusador!....no sirvas más a ese Dios al que tanto temes; olvida el castigo que amenaza a tu conciencia con arder en las llamas del infierno; no des fraternalmente la Paz, cuando te lo ordenen en la frialdad de un templo; sal a la calle, busca a tu hermano, ese “don nadie” que tiene la lengua tan larga como la misma verdad y abrázalo, porque una palabra suya bastará para sanarte.


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