sábado, 28 de junio de 2014

Cine ESPERANZA



“El picaito” ó “el comepipa”, llamarlo como querais, que este cine tiene nombre de Reina, la reina del barrio donde estaba ubicado; entre el “espumarajo” (según Sevilla) y San Gil. En la estrechez de la calle San Luis, donde después se erigio el imperio de Muebles Macarena, cuyos dominios se extendieron por todo el “espumarajo” y donde toda Sevilla y provincia y parte del extranjero andaluz y extremeño, vino a comprar los muebles bien terminados y a plazo. El Cine Esperanza –“el picaito, o el comepipa”- como quieras llamarlo,fue toda una leyenda; un mito del costumbrismo callejero; más que un cine de barrio, un cine de vecinos que endulzó la dura vida desde la posguerra hasta los confines del franquismo. ¿Qué no lo conoces…no te acuerdas de él?...pues dile a los mayores de cuarenta años o menores acompañados de cincuentones como un servidor, que te cuenten: ¡verás que arte!. Era como un escenario donde cantaba El Pali y nó desde su Postigo, sino desde el Arco de la Macarena y nó precisamente sus gloriosas sevillanas, sino la gracia de la gente en estado puro con olor a humanidad de corrales. Era como un cine de verano pero con techo y un patio de butacas de madera que palilleaban con más angel que “Juana la macarrona”. Allí se escuchaba de todo, menos la película: el pedo insolente que levanta pasiones ; el “echate payá” que luego se convirtió en legendaria frase con nombre de bar; el bofetón al atrevido; el Vd. Dispense, que voy a pasar con su abucheo correspondiente; el baja la cabeza que no veo y hasta se podía mascar el aliño de brillantina con agua de colonia a granel que se compraba en las quincallas por cuatro perras. Por cuatro perras, ibas al Cine Esperanza, donde la diversión estaba garantizada mucho más que el éxito de la película en sí. Ríete tu de los colosales cartuchos de palomitas de los multicines e ahora, comparado con el soberano “clicleo” de los cartuchos de pipas que nos comíamos allí…¿y los acomodadores..donde están los acomodadores?; pues en el Cine Esperanza los había, con su linterna de niquel y sus guerreras blancas de gran almirante o catunambú, que te buscaban hueco en el abarrotado patio en lo mejor de la película y si le dabas –dos reales- como se le ocurrió a mi tía Concha una vez, echaban a los “gamberretes” que ocupaban las mejores filas, para cedérselas a las personas mayores. Y todo eso, porque aunque eran tiempos difíciles, había algo tan hermoso como el RESPETO. Cuanto daría por una foto del “picaito”, por una instantánea de su fachada o cartelería, estoy seguro que alguien por ahí, la guarda, como yo, en lo más profundo del corazón, junto con sus mejores recuerdos. Porque este Cine Esperanza; “el picaito ó el comepipas” como queramos llamarle, se merecía un monumento.

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