Habías mirado el reloj para frenar la arena del tiempo, eran las 16 y 20 de la tarde. Tarde de un siglo de oro que se enmarcaba bajo el medio punto del Paraninfo. La egregia Fama tocaba la trompeta del silencio reservado a la atención de los dioses. Dios sereno y bañado por la luz de miel que tanto alumbró los mantones de las viejas cigarreras. Dios dormido en la cruz donde la Buena Muerte, sueña con la vida eterna. Divino ignorado que hace llorar por dentro y exhalar por fuera suspiros de admiración. Eran las 16 y 20, exactamente la hora en que la perfección se hacía silueta recortada en el delirio azul de la Alcazaba y todo aquel que la miró, notó la unción de semejante dulzura. Entre la tiniebla de los cuatro hachones, la vida se preguntaba, aquello que diría el poeta: ¿esto de tu Cruz es muerte?...yo quiero morir contigo, pero la tarde perfumada de incienso, alargaba su sombra hacia el beso oferente de cales y balcones, buscando entre silencios el monte de un calvario. No lo había, no puede haber calvario ni calavera, donde el morao del lirio se hace espesa ladera para reposarte. Se paró el tiempo, miraste el reloj y era la misma hora – 1620 - la tarde del mismo siglo que se hizo eterna, desde que espera ver Tus ojos entreabiertos, despertar a la luz en cualquier momento del Martes Santo.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
viernes, 21 de marzo de 2014
lunes, 17 de marzo de 2014
María de los Dolores
María
no podía tirar de su alma; los Dolores habían llegado a tensar la
elasticidad de sus brazos; el arco de sus vértebras se quebraba
entre nervios y articulaciones destempladas y las manos sarmentosas,
no alcanzaban a la corpulenta flacidez de las extremidades
inferiores. ¡Que pena!, sollozaba ante la imagen de su Virgen,
apenas puedo calzarme las medias. Menos mal que tus Dolores son mis
penas y tus Penas mis dolores ¡Madre mía!, que guapa te veo...te
miro y me siento, siempre joven, alegre, cariñosa, como esa mocita
de barrio que iba a verte al oratorio de la fábrica, cuando nadie
imaginaba la grandeza que alcanzarían tus Dolores. Entonces eran
Dolores gloriosos en las postrimerías de temporada del cine de
verano -Casablanca- y velá de las pobres guirnaldas de bombillas. La
última cruz de mayo de los niños del Cerro, que vendiendo botellas
y periódicos, contrataban una banda de música llamada de postín
para presumir por la feligresía de incienso y cera y tomarle el pelo
a los naranjos con moñas de jazmines en los roetes de las abuelas.
Cuando no puedo más con mi cuerpo, me traes la Navidad a la mesa,
para que los siente a todos en esa familia que dejó de verme, para
que siempre los recordara como niños; mis niños hecho hombres, que
hoy me traen a los niños que nunca dejaron de ser, para que disfrute
de mis nietos. El frío de enero y los vaivenes de “febrerillo el
loco”, lo paso como puedo, Intento descansar el Dolor en la cama,
hasta que el dolor se duerme, pero en verdad soy yo la que yace
soñando que el dolor desaparece, Por lo menos consigo que me deje en
paz mientras rezo por los míos, el rosario interminable de alegrías
y penas que dura la noche. Y así otro día, hasta que escucho los
repiques de la campana de la Parroquia, Me pasa como en la mañana de
septiembre al alba, tus Dolores salen a relucir, para apagar los
míos; aún el cielo es de color cobalto, mi ocaso perdido en el
paraíso de la naciente aurora. Mi nieto es el arcángel San Gabriel,
que anuncia el “Dios te Salve” ¡Abuela...abuela!...vámanos que
están repartiendo lo cirios y la luz se hace, porque levanto y
corro, como Lázaro en busca de la Estrella de la mañana que se
lleva todos mis Dolores. Tres Martes Santos, sin salir contigo,
acompañando a mi niño nazareno; ni la lluvia inclemente de estos
tres años, ha conseguido humedecer este cuerpo vencido por la edad y
el trabajo. Mi único Dolor es el dolor del barrio desolado, abatido,
huérfano sin su cofradía en la calle. No hay hueso, ni vértebra,
ni nervio, ni articulación que pueda soportar los Dolores de tus
vecinos, ni Desamparo ni Abandono más grande que el que siente, mi
niño nazareno, cuando ingresamos todos en la infausta planta de
observación que nos priva de hacer la Estación de penitencia. Este
año, será... Mis Dolores estan ya guardados en el cajón de las
medicinas, esperan tocar tu manto. Sé que te volverás, ¡Madre
mía!, igual que se volvía tu hijo, a saber quien le había tocado
entre la multitud, sonriéndome de nuevo dirás mi nombre: “Vete,
hija mía, tu fe te ha salvado”.
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