miércoles, 24 de febrero de 2016

No daban fe


Y continuaron haciéndose preguntas. Conocían muchas respuestas, pero no acertaban la verdad. ¿Porqué, el nazareno, vestía túnica elegante de raso, de costoso merino, de rico terciopelo...porque capirote cubierto por el antifaz?. Un repeluco causaba la sombra espigada del nazareno de ruán y esparto, negra silueta que se prolongaba por el callejón, rajando la cal como afilada tizona. Aun más miedo da el blanco nazareno con el cirio al cuadril. Antorcha ritual en la noche de la cruz en llamas. La Cruz, siempre la cruz, guía del camino de una penitencia que cubre los rostros del pecado. Penitentes en medio de la gran expectación, reos sin condena; descalzados voluntarios de cruz y rosario en la arena del circo de las admiraciones. ¡Pregunta, pregúntame, profano en la materia!...que tengo la respuesta en mis sentidos, todo tiene un sentido: el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir. Nadie tuvo mejor maestro, todos le seguían, decían de El que tenía palabras de vida, quedaban admirados, pero no se lo creían, no daban fe a lo que tenían delante. El era Yo soy; era el Camino, la Verdad y la Vida. Precedido del honor de las bocinas flamantes, con paños suntuosos. Inciensado entre las nubes más fragantes, se presenta ante el Pueblo arrobado, absorto, conmovido, que se santigua a su paso, pero continua sin dar crédito. La música sinfónica pone fondo a una oración de asombro, distraida por las andas refulgentes que lo llevan sobre los piés. -no se puede andar mejor- por eso el corazón se para y los oídos no escuchan otra palabra que no sea la emoción. Desde que se deshoja el azahar, ya anda el pueblo redimido; no ha lugar para aclamar su entrada en Jerusalén, ya va Despojado de sus vestiduras; dejado de la cruz que abrazaba en el Porvenir; orando en los confines de un Altozano. No hay Pena más grande que sus Penas, sin embargo ya estamos dando Gracias y Esperanza y su Muerte hacemos Buena, por el Amor del Padre, silencio que desprecia la Amargura y al mismo tiempo la torna en apología de música en alta noche. No habrá otro templo lleno, la ciudad se ha hecho catedral de aire libre, con abside de estrellas, sobre el altar de un paso, se inmola el Cuerpo y la Sangre de Cristo: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Sagrada Cena, abarrotada de público; Señor yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso te quedas en las calles, repartiendo la Eucaristía de tu imagen, imagen de Dios invisible que queda esperando en el vacío del Templo. La pregunta nos sigue respondiendo afirmativamente, pero puede que no sea la verdad. El tiempo, no se mata por saber, permanece en perpetua cuarentena, anunciando Tu muerte, proclamando tu Resurrección, la penitencia llega a su máximo esplendor, en medio de la gran expectación del público que abarrota las calles. Pero el templo está vacío, esperando que vuelvan los fieles, lástima que no sean todos los que parecían convertidos llenando las calles.  

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