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miércoles, 28 de enero de 2015

Cuentos del Pumarejo 10@ños de Bloguer

LA BUENA MUERTE, visitará el Comedor del Pumarejo.


 
Hay hermandades que no son conscientes del nivel de evangelización que alcanzan cuando echan sus pasos a la calle. Por encima del inusitado esplendor que suscita en nuestros corazones el Domingo de Ramos cuando se hace realidad en las primeras horas de la tarde, hay un momento que merece un lugar destacado en la estancia de nuestras sensaciones, un momento que habría que enmarcar con entrañables molduras dignas del costumbrismo de Jimenez Aranda, porque vale por sí solo y sin avales de ningún término, un potosí de emociones. Es tarde de Domingo de Ramos, el sol radiante coronando la gracia de la primavera, Sevilla se echa a la calle, por todas la razones que conocemos y por otras muchas que algunos no entienden, pero que les arrastra irremisiblemente a saborear el contagioso ambiente que se respira. La plaza del Pumarejo, siempre pintoresca, monumental y viva, pero tambien proscrita por la leyenda de su mala fama, palpita de bullicio y expectación . Los niños del domingo de estreno, reconocen el perfume de incienso que adelanta el aire al compás del redoble de tambores que precede a la sorpresa -no menos esperada- de los primeros nazarenos. Corren y se arremolinan jubilosos para ocupar las primeras filas de la calle...la plaza empieza a involucrarse, simple y llanamente, asomando a los balcones sus mejores galas mientras mira con impaciencia entre los visillos de las abiertas ventanas que el momento se acerca. Aunque el armazón donde se sustenta la esencia del Pumarejo, todavía aparezca frío y distante, algo intenso e irrenunciable se presiente en la abigarrada variedad de las culturas alternativas que encontraron parada y fonda en esta singularísima plazuela. Tras la Sevilla de barrio tradicional y devota, está la otra ciudad que vierte en la creativa arrogancia de su casco histórico, las surrapas sociales de la exclusión, el inclemente hueco de los "sin techos", la huella delirante de inmigración;  la imagen más vergonzosa y vergonzante del ser deprimido que busca en los comedores públicos y Plataforma de afectados,  la solidaridad de una sociedad que como siempre se ampara en el sufragio de los que luchan por mitigar las penas de sus semejantes, porque lo han sufrido en sus mismas carnes. Pero llega el momento en que toda esa amalgama social, se funde en un encuentro sinfónico, envuelto en el nimbo del incienso, hacia el centro donde la luz celeste y plata se abre paso entre cuatro ciriales argénteos. Y se hace- una -la mirada de todas las razas sin condiciones pactadas de credo o profesión, clavadas al unísono en la Cruz de ese Cristo de cobre que hizo Buena la Muerte por el ideal supremo del Amor. No es consciente una hermandad del bien que puede hacer una Imagen de Cristo en la calle, cuando es capaz de imponer - parado en medio del Pumarejo- una atención y un silencio tan aplastante. Consiguiendo allí donde reina el caos, semejande manifiesto de emoción y respeto, de concordia y armonía, como no es capaz de conseguirlo nada ni nadie que se lo hubiera propuesto. He sido testigo como muchos sevillanos y vecinos de silencios maestrantes, silencios de la categoría devocional del Gran Poder o Calvario, pero me sigue estremeciendo sobremanera, este incondicional respeto que se le guarda en el Pumarejo al paso de la hermandad de la Hiniesta, la tarde de explosión, júbilo e ilusiones estrenadas del Domingo de Ramos. Cuando una plaza se rinde -como humilde Magdalena- a los piés del Cristo sobre un monte de fragantes claveles -no hay que tener miedo ante ningún posible cambio o extremo,  porque nadie puede sentirse indiferente ante quien sólo es causa de emoción y respeto. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

"Más pesao que el Carlos"


¿Conoces a algún Carlos que no sea “pesao” - “jartible”- como se dice ahora. Yo te lo voy a relatar. El Carlos era leyenda viva del barrio; el soltero de oro de la casa de vecinos. El Carlos era apuesto, simpático, galán, brillante seductor. El Carlos era la alegría de las bodas y bautizos; canturreaba bien los boleros, tocaba la guitarra y la bandurria y se arrancaba por sevillanas al estilo de los Toronjos. El Carlos era Tuno de la escuela de comercio, representaba sainetes de los Alvarez Quintero en el salón de actos del Colegio Socorro. La primera “lambreta” que entró en el patio de vecinos, era la flamante Lambreta de el Carlo con cachas celeste cielo. A su grupa, me llevó a ver al Señor Cautivo por la Plaza de España y al Soberano Poder, por el vergel de San Gonzalo. El primer “seiscientos” de fábrica que aparcó en la plaza, no podía ser de otro, que el de Carlos. Un seiscientos D, matrícula SE-134. ???, verde manzana, cuyo olor a nuevo, aún conservo en las calderas de mi pituitaria. Sabe Dios, con la ilusión que esperaba cada día, la una de la tarde, hora en la que me llevaba -el Carlos- a recoger a su padre al taller en el glorioso seat. Entonces se podía circular por la Alhóndiga y adentrarse hasta las mismas entrañas de Abades para desembocar en la estrechez de Placentines. El paseo era tan evocador como distinguido; los transeúntes se apartaban al rechinar de los neumáticos, asombrados por el brillo y la prestancia del utilitario soñado. Yo me sentía un privilegiado, cuando el Carlos aporreaba mi puerta y musitaba: “canijo, vamos a dar un paseito” y allá que me llevaba a ponerle el radio al coche, un niquelado “De Val” de los 60, cuya instalación, requería taladrar la guantera de chapa del vehículo, como se hacía antiguamente. Ibamos mucho a la Venta el Pino y a la “Hacienda la Red” por cartones de huevos que vendía la hermana del Carlos. Cuando nos adentrábamos en carretera, el Carlos profería su célebre frase: “cerrad las ventanillas” que lo voy a poner a 80. A mi me daba vuelcos el corazón. Otra de las leyendas del Carlos, era su novia: todo el mundo y parte del extranjero, hablaba de la “novia del Carlos”: que si rubia tirando a castaña, que si morena con los ojos claros, que si un monumento de mujer...pero la verdad del cuento ¡ay señores, que tormento!...nadie conocía o había visto al Carlos con su legendaria novia. ¿Que porque el Carlos, era tan pesado? Se estarán vdes preguntando a estas alturas del relato. No era pesado, más bien como un disco rayado. Cuando el Carlos cogía una cantinela, la exprimía hasta la extenuación, pero lo malo no era eso, es que tenía la escogida virtud de sorprenderte y atraparte deliberadamente, aprovechando el menor descuido de la mente, para hacerte caer en la red de sus retahílas: “Canijo (¿que? contestaba un servidor atentamente) “¡que pena que se ha acabado la Semana Santa”! (confesaba el Carlos con voz lastimera, no exenta de sorna) (-Sí que es verdad- replicaba el que suscribe)... “Menos mal que ahora viene María Auxiliadora” (anunciaba el pedante con fingido júbilo) y así sucesivamente, con premeditación, alevosía y nocturnidad, hasta que por fín estrenaba otra de sus “geniales” ocurrencias. Testigo de excepción de la empalagosa tortura china del Carlos, fue Joaquín, amigo y compañero de clase en mi colegio. A la sazón nos habían mandado un trabajo de manuales, consistente en la construcción de un barco de velas con material de cartulina. El Carlos pasaba por mi puerta y nos veía, al amigo Joaquín y a mí, enfrascados en dicha labor que se nos resistía al debido acabado. Lejos de echarnos una mano, por edad y conocimientos, el Carlos -fiel a su cruzada de acabar con la paciencia del Santo Job- nos zahería con la lija de su reiterada perolata: “Todavía no habéis terminado el barco”. Al principio, tanto Joaquín ni yo, le dimos importancia a tan fastidioso estribillo, conociendo a Carlos y su clásico repertorio; pero con el tiempo, la afanada costumbre del protagonista de esta verídica historia, se convirtió en una insoportable letanía, que Carlos repetía sorpresiva y deliberadamente en cada encuentro con mi amigo Joaquín: “escucha, Joaquín ¿has hecho el barco?”...en la puerta de la calle: “Joaquín ¿has hecho el barco?”...por el zaguán: Joaquín ¿has hecho el barco?”...por el patio: “escucha, que te iba a decir, Joaquín ¿has hecho el barco?”...por los pasillos: “Joaquín, ¿has hecho el barco?...hasta en la azotea: “Oye, Joaquín, ¿hiciste el barco?”. Tal fue la frecuencia, el radio y la insistencia con que el Carlos practicó su tortura al bueno de mi amigo Joaquín, que éste terminó huyendo, aburrido y exhausto de la presencia de Carlos. Yo no digo que todos los Carlos sean pesados y fastidiosos, lo que digo que este Carlos lo era hasta la extenuación y su conducta en ese sentido, terminó convirtiéndose en leyenda urbana, que corrió de boca en boca transmitida de padres a hijos, tanto es así que en casa, mis vástagos refieren el dicho memorial cuando alguien atenta contra la paciencia de su semejante: “Eres más pesao que el Carlos. Hoy en la festividad de San Carlos Borromeo, que creído conveniente relatar esta historia verídica, sin perjuicio de las bondades que acreditan a todas las personas que llevan tan significativo nombre.

martes, 4 de diciembre de 2012

Al pavo, pavito, pavo...

 
 
Por estas fechas, Paco el impresor, traía al corral un hermoso pavo de plumaje negro, el cual amarraba a la baranda del corredor para delicia de los niños, antes de ser sacrificado para la cena de NocheBuena. La Fernanda, que era muy apañada para la “matanza”, por haber participado, desde pequeña, en las que se llevaban a efecto en su pueblo de Olvera, accediendo a la petición de Rosario “la chiquetita”, procedía la mañana del día 23 al rito del sacrificio, desatando al pavo y dándole de probar una miga de pan rebañada en sus propios excrementos, porque decía que esa ceremonia, traía mucha suerte. Después trasladaba el ave a la azotea –lugar escogido para la matanza- entre el delirio de la chiquillería y la expectación y curiosidad general. La Fernanda ataba las patas del pavo, asistida por Paquita –su suegra- que colocaba el lebrillo a la altura de la cabeza del “animalito”, para recoger la sangre, mientras que la nuera, inmovilizaba al pavo entre sus piernas, dejando expedito el gañote. Seguidamente con un cuchillo de sierra, debidamente vaciado, procedía sin vacilar a rebañar el pescuezo de la víctima, que se defendía con grandes espasmos, mientras corría el caudal de la sangre a borbotones (cosa más desagradable). He aquí que, cuando el pescuezo del pavo, colgaba del hilo de su pellejo, el estruendo de un petardo, hizo caer de espaldas a la Fernanda y saltar al pavo, que salió revoloteando como una exhalación camino de las escaleras. Ante los gritos y estampida general, acudió el DeoGracia (hermano soltero de Pepita la de los jamones) que en un intento de coger al pavo, resbaló con el reguero de sangre y fue a parar rodando hasta los pies de Josefina, que venía por el pasillo con su baño de cinc cargado de ropa para hacer la colada y se dio de bruces estrepitosamente con la estampida, rodando por las escaleras con tan mala fortuna, que se fue a estrellar en el descansillo del principal con María Montero, la cual procedía a verter en las letrinas, la escupidera de porcelana que portaba a rebosar, derramando el consabido caldo viscoso con tropezones en la maltrecha cabeza de Josefina. Mientras tanto, el pavo, seguido por la turbamulta corría desangrándose camino del patinillo, donde se coló en casa de la Perona que al toparse con tan espectral visión, cayó al suelo desmayada por el susto, empapando con su espectacular salto de cama el charco de sangre estancado en el suelo, a todo esto, el marido de la Perona que salía al quite, cubrió al espantoso animal con una manta, hasta reducir la fuerza de gravedad que le quedaban a los estertores de la muerte pavorosa. En esos momentos Guaditoca –la portera- subía las escaleras pertrechada del inseparable cubo de la fregona lleno de agua sucia cubierta de legía, maldiciendo y difamando como una posesa tan descomunal gamberrada, así como los cuantiosos daños que había ocasionado el estropicio: “yo me via cagá en la puñetera madre del niño que ha tirao er petardo…mardita sea su estampa y los calastros que le dieron a mamar…”. El suceso vivido en el corral, corrió como la pólvora por todo el barrio, lo mismo que la botella del agua de azahar, el alcohol de curar y los algodones para reanimar a los damnificados. Aparte del pavo, no hubo que lamentar víctimas mortales.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El Chino de mi barrio, es particular...

Agueda, es la propietaria de dos bares de mi barrio. Uno de ellos es el típico, café-bar convencional, de parroquianos y el otro, una cafetería, confitería, salón de té –magníficamente decorado, estilo mudéjar emulando la “alhambra”. Con el primer bar, Agueda –a fuer de trabajar más de doce horas y no cerrar los sábados, domingos y fiestas de Guarar- amasó fortuna, gracias a su sacrificio y su buen olfato como inversora en bienes inmuebles. Cuando Agueda llegó a cierta edad, que muchos consideran incierta (entre los 50-60 años) y en plena facultades físicas y mentales (Agueda es una persona emprendedora, autodidacta y enamorada de su trabajo y la atención al público), seguramente apremiada por el ultimátum que le expusieron sus hijos en el sentido de no colaborar más con ella al frente de los bares, habida cuenta que gozaban de  propia independencia laboral y económica y ella misma no tenía otra necesidad que la mera vocación para seguir al frente de los negocios, Agueda puso en alquiler ambos establecimiento y se dedicó a gozar de las rentas que le ofrecía su bien merecido patrimonio. El bar convencional, se lo alquiló a un vecino del gremio de hostelería: “Miguelito, el gordo”. Al principio, “el Gordo”, regentaba el bar (que siempre funcionó como la seda) de manera solícita y entregada, aportando una carta de “montaditos” que hacían las delicias de la clientela y abarrotando la terraza en verano con sus deliciosos caracoles. Pero poco a poco se fue apagando la ilusión del “gordo” –no acostumbrado a trabajar más de ocho horas seguidas y traicionado por su verdadera pasión: la pesca, afición que regularmente le hacía dejar el negocio en manos de los empleados. Así “el gordo” comenzó a cerrar en las horas muertas del bar así como a imponer a la clientela, la costumbre de echar la persiana del local,  pasadas las 11 de la noche en invierno. La variedad de sus famosos montaditos, se fueron cayendo paulatinamente de la carta y sus especialidades no mantenían la regularidad demandada por los clientes. Los incondicionales de dicho bar, considerado como el bar de andar por casa de la vecindad –entre broma y en serio- promovimos la campaña de recomendaciones y quejas hacia la actitud que estaba mostrando nuestro querido “Miguelito el gordo”, aconsejándole siempre, que esas no eran "maneras" de llevar un negocio que había sido todo una institución, en cuanto a lugar de convivencia, encuentro y celebraciones caseras del vecindario.  Pero el “gordito feliz” siguió en sus treces, desatendiendo cada vez más la fama y clientela del local, hasta llegar a la situación actual, que lo sume, en un deprimente ambiente de abandono, donde sólo acudimos los incondicionales herederos de Agueda, guiados por la nostalgia del cafelito de la sobremesa y la guasa sana de poner “al gordo” como los trapos…

A todo este relato, sucede, la recién apertura de un “Bazar Chino” al lado del referido Bar, que a dos meses de su inauguración se ha convertido en lugar de peregrinación del barrio, con éxito clamoroso de crítica y público, lo cual se traduce en pingues ventas. La parejita de jóvenes chinos que lo regenta, se ha ganado al personal, por su simpatía, amabilidad y buen servicio (virtudes todas procedentes de la disciplina y talante oriental. ). Mientras que nuestro amigo “Miguelito el gordo”, abre solo el bar, para los desayunos y el café de por la tarde, habiendo sustituido el tanque de salmuera por botellines para abastecer a los Rumanos, afro-portugueses y cubanos que dan de mano de obra barata en la construcción, nuestros amigos del Bazar Chino, se afanan y desvelan por abastecer nuestras necesidades, tomando nota hasta de los pedidos nuevos que nosotros mismos les solicitamos. El otro día observando el distendido ambiente que se respiraba en el Chino, protagonizado por la algarabía de mis alegres comadres en comunión con las carcajadas afines de los amigos orientales y una muchacha rumana que parece haberse criado en Triana, me contestaba a mí mismo, que esto sí que era verdadera “alianza de civilizaciones”…pero –ojo al dato- cada vez existen menos Aguedas en los barrios y más hacendosos extranjeros.

jueves, 14 de octubre de 2010

La Dama del "tizón"

Antes de que Doña María entrase en Sevilla, sus correligionarios partieron a advertirle de los peligros que corría, asi como de los macabros sucesos que habían acaecido sobre su hacienda y matrimonio durante su ausencia. La leyenda del asedio sufrido en la persona de Doña María Coronel por parte del Rey, corrió de boca en boca por el pañuelo de esta ciudad de la “confusión y el mal gobierno” . El pueblo de Sevilla, temiendo la crueldad con la que el monarca impartía su justicia, pero cautivado por las virtudes y entereza de la egregia Dama, le ofreció asilo y selló sus labios sobre donde se encontraba su paradero. Los monjes Basilios que tenían su convento cerca del Palacio del conde Pumarejo la acogieron a Sagrado, dada la firme voluntad de Doña María de ingresar en una orden religiosa. Pero las esbirros del rey acechaban cada rincón y estrechaban el cerco dia a día. Una noche, Doña María coronel huyó bien escoltada hacia el convento de las Clarisas, cerca de la Puerta de goles a orilla del Guadalquivir, pero los ojos del Rey nunca descansan, ni hay torres ni muros que se resistan a una bona bolsa de plata. Así llegó a oidos del cruel monarca, que Doña María, había tomado los hábitos de Santa clara y habitaba el susodicho convento.



La piadosa novicia, convencida de la inminente presencia del Rey, rogó a su superiora que la enterrase viva en el jardín aledaño al claustro. Pedro I, no tardó en hacer acto de presencia en el convento, rodeado por su guardia real, la cual hizo un exhaustivo registro por todas sus estancias y dependencias. Dado que el registro resultó infructuoso, el Rey amenazó con volver, no sin antes culpar de alta traición a cuantos conocieran el paradero de Dña. María o le dieran complicidad o encubrimiento. Pasado el peligro, las monjas en presencia de la madre abadesa, contemplaron atónitas que en el sitio donde había sido enterrado la novicia, creció –como por ensalmo- la hierba fresca. Rescatada Doña María coronel de tan pavoroso escondite, manifestó a la comunidad su expresa voluntad de no querer poner a sus hermanas en tan apretado riesgo: “Si es voluntad de Dios, iré por mis propios pasos y sin ofrecer resistencia, me entregaré al Rey”.

-puede que esta otra fuera la respuesta obtenida por parte de la Superiora: “No es preciso que os entregueis, el Rey, vendrá de nuevo por vos y sabreis actuar en consecuencia, de acuerdo con la voluntad del altísimo”. Así fue como Doña María Coronel, espero el definitivo lance del Rey, amparada en la voluntad de Dios y una fe y entereza inquebrantable. Mientras Don Pedro I- prometía a Doña María, todo el poder y la gloria de un trono, si accedía de buena voluntad a la razón de sus obsesivos amores, la virtuosa Dama, premeditadamente , asía con todas sus fuerzas un perol de aceite hirviendo y lo derramaba contra su cara y sus manos, que quedaron al punto desfiguradas con estrépito.



El Rey, cayó consternado y preso de tan inesperado suceso, huyó despavorido de la escena. El hecho, circuló por Sevilla a velocidad de vértigo; y la fama de doña María coronel fue envuelta con aromas de santidad por toda la ciudad. Temeroso y cobarde ante Dios, más que sinceramente arrepentido, el Rey procuró deshacer sus agravios con la promesa de devolver a doña María el señorío de Gibraleón y sus haciendas en Sevilla, pero la “Desfigurada Dama” solo aceptó que volviera a otorgarle escritura sobre su antigua propiedad, para fundar en ella el hoy convento de Santa Inés –aledaño a la parroquia de San Pedro- en la actual calle que lleva su nombre. Desde allí ha llegado a nuestros días su cuerpo incorrupto ó momificado, expuesto a la veneración o curiosidad de los fieles o profanos que deseen visitarlo. Entre las sombras de tan patética visión, se esconden los visos de su malograda historia convertida en leyenda de Sevilla para la eternidad. Cada 2 de Diciembre, se puede contemplar su cadáver, expuesto en una urna en el trascoro del Convento de Santa Inés. (bien producto de nuestra imaginación o por puro milagro, incluso se le pueden ver las cicatrices que produjo el aceite hirviendo en su cara).


miércoles, 13 de octubre de 2010

El Rey que perdió la cabeza

Quizás fuera el Palacio del Conde Pumarejo, lugar idóneo para las citas clandestinas del rey patrocinadas por tan leal anfitrión. Sus cuidados jardines ocupaban lo que hoy es la popular plaza que lleva su nombre lindando con la antigua calle real. “Mármoles traidos de las lejanas tierras, maderas costosas, plata oro y marfil, complicadas teselas, hierros de forja afiligranada, elegantes yeserías, brillantes pinturas, plantas y árboles rarísimos, reunión Don Pedro procedentes de los excesos decorativos del Alcázar y la generosidad que le dispensaba el monarca. Puede que sucediera una noche de primavera encantada a la luz de la luna, cuando los jardines exhalaban el perfume de la efímera flor del limonero y la estancia se embriagaba del aterciopelado aroma de los rosales, entre la suave armonía del laud y la danza sirviendo de fondo al romance apasionado de los juglares, que el Rey la descubriera deslizándose como una diosa en medio del olimpo cortesano y cayese rendido sin sosiego ante la plenitud de sus encantos. Se llamaba, María Fernandez Coronel y la fama de sus virtudes y belleza la precedía por toda Sevilla. Con tan solo quince años, había sido desposada con el infante, Don Juan de la Cerda,  Señor de Gibraleón. Conocedor el rey Don Pedro de la inclinación política del esposo de la pretendida Dama (seguidor del infante bastardo, D. Enrique), conciente de las facilidades que le deparaba la situación de cara a sus seductores propósitos, comenzó un asedio implacable, que no atendió a razones ni intereses de índole alguna. Ni los sabios consejos del Conde Pumarejo, ni las estrategias marcadas a tenor de la amenazante guerra civil, frenaron al Rey en el ímpetu soberano de conseguir los favores de tan deseada Dama.







 En sus continuos escarceos nocturnos por la ciudad –burlando hasta su misma guardia personal- el rey, ahogaba su fiebre de delirio en las tabernas más depravadas, así como se batía en mortal duelo, con todo aquel que osase poner en duda sus delirios. Una noche, en la collación de la alcaicería de la seda, dio muerte a un bellaco que difamaba el nombre de María de Padilla, acusándola públicamente de concubina del rey. El pueblo reclamó justicia, toda vez que un testigo avizor, presenció el suceso tras los cristales de su balcón, reconociendo al autor del crimen en la persona del monarca. Su cabeza, quedó para siempre convertida en leyenda en esa esquina, con un busto de piedra, retrato del soberano, como símbolo de la justicia que el mismo quiso imponerse, por haber dado muerte a un hombre en la alta noche. Ni la irresistible hermosura de Doña María coronel, ni las pruebas visibles e invisibles del amor que profesaba a su esposo; ni siquiera las súplicas y ruegos derramados como río de lágrimas en el lecho, lograron persuadir a Don Juan de la Cerda para salir en armas a defender la causa del infante bastardo, Don Enrique,  en cruel guerra civil, abandonando a su suerte hacienda y esposa. Acontecimiento que aprovechó el rey don Pedro, para llevar a cabo sus planes de acoso y derribo contra María Coronel, de acuerdo con sus maquinadas premisas. Dando orden de apresar a Don Juan de la Cerda, asaltando su séquito en una emboscada y trasladándolo cautivo a la torre del Oro. Posteriormente el rey se trasladó hacia Tarragona bajo la argucia de poner orden en el Reino de Aragón. Presa de ansiedad y atormentada por la ausencia de noticias y la suerte que corría su esposo, Doña María coronel, desatendiendo  los prudentes  consejos de sus familiares, viajó al encuentro del Rey a tierras catalanas para implorar misericordia a favor de su amado esposo. Solo Dios sabe y la historia  otorga con su silencio científico, el verdadero alcance del encuentro del Rey con tan anhelada Dama; la angustia, amargura y desesperación de Doña María, arrojada a los piés del monarca, implorando merced para su amado, tanto como el precio que tuvo que pagar la Sra. de Gibraleón para reparar su estado de pánico y zozobra. Parece que Don Pedro el cruel, no pudo resistir la pasión de tener a Doña María entre sus brazos y la calmó con mentiras dignas de un Rey y merecedoras de la villanía del peor de los hombres. Juró soberanamente que su esposo D. Juan de la Cerda continuaba vivo y a buen recaudo en la corte de Sevilla e hizo votos de que, tanto Ella, como su familia seguirían disfrutando de los privilegios de su dignidad, bajo su protección. Para entonces, el Rey, ya había ordenado la muerte de D. Juan de la Cerda e incautado todos sus bienes, dejando a Doña María Coronel en la más despiadada pobreza.

lunes, 11 de octubre de 2010

"Esta es la ciudad"

 

“Cuando en sus paseos a caballo por las afueras de la población, ve la puerta que comunica con el cementerio de los Moros, viene a su memoria la lápida que para escarnio colocó un avispado musulmán, que, sin más derecho y autoridad que su ingenio y malicia, cobraba el impuesto de “Almalcabra” por los cadáveres que de la ciudad salían: lápida que por sarcasmo decía: Esta es la ciudad de la confusión y el mal gobierno."  (Santiago Montoto- Biografía de Sevilla)


Por las calles solitarias, como alma en pena, se veían procesiones de penitencia, imprecando el remedio a la gran mortandad causada por la epidemia. Procesiones al son del muñidor de duelo que salían desde los conventos de San Francisco; San Pablo; San Agustín y la Trinidad. El Cabildo Catedral verificaba devotas rogativas, a las que asistían los reyes y el arzobispo, los nobles atendían con sus generosos donativos a los necesitados y facilitaban trigo y especies y el mismo arzobispo, Don Nuño, favoreció con cuantiosas sumas de su pecunio, para aliviar en la calamidad.

En pleno rigor de las calores de Agosto, cuando la ciudad, parecía mitigar los estragos que causaba la peste, el pueblo contempla con horror, que el mismo Rey era víctima de las terribles calenturas. La corte, vestida de luto, recorría en procesión de rogativas las calles para hacer estación en el Monasterio de la Orden de los Padres Predicadores, y orar ante la venerada imagen de la Virgen de las Fiebres abogada de los apestados. Doña María de Portugal, madre del monarca, formuló promesa e hizo voto de costear una escultura de plata, representando a Pedro I, en actitud suplicante y colocarla a los piés de la Virgen de las Fiebres y así lo hizo felizmente, al comprobar en el mes de Septiembre, que el monarca había sanado. Por cuya efeméride se celebró solemne procesión –en acción de gracias- desde el Alcazar hasta la iglesia de los dominicos, atravesando las calles jubilosas de Sevilla, envueltas en volutas de incienso, para seguridad de la salud del Rey convaleciente, que en persona presidía las gracias a la milagrosa imagen.
Restablecida la salud del Rey y sus ansias de poner orden y gobierno en la ciudad, nombra caballero veinticuatro a su fiel amigo el Conde Pedro Pumarejo, en un afán porque la nobleza llana, ocupara cargos importantes y así lo hizo rico hombre y lo armó caballero en solemne ceremonia militar. Era Don Pedro Pumarejo íntimo de la poderosa familia de los Padilla, avecindada en la collación de Santa Marina. El Conde Pumarejo, había servido con lealtad y discreción, como cómplice en la andanzas amorosas entre el Monarca y Doña María de Padilla, contribuyendo con su fervor hacia Sevilla, a que el mismo rey, Pedro I, trasladase su residencia a orillas del Guadalquivir, resolviendo directa y personalmente los asuntos de gobierno.
El Conde Pumarejo no sólo proporcionaba a su rey, las más apetecibles prebendas en cuanto a suculentos banquetes y fastuosas veladas cortesanas, empero que le hacía cobrar las más hermosas doncellas y singulares Damas, para satisfacer sus noches de concupiscencia y desenfreno. Así corrío por Sevilla la leyenda que convertiría al monarca –cruel para la nobleza y justiciero para su pueblo- en ídolo popular, rematando alguno de los rincones, con los trofeos que amparaban –una cruz- en la Plaza de San Gil, donde yacía un clérigo, a quien el monarca enterró en vida, por negarse a dar sepultura a un pobre, si no cobraba sus obvenciones….

continuará

martes, 29 de junio de 2010

LA ABUELITA CONSUMIDA

CUENTOS DEL PUMAREJO 1.997

No hace falta indagar sobre este conmovedor personaje que frecuenta la plazuela en busca del pan nuestro de cada día. No es preciso imaginar el duro e infatigable trabajo que ha debido soportar sobre sus vencidas espaldas, esta anciana venerable, cuya huella de cansancio y desolación queda horadada en su cuerpo estragado. Huelga saber poco más de su desgraciada vida. Lleva escrita en los pliegues de su frente, los malos tratos, los frutos maduros de unos hijos, que al parecer, nunca honraron la entrega, el desprendimiento ni la generosidad de una madre. Su aspecto la delata cual “ecce homo” que se presenta al pueblo con todo el rigor de su imagen lacerada. La abuelita consumida es menuda y enjuta; exquisitamente ágil para la edad que representa. Sus facciones se pierden en la pleamar de arrugas; tiene mirada de aguilucho al acecho; sus ojos vivarachos y translúcidos corren el tupido velo de la pérdida irremisible de visión. Habla por los codos cuando se tercia conversación en las horas en que reposa en los pétreos bancos de la glorieta junto a sus correligionarios. A menudo, suele exhibir con vehemente orgullo de abuela, un álbum de fotos que muestra los antiguos esplendores de su familia, como el tesoro más preciado de que pueda presumir. Por las tardes, se la ve mascullando su soledad acostumbrada, tratando de endulzar el abandono con una sencilla galleta, que descoyunta con la flacidez de su desdentada mandíbula. A veces combate el insoportable estrago de las 4 de la tarde, saboreando un “flax-golosina”, absorta e indiferente ante el mundo que la rodea con su aviesa mirada de aguilucho depredador en constante alerta.

La abuelita consumida, va de luto perenne, lo cual acentúa –aun más si cabe- su imagen patética. Aun sin noticias de Dios, éste le hizo el reciente favor de recoger eternamente a su querida hija que la llevaba y traía por la calle de la Amargura, rompiendo un eslabón en su larga cadena de infortunios que no podía soportar ni un día más. Era su difunta hija, una chica joven, que a los poco más de treinta años, dejaba dos hijos. La abuelita decía de su difunta hija, que había sido una belleza: “¡qué lástima…cayó en la droga por culpa de un hijo de pu….que le pegaba y maltrataba además de empujarla a la prostitución, para recaudar fondos con que costear sus vicios…después vendría –lo consabido- el contagio de SIDA, los robos y actos delictivos, las llamadas constantes de la policía¸ los ingresos en urgencias, las detenciones periódicas, etc., etc…” La abuelita acudía solícita a prestarle toda clase de auxilio y cuidados, como buena madre, condolida y resignada. Por último, cuando la joven se encontraba ya en fase terminal y su estado físico era lamentable, merodeaba por la plaza como un espectro, arrastrando su aura esquelética, vencida ya por los rigores de la maldita enfermedad. La abuelita nunca se vió más consumida por el amargo sufrimiento de contemplar impotente a su querida hija descompuesta por momentos, derramando sus heces por los perniles hasta quedar sin sentido tumbada en un banco de la meritada glorieta. Aún deambula –ágil y de buen talante- la abuelita consumida por las inmediaciones del Pumarejo, desafiando la desgracia con la lección, bien aprendida de saber existir.

martes, 4 de mayo de 2010

El cuento de la Buena Pipa


yo no digo que si ni que no...que si quieres que te cuente el cuento de la Buena pipa....

que ser bueno en el más amplio sentido de la palabra, no conduce a nada. Mira hijo, los buenos se dividen en tres grandes grupos: Mártires; Santos y Tontos. Los primeros son como la élite de la bondad, representan su grado sumo y ocupan el sitio de privilegio en la Gloria a la diestra de Dios Padre. Ellos llevan la más alta condecoración celestial, es decir, la Palma. Se hicieron acreedores a tal distinción por su vida ejemplar, su sacrificio inmundo. Sufrieron cruentas Persecuciones a causa de su acendrada fé y los más insufribles tormentos. Los Santos, son -digamos- los buenos más interesados, se afanan y empeñan en conseguir la gloria a base de buenas obras, practican la misericordia, son piadosos,Consiguen atraer la atención de algunos mecenas y están dispuestos a sacrificar parte de su patrimonio con tal de alcanzar...Indulgencias de cara a la salvación.
 Los Santos, patrocinan hospicios, fundan órdenes y conventos, levantan capillas yMausoleos y promueven escuelas y sanatorios en favor de los más necesitados o simplemente se consagran a Dios a través de la oración, el trabajo y la filosofía escrita. Hubo Santos, pobres, ricos y hasta reyes; alguno de ellos lo abandonaron Todo, enajenando sus innumerables bienes, otros -reyes- hicieron de su egregia condición, la espada de la justicia en defensa de las causas más nobles, como le ocurriera a nuestro Santo Rey Fernando III. Los Santos, después de su muerte recibieron el premio de ser elevado a los altares por demanda popular y deseo expreso de sus contemporáneos, previo decreto del Santo Padre...pero y los "tontos", los tontos forman parte de una inmensa mayoría de gente buena, que termina haciendo precisamente eso... el "tonto".

 Porque sin terminar de consagrarse a los demás, ni sacrificarse íntegramente al servicio de una causa determinada, se afanan y desvelan por ayudar a sus semejantes y mueren en el empeño. Es impresionante y al mismo tiempo estremecedor, el destino de estas personas realmente buenas, que sufren el desprecio y la ingratitud de esta sociedad de consumo.

Gentes que se han arruinado gracias a su generosidad, por tratar de ser justo y ecuánimes para con sus semejantes: aquellos que le imprecaban un puesto de trabajo, han terminado robándoles; los mismos que lo adulaban en época de fértiles cosechas, acaban difamándoles y promoviendo todo tipo de injurias y calumnias sobre su persona al llegar la sequía. Los amigos que juraban seguirle hasta la muerte, hoy le abandonan si querer saber nada sobre lo mucho que le debían. Estos buenos-tontos, terminan chapuleando en el lodazal del olvido, porque en la vida -hijo mío- hay que luchar por todo lo contrario de lo que nos enseñan en los colegios: ser justo, noble, leal, digno y atentos, valores incompatibles con la agresividad, energía y ambición que requiere el triunfo. Se puede ser de todo: un mártir, un verdadero santo, un vividor, bohemio, rey o mendigo antes que idiota. No te digo ni que sí ni que nó, pero ¿quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?.

sábado, 7 de febrero de 2009

LA INSIGNE TEÓLOGA

CUENTOS DEL PUMAREJO

Plaza del Pumarejo, 1.997 La apostura de esta singular dama, leyendo en un banco de la plaza ajena al mundanal ruido, es digna de ser retratada en el lienzo de las mejores pinturas costumbristas. Qué agradable sensación de paz y sosiego produce la presencia de esta venerable anciana con sus grandes gafas con parasoles, absorta en la lectura de su inseparable breviario. Un aura encantadora de añeja maestaescula la envuelve. Desde el primer momento que la descubrí pastando al sol del Pumarejo, sentí verdadera fascinación por este personaje, que aparece y desaparece sigilosamente, con su impronta enigmática, mientras que el mundo gira a su alrededor sin reparar en la autenticidad de su espíritu. A menudo se la vé en compañía de alguien, que imagino podría ser un pupilo. Efectivamente –pronto tuve la oportunidad de verificar mis suposiciones- y el azar me brindó la ocasión de poder escucharla desde la cercanía de mi observatorio (quiosco de chucherías). Era una placentera mañana de sábado –como dice el refrán: no hay sábado sin sol ni mocita sin amor – La ilustre erudita hallábase sentada en un banco próximo, mi irresistible curiosidad literaria, hizo que aguzara el oido para escuchar atentamente una de sus tesis. Acompañaba a la anciana, uno de sus discípulos; varón de edad incierta y aspecto desaliñado, cuyo rostro lívido infería mayor perplejidad a su aparente estado de confusión. Nuestra insigne teóloga ilustraba a su interlocutor con apasionado énfasis comentando las sagradas escrituras de esta guisa: ¡herejía…herejía…todos los obispos son unos herejes…! –sentenciaba en tono suave, pero con energía y seguía aseverando: “se basaron en la traducción que del latín hicieron los padres de la iglesia, sin tener en consideración la etimología griega que es de donde derivan las fuentes del conocimiento y la razón”…-gesticulaba la “doctora”, fustigando las hojas del libro sagrado que tenía a la vista-. Entonces, interrumpía el presunto discípulo: ¿Si los obispos cristianos son herejes –como vd. Dice- el Santo Padre, también lo es?....Jesucristo nuestro Señor –decretaba la erudita señora- “no puede ser de la misma naturaleza que el Padre…de la misma naturaleza somos los humanos; tu y yo…o el perro ese…pero el Hijo del Padre, no puede ser de la misma naturaleza, puesto que es Dios”. Seguidamente, nuestra doctora en teología, hizo un inciso, repasando las distintas analogías que guardan entre sí las religiones monoteístas, para llegar a la definitiva conclusión: Después de mis exhaustivos estudios y análisis minuciosos en la lectura de la mayoría de las Biblias editadas, he tomado la determinación de profesar la fe ortodoxa. Entonces interpeló el paciente pupilo: ¿Vd. Se ha tenido que bautizar por inmersión?...No exactamente, era una especie de inmersión, pero no tuve que desnudarme al completo…me pusieron una especie de túnica… En esos momentos perdí el hilo de tan interesantisima disertación , por culpa de un tufillo nauseabundo que parecía proceder de la sagrada cátedra que ocupaba la insigne conferenciante, cuando el sol en lo más alto de la plaza, comenzaba a airear sus talares vestiduras. Qué bien le hubiera venido un bautizo por inmersión –pensé- a más de un novelesco personaje de los que pacen en el Pumarejo, sobre todo a sus prendas más interiores. En fín, cosas y cuentos verídicos dignos de ser presenciados y escritos para no caer en el olvido.

martes, 16 de septiembre de 2008

CUENTOS DEL PUMAREJO, La Plaza





   Presidida por la monumental fachada del antiguo Palacio del Conde Pedro Pumarejo, en cuyo ilustre sitio y según reza la leyenda, conoció el Rey don Pedro a la hermosa Doña. María Coronel, quedando prendado de su belleza e iniciando un implacable acoso contra tan devota Dama, que culminó con el automartirio de Doña María Coronel, que prefirió inmolar su bello rostro con aceite hirviendo, antes de sucumbir a las andanzas de tan cruel como justiciero monarca, para ingresar posteriormente en el convento de Santa Inés, donde murió en olor de santidad. Se levanta la plaza, circundada por trece frondosos árboles que dotan a su espacio abierto de agradecida umbría. Me contaba uno de los feligreses leales de la plaza, que había una fuente, coronando la estética urbana en el centro de referencia, donde el personal, hacía uso y disfrute de la misma a su libre albedrío, lo mismo para combatir el sofocante calor hispalense, como para organizar improvisadas coladas de sus prendas más “íntimas”, todo ello sin el menor escrúpulo personal o mínima advertencia que exige el decoro. Hasta tal punto llegó esta escandalosa manifestación de libertinaje público; que los mismos vecinos, sensiblemente indignados por la magnitud que alcanzaban tales desmanes y ante la vergüenza de verlos, campear a sus anchas, como su madre los trajo al mundo, tendiendo al sol de la plaza: sostenes, bragas y calzoncillos….se movilizaron en forma de piquetes, y procedieron a la demolición de la fuente (por el procedimiento vecinal de matar al perro, para acabar con la rabia). En cuyo lugar expedito y al objeto de deshacer el entuerto, nuestro Excmo. Ayuntamiento colocó un juego de tres farolas fernandinas. Fragmento, escrito 1.997

martes, 1 de julio de 2008

CUENTOS DEL PUMAREJO

El reparto de la "metadona" (verano 1.997)

Las autoridades sanitarias, no pudieron escoger un lugar más propicio, para proceder a efectuar el “reparto” de las dosis de “metadona” prescritas (fármaco sintético, mucho más eficaz que la morfina contra el dolor, que sustituye los efectos estupefacientes de la heroína, sin llegar a producir las secuelas de esta última droga) a estas desventuradas criaturas, desde el Centro de Salud ubicado en el corazón de la consabida Plaza. El lugar más propicio –escribo- por si éramos pocos, para juntar el hambre con las ganas de comer. A esa hora que coincide con los primeros turnos del comedor –entre las doce y las catorce – comienza el fascinante espectáculo; los unos revueltos con los otros –Dios los cría y ellos…-saturando la atmósfera de un patetismo delirante; una humanidad variopinta, fundamentalmente compuesta por jóvenes “enganchados” que esperan un turno establecido a discreción , a través de las consignas que se van intercambiando entre ellos, como auténticos autómatas, guiados por la ansiedad de cada particular síndrome de abstinencia. Desde la posición privilegiada que me ofrece mi puesto de trabajo, he tenido la oportunidad de ejercer como involuntario testigo de sus cuitas y desvelos y, me atrevo a transcribir –guiado por mi afición a la literatura- algunos de sus habituales temas de conversación, como puede ser el que a continuación les relato: Está una joven pareja, apostada en uno de los bancos situados frente al centro de salud, compartiendo por supuesto su inseparable “litrona”, ella es morena, de mediana estatura, enjuta y de movimientos lánguidos –como el resto de sus colegas, estragados por la soñolencia que produce el efecto de los estupefacientes-, podría tener, entre los veinticinco y treinta años de edad, su rostro –de facciones agradables- está salpicado de acné juvenil. El compañero es también moreno-castaño, de mediana estatura, afecto a la misma edad; viste chamarreta de color rosa fucsia que muestra los antiguos esplendores de una prenda notoria, perteneciente a la marca, “american campus”, se mueve de manera vertiginosa, como manipulado por el control radar de alguien y habla atropelladamente hilando frases sin sentido, que solo pueden traducir en su jerga: “¡quilloooo, é´estao allí…y ná, que la tía quería marcha…y como no se la daba, se puso grasiosilla, la hijadeputa!...ahora me´viá fumá un guinstito…cucha..¿quierej uno?” –Le increpa, desde lejos a su compañera, mientras empina el codo, dandole un trago a la litrona a medias-. Cerca de la pareja, hay un grupo de colegas ocupando banco –no necesitan presentación- uno de ellos, bien parecido, interpela a nuestro protagonista de la chamarreta fucsia: “…que te iba a desí: ¿la metadona coloca…coloca la metadona? Automáticamente responde la chica de la cara picada de acné: “¡la primera semana –sí, te coloca- paqué vamo a desí…mogollón…pero aluego despué, ná de ná, te lo digo yo!”. Acto seguido, se entabla un delirante debate entre los miembros que ocupan los “escaños” de piedra en la meritada Plaza, intercambiando impresiones sobre el efecto de las sustancias estupefacientes que van sesgando sus distintas vidas contrariadas –entre trago y trago de cerveza e intercambio intensivo de cigarros- hasta que alguien sale de pronto, como un toro del chiquero, por la puerta del ambulatorio, dá la voz y se produce la estampida. Poco después, se hace la calma; cada uno marchó con la correspondiente dosis de metadona, ¿Dónde irán?...no lo sé, pero seguro que volverán para el próximo reparto, los envases de vidrio de las “litronas” esparcidas por los alcorques de la Plaza, son la marca indeleble de tan lamentable subsistencia. Son ahora las 15´15 horas de la tarde.

domingo, 10 de febrero de 2008

HINIESTA, me alegro de verte...







. LA HINIESTA EN EL PUMAREJO

  Hay hermandades que no son conscientes del nivel de evangelización que alcanzan cuando echan sus pasos a la calle. Por encima del inusitado esplendor que suscita en nuestros corazones el Domingo de Ramos cuando se hace realidad en las primeras horas de la tarde, hay un momento que merece un lugar destacado en la estancia de nuestras sensaciones, un momento que habría que enmarcar con entrañables molduras dignas del costumbrismo de Jimenez Aranda, porque vale por sí solo y sin avales de ningún término, un potosí de emociones. Es tarde de Domingo de Ramos, el sol radiante coronando la gracia de la primavera, Sevilla se echa a la calle, por todas la razones que conocemos y por otras muchas que algunos no entienden, pero que les arrastra irremisiblemente a saborear el contagioso ambiente que se respira. La pl.aza del Pumarejo, siempre pintoresca, monumental y viva, pero tambien proscrita por la leyenda de su mala fama, palpita de bullicio y espectación . Los niños del domingo de estreno reconocen el perfume de incienso que adelanta el aire al compás del redoble de tambores que precede a la sorpresa -no menos esperada- de los primeros nazarenos, corren y se arremolinan jubilosos para ocupar las primeras filas de la calle...la plaza empieza a involucrarse, simple y llanamente, asomando a los balcones sus mejores galas mientras mira con impaciencia entre los visillos de las abiertas ventanas que el momento se acerca. Aunque el armazón donde se sustenta la esencia del Pumarejo, todavía aparezca frío y distante, algo intenso e irrenunciable se presiente en la abigarrada variedad de las culturas alternativas que encontraron parada y fonda en esta simgularísima plazuela, tras la Sevilla de barrio tradicional y devota, está la otra ciudad que vierte en la creativa arrogancia de su casco histórico los deshechos humanos de la droga, el inclemente hueco de los "sin techos", la huella delirante de inmigración la imagen más vergonzosa y vergonzante del ser deprimido que busca en los comedores públicos la solidaridad de una sociedad que como siempre se ampara en el sufragio de las religiosas. Pero llega el momento en que toda esa argamasa social, se funde en un encuentro sinfónico envuelto en el nimbo del incienso, hacia el centro donde la luz celeste y plata se abre paso entre cuatro ciriales argénteos y se hace- una -la mirada de todas las razas sin condiciones pactadas de credo o profesión, clavadas al unísono en la Cruz de ese Cristo de cobre que hizo Buena la Muerte por el ideal supremo de la Salvación. No es consciente una hermandad del bien que puede hacer una Imagen de Cristo en la calle, cuando es capaz de imponer en medio del Pumarejo, una atención y un silencio tan aplastante, consiguiendo allí donde reina el caos, semejante manifiesto de emoción y respeto, de concordia y armonía, como no es capaz de conseguirlo nada ni nadie que se lo hubiera propuesto. He sido testigo como muchos sevillanos y vecinos de silencios maestrantes, silencios de la categoría devocional del Gran Poder o Calvario, pero me sigue estremeciendo sobremanera, este incondicional respeto que se le guarda en el Pumarejo al paso de la hermandad de la Hiniesta, la tarde de explosión y júbilo, colores e ilusiones estrenadas del Domingo de Ramos, cuando una plaza se rinde -como humilde Magdalena- a los piés del Cristo sobre un monte de fragantes claveles porque nadie puede sentirse indiferente ante su Gracia.



Hiniesta, me alegro de verte...







me alegro de verte tan linda y bien de salud, pues para Tí el tiempo -nunca mejor dicho- no pasa, ni se detiene siquiera, juega a favor de tu Imagen para que seamos nosotros los que cumplamos años y tú permanezca mocita de la eterna primavera de San Julián, bandera concepcionista de ese barrio donde aprendí mi primera Semana Santa de memoria. Me alegro de verte tan cerca, tan Reina, tan fresca y olorosa como la vez que te conocí y quise ser nazareno de cielo raso y airosa capa. Esas cosas entre Tu y nosotros, no se olvidan, Madre, forman parte del secreto proceloso que se desvela cada Domingo de Ramos, cosas que se sienten y se escriben no para intentar que otros sientan lo mismo, sino por el mero placer de sentirse agradecido. Agradecido y emocionado -como digo- me ha alegrado de verte y de besar tu mano como uno más de tus hijos.

jueves, 28 de junio de 2007

CUENTOS DEL PUMAREJO

LA PROCESION DE IMPEDIDOS

Llegada que sea la hora del “angelus”, nuestra querida plaza se convierte en abierta universidad donde hacen obligada y lamentable “estación de penitencia”, una famélica legión …estos escogidos bienaventurados por el evangelio, pertenecen a la deplorable hermandad de los indigentes, inmigrantes, “sintechos”, vagabundos y toxicómanos de cualquier raza o condición , que protagonizan la más escandalosa, trágica y vergonzante “procesión de impedidos” a que hubiera lugar en un presumido estado de derecho. Todos buscan el pan de la caridad que administran –desde el comedor ubicado en una calle anexa a la plaza- las religiosas consagradas a estos menesteres. Los veremos desfilar con parsimonia y resignación, reflejando en sus malogrados rostros una expresión que va de la radiante alegría a la deprimente tristeza, pasando por todas las paradas eventuales del ánimo hasta la terminal del desdén. Observaremos a su paso, los diferentes aspectos que lucen estos desposeídos; desde la pulcritud y dignidad que confiere un evidente aseo diario, hasta el rechazo flagrante que caracteriza a los más andrajosos y macilentos. Sin distinción de edad o sexo, color o raza, desfilará el tullido, el minusválido, el lesionado, el enfermo crónico, el toxicómano, el infestado por el virus de la inmunodeficiencia adquirida, el esquizofrénico, el demente, junto con la descomunal matrona pordiosera y pertrechada con la casa en un carrito de supermercado, el anciano decrépito por el alfeimer, el gitano, el chatarrero, el ropavejero, el bohemio, el artista y todos cuantos quiera la imaginación poder enunciar sin temor a equivocarse. Pero sobre todos ellos, el hecho que más conmueve y hace saltar la sirena de la alarma social, es contemplar la nutrida representación de jóvenes , adolescentes, menores de treinta años, como flores marchitas, que pasean sus polvorientos palmitos , tocados con gorras multicolores, luciendo sus grasientos torsos pintarrajeados de tatuajes con barbas de tres días, la mayoría visten pantalones vaqueros, otros llevan puesto extravagantes bermudas y calzan raídos botines o ridículas babuchas y alpargatas de auténtica miseria. Todo un monumental espectáculo, digno de la mejor picaresca cervantina, que pone de manifiesto el desequilibrio social de un estado de derechos sin resolver. Desde las doce del mediodía, hasta pasadas las tres de la tarde, trascurre el intenso hormigueo que circula por estos andurriales, consagrado a la ingrata labor de recolectar cigarrillos o cobrar limosnas al pueblo soberano en calidad de aparcacoches improvisado. Pasada la procesión , la recoleta plaza recobra su tensa calma habitual , quedando relegada a la toma de posesión de los bancos que adornan su superficie y que son ocupados habitualmente por los más allegados. Verano de 1.998

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