viernes, 9 de noviembre de 2012

AMARGURA DE OTOÑO



Hemos dicho, tantas veces, que en Sevilla la Amargura tiene el dulce paladar de los caldos escanciados en la tierra fértil aljarafeña; hemos hablado que sabe al empalagoso manjar de la carne del membrillo, que tiene la misma color vidriada de sus vírgenes mejillas. Hemos sentido que la Amargura, tiene el sonido de las alpargatas pobres que rachean en pareja la caridad de Madre Angelita desde la antigua Alcazares, hasta la diáspora más deprimida. Que se alarga por las inmediaciones de Feria, convertida en la sombra de Don Pedro Roldán y su legendaria hija acompañada de su cuestionado esposo el caballero de Los Arcos y Benito Hita del Castillo, disputándose una posible autoría que nunca llegó a acreditarse, pero que todos firmaron rendidos ante el espejo de sus ojos. En la ciudad dual de amores divididos entre Guzmanes y Ponces de León, la devoción tambíen había de tener un nombre que reflejara la antítesis; una advocación de Amargura, diametralmente opuesta a lo que significa su adjetivo. Hemos dicho muchas veces, que sólo Sevilla es capaz de rimar Amargura con dulzura; extremo dolor con abrumadora belleza, dos términos yuxtapuestos…¡Señora, qué dulce es tu Amargura!, cuando la tarde llora su malva palidez…Como ese rayo de sol furtivo que una sóla vez al año, se filtra por el ojo de buey, para iluminar su acaramelado rostro, haciendo eterna la fugacidad del tiempo, así es la Amargura cuando se mira de frente sin poder sostener la mirada. Como una medida exacta de perfección bajo palio granate, bordado por la fantasía de Rodríguez Ojeda, que hace imperfecto a su alrededor todo exorno complementario y no necesita más flor ni perfume que el contado clavel de su escueto friso inmaculado. La profundidad de la Amargura, alcanzó la belleza, una señorial belleza que permaneció intacta, aun protegida de la sinrazón dentro de un escueto cajón de madera. Amargura de la inspiración que convirtió el sueño en música desde el exilio madrileño de Font de Anta, cuando sentado en un velador, frente a la estampa de cartera de la Reina de San Juan de la Palma, compúsole el poema sinfónico convertido en el himno indiscutible de la Semana Santa de Sevilla. La profundidad de los ojos de la Amargura reflejan la perfección de la belleza, todo lo demás; dolor y lágrimas, forma parte de la imperfección humana en el mundo que nos rodea. Por eso, en los confines de Noviembre, el dulce paladar de la Amargura, baja a nuestra altura para tendernos su coronada mano; mano que nos hace alcanzar la perfección por la Caridad.

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