Hemos dicho, tantas veces, que en Sevilla la Amargura tiene
el dulce paladar de los caldos escanciados en la tierra fértil aljarafeña; hemos
hablado que sabe al empalagoso manjar de la carne del membrillo, que tiene la
misma color vidriada de sus vírgenes mejillas. Hemos sentido que la Amargura,
tiene el sonido de las alpargatas pobres que rachean en pareja la caridad de
Madre Angelita desde la antigua Alcazares, hasta la diáspora más deprimida. Que
se alarga por las inmediaciones de Feria, convertida en la sombra de Don Pedro
Roldán y su legendaria hija acompañada de su cuestionado esposo el caballero de
Los Arcos y Benito Hita del Castillo, disputándose una posible autoría que nunca
llegó a acreditarse, pero que todos firmaron rendidos ante el espejo de sus
ojos. En la ciudad dual de amores divididos entre Guzmanes y Ponces de León, la
devoción tambíen había de tener un nombre que reflejara la antítesis; una
advocación de Amargura, diametralmente opuesta a lo que significa su adjetivo.
Hemos dicho muchas veces, que sólo Sevilla es capaz de rimar Amargura con
dulzura; extremo dolor con abrumadora belleza, dos términos
yuxtapuestos…¡Señora, qué dulce es tu Amargura!, cuando la tarde llora su malva
palidez…Como ese rayo de sol furtivo que una sóla vez al año, se filtra por el
ojo de buey, para iluminar su acaramelado rostro, haciendo eterna la fugacidad
del tiempo, así es la Amargura cuando se mira de frente sin poder sostener la
mirada. Como una medida exacta de perfección bajo palio granate, bordado por la
fantasía de Rodríguez Ojeda, que hace imperfecto a su alrededor todo exorno
complementario y no necesita más flor ni perfume que el contado clavel de su
escueto friso inmaculado. La profundidad de la Amargura, alcanzó la belleza, una
señorial belleza que permaneció intacta, aun protegida de la sinrazón dentro de
un escueto cajón de madera. Amargura de la inspiración que convirtió el sueño en
música desde el exilio madrileño de Font de Anta, cuando sentado en un velador,
frente a la estampa de cartera de la Reina de San Juan de la Palma, compúsole el
poema sinfónico convertido en el himno indiscutible de la Semana Santa de
Sevilla. La profundidad de los ojos de la Amargura reflejan la perfección de la
belleza, todo lo demás; dolor y lágrimas, forma parte de la imperfección humana
en el mundo que nos rodea. Por eso, en los confines de Noviembre, el dulce
paladar de la Amargura, baja a nuestra altura para tendernos su coronada mano;
mano que nos hace alcanzar la perfección por la Caridad.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
viernes, 9 de noviembre de 2012
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