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martes, 26 de abril de 2011

Fuera de sí



Se me agolpan en tropel los pensamientos y las sensaciones. Sé que algo ha pasado, que ha sucedido tal y como estaba escrito, pero no consigo asimilarlo. También sé que en mis adentros se gesta un estado de buena esperanza; una cinta que crecerá conmigo y vivirá de mí y yo en él, durante los próximos trescientos cuarenta y tantos días. Si no fuera por el sol y la luz que abrió de par en par las puertas del Postigo; si no fuera por el puro y limpio resplandor de la Paz que vieron mis propios ojos, no crecería que hubo Domingo de Ramos, ni que Sevilla se fundió en la alta noche, cuando la luna perfumó con su marea de plata el azul firmamento de la Madre Hiniesta. Si no fuera porque de mi propia mano, corrió el augurio cofrade de un nieto por la rampla del Salvador para aclamar la Sagrada Entrada de Jesús a lomos de la borriquita, mientras la tarde pasaba las hojas del libro dorado, para convertir sus pastas en sereno atardecer...no hubiera creido en el Amor.



 Si no fuera porque la madre naturaleza, venció las tinieblas de un Lunes Santo contra todo pronóstico, sacrificando un barrio cautivo del Señor, no hubiera creido en la armonía de un Getsemaní plantado en el corazón de los jardines de Murillo; ni en la dulce y humilde apostura del dueño y Señor de Santa Genoveva; ni en el milagro de requien que plañen las campanas de San Andrés; ni en el ejemplo secular y austero que bajaba por la calle de Jesús y después caía por San Vicente a la luz de los faroles de las Penas. Nada hubiera creido mirando al cielo, porque el cielo de Sevilla estaba fuera de sí, como transfugado y ausente, si no fuera porque lo ví reflejado en el azul juvenil de la Virgen de Guadalupe y en el copioso fulgor del manto de las Aguas. La efímera alegría del gozo, quedó cuajada a las puertas de la capilla torera, trianear de dos Estrellas distintas y un solo Dios verdadero. Regalo de Miércoles Santo que murió en el regazo de la Piedad apagando los brillos del resto de todas nuestras ilusiones. Si no fuera porque ví la luz de esta fe retratada en los ojos de un niño vestido de nazareno que se preguntaba, mirando con ternura el gesto compungido de su madre: "¿porque no salimos...si estamos todos vestidos y los pasos tienen puestas las flores?". Si no fuera porque bajo la inclemente lluvia, ví estancado el espejo de la gracia y me asomé a sus charcos para mirar tanta emoción; tanto gesto contrariado; tanto suspiro, desconsuelo, desilusión y lágrimas, no hubiera creido que la Semana Santa más mala de mi historia, tuvo también sus momentos inolvidables, sus estampas únicas, sus vivencias irrepetibles su belleza interior -aunque huérfana- que la distingue cada año y la hace diferente y única al resto de las demás. Se me agolpan los pensamientos y no consigo ordenarlos del todo a la hora de escribir sobre la AUSENCIA total de esta primavera que nos ha dejado sin Jueves, Madrugá, Viernes y Sábado Santo..increible, pero cierto, si no fuera porque los Templos se abrieron para que esta vez, fuesemos nosotros los que desfilaramos ante el Sagrario devocional de nuestras amantísimas imágenes y fué otra estación de penitencia, no tan esplendorosa y apasionada, pero si, más auténtica y dificil. Si no fuera porque al ver a Cristo Resucitado en San Pedro bajo un sol de justicia, mi corazón volvió a sentir el vuelco de una nueva vísperas y me hubiera parecido mentira la belleza inconmensurable que mecía bajo su palio la Virgen de la Aurora, no hubiera creido en que por muy mala que sea y resulte esta Semana Santa, siempre nos deja su particular resplandor.





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