ROMA TRIUNFANTE EN ANIMO Y GRANDEZA

Era la hora nona; desde la altura exacta de un balcón de la calle Castilla, recortando el cielo de la capilla sixtina de Triana, venía a lo lejos, enclavado en un aura que lo llenaba todo. Era la primera vez que lo veían mis ojos, con uso de razón. Ese, Es, repetía una voz sorda que despertaba ni nula conciencia.  Es El, lo quiero para siempre, me hablaba la certeza de lo que es eterno. Entre los suspiros de mis tías, el respeto contagiado de mis primos y una mano cálida y sudorosa de alguien que adivinaba mi conmoción, apretando suavemente el antebrazo. Si, Antoñito, estoy llorando, pero es de emoción. Por lo único que merece la pena llorar, con ese escalofrío impelido por los Cinco sentidos. Es El, el Cristo que impacta, la imagen que absuelve, el cuerpo que conmociona, por sus brazos abiertos que lo rozan todo, fractal andante del uno por el todo. Propiedad secular de la periferia de Sevilla y herencia eterna del arrabal de Triana. Su diafragma, en el último hálito del aliento, su torso, en la exacta proporción del primer instante de la vida. El CACHORRO, es un flechazo directo al corazón, no pasa desapercibido, retiene las miradas, asombra con el libido imponente de su estado físico. Si, porque, retiene la respiración y te deja sin ella, porque en su postrer suspiro, te hace suspirar, te ilumina, te nubla y te vincula, para siempre. Ahora comprendes lo que decía de El, tú madre; lo que clamaba tu tía Concha, cuando sus sentimientos se desbordaban por esa pasión por Triana, que le quitaba el conocimiento. Ay, es la exclamación. TANTA fuerza te deja en la flaqueza de espíritu. Su natural, inmerso en el proceso fatal de la agonía, alcanza la cumbre del barroco, parece ascender desde la Cruz y los tres cuartos del paño de pureza vuelan al aire de las tinieblas. Se va quedándose con los sones destemplados de los tambores, se queda en la lejanía abarcando el cielo que lo perfila, que lo recorta, que lo abraza y eleva sobre el monte calvario de la calle Castilla. Es, El, lo quiero para siempre como siempre lo querré cada vez que vaya a verlo a su Basílica o sea El, quien se asome al Zurraque, para redimir a tantos hermanos, a tantos COFRADES, a tantos trianeros, sevillanos y visitantes que lo contemplen recortando el cielo del Viernes Santo, Dios verdadero, creador Todopoderoso, que corona la capilla sixtina, razgando el cenit con los cúmulos de nubes que decoran en tinieblas la hora nona de la muerte. Pero como reza el salmo: Oh muerte, ¿Donde está tu Victoria? Si el Cachorro no se sabe, por obra de D. Francisco Antonio Ruiz de Gijón, si se muere o asciende en Gloriosa Resurrección.
 

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 MARTINEZ MONTAÑES