La nueva entrega de la serie #Pararse, ahí
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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jueves, 13 de mayo de 2021
viernes, 20 de febrero de 2015
"La Cofradía Perfecta" CIEN AÑOS DE AMARGURAS
Una cofradía perfecta
cruza la calle extasiada
de dorado atardecer
con parsimoniosa estampa.
Su cortejo nazareno
-ejemplar donde los haya-
viste túnica de Blanco
impoluto de prestancia.
Blanco silencio de cirios
que preceden la elegancia
de Jesús ante el Desprecio
miserable del tetrarca.
Todo es perfecto, de donde
se mire su Cruz alzada,
charol que mima el carey,
antología de la plata.
Terciopelo de colores
y finas sedas bordadas
que al realce de la noche
brillan la luz de su heráldica.
Una cofradía perfecta
es la que de frente avanza
con su paso de misterio
sentando su augusta cátedra.
Por un nombre se conoce
que el Dolor hizo la gracia
que fuera en honor y gloria
¡la primera coronada!
Si la perfección existe
está en San Juan de la Palma
bajo el palio de primores
que Juan Manuel le bordara.
Miradla, si nó de vuelta
frente al cancel de Sor Angela,
escuchad los celestiales
cánticos de las hermanas
apresad la sinfonía
que va marcando su Marcha
y el diálogo sublime
que mantiene su mirada.
La perfección tiene nombre
-Secreto de la Roldana-
y responde a la AMARGURA,
donde sobran las palabras.
viernes, 9 de noviembre de 2012
AMARGURA DE OTOÑO
Hemos dicho, tantas veces, que en Sevilla la Amargura tiene
el dulce paladar de los caldos escanciados en la tierra fértil aljarafeña; hemos
hablado que sabe al empalagoso manjar de la carne del membrillo, que tiene la
misma color vidriada de sus vírgenes mejillas. Hemos sentido que la Amargura,
tiene el sonido de las alpargatas pobres que rachean en pareja la caridad de
Madre Angelita desde la antigua Alcazares, hasta la diáspora más deprimida. Que
se alarga por las inmediaciones de Feria, convertida en la sombra de Don Pedro
Roldán y su legendaria hija acompañada de su cuestionado esposo el caballero de
Los Arcos y Benito Hita del Castillo, disputándose una posible autoría que nunca
llegó a acreditarse, pero que todos firmaron rendidos ante el espejo de sus
ojos. En la ciudad dual de amores divididos entre Guzmanes y Ponces de León, la
devoción tambíen había de tener un nombre que reflejara la antítesis; una
advocación de Amargura, diametralmente opuesta a lo que significa su adjetivo.
Hemos dicho muchas veces, que sólo Sevilla es capaz de rimar Amargura con
dulzura; extremo dolor con abrumadora belleza, dos términos
yuxtapuestos…¡Señora, qué dulce es tu Amargura!, cuando la tarde llora su malva
palidez…Como ese rayo de sol furtivo que una sóla vez al año, se filtra por el
ojo de buey, para iluminar su acaramelado rostro, haciendo eterna la fugacidad
del tiempo, así es la Amargura cuando se mira de frente sin poder sostener la
mirada. Como una medida exacta de perfección bajo palio granate, bordado por la
fantasía de Rodríguez Ojeda, que hace imperfecto a su alrededor todo exorno
complementario y no necesita más flor ni perfume que el contado clavel de su
escueto friso inmaculado. La profundidad de la Amargura, alcanzó la belleza, una
señorial belleza que permaneció intacta, aun protegida de la sinrazón dentro de
un escueto cajón de madera. Amargura de la inspiración que convirtió el sueño en
música desde el exilio madrileño de Font de Anta, cuando sentado en un velador,
frente a la estampa de cartera de la Reina de San Juan de la Palma, compúsole el
poema sinfónico convertido en el himno indiscutible de la Semana Santa de
Sevilla. La profundidad de los ojos de la Amargura reflejan la perfección de la
belleza, todo lo demás; dolor y lágrimas, forma parte de la imperfección humana
en el mundo que nos rodea. Por eso, en los confines de Noviembre, el dulce
paladar de la Amargura, baja a nuestra altura para tendernos su coronada mano;
mano que nos hace alcanzar la perfección por la Caridad.
domingo, 25 de enero de 2009
LAS MANOS DE LA AMARGURA
ANTONIO SUSILLO.
Cuenta la leyenda que Antonio, dejó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda la Amargura existencial que padecía. Las manos del niño aquel que jugaba con barro de la Alameda, a modelar sus sueños de escultura. Aquellas manos emprendedoras que pronto surcaron los cielos del éxito, hasta alcanzar la cima de la diosa Fama en la segunda mitad del siglo XIX. Desarrolló sus estudios de Bellas Artes en la ciudad del Amor y en la eterna Roma. Quien sabe, si para cuando volvió a la Julia Rómula, las consecuencias de tanto amor y arte cosechados fuera, no forjarían el malogrado destino que le aguardaba. Dicen que fué la infanta Maria Luisa su mecenas artístico; la que advirtió los talentos que encerraban aquellas figuritas de barro que el niño modelaba en el suelo de la Alameda. Pero nunca segundas partes fueron buenas y menos en el amor y el dinero, que están reñidos con la felicidad -si es que la felicidad existe. Antonio Susillo gozaba del mayor prestigio y reconocimiento social, tanto en lo personal como en lo artístico donde era escultor de cámana en la corte sevillana de los Montpernier;para los Duques, remató las balaustradas de su palacio romántico de San Telmo con las esculturas de los caballeros principales: Velazquez, Murillo, Montañés, Miguel de Mañara...y para el erario público, embelleció las más galanas Plazas de Sevilla, con el bronce munumental del pintor de la verdad y la herocidad de Daoiz. Pero todo aquello lo hubiera sacrificado el genio en aras de un gesto de cariño y admiración; el mismo que le negaba su segunda esposa, cuya ignorancia artística empozoñada por la ambición y el materialismo le solía espetar: “creí que me había casado con un artista y nó con un albañil”. Todo el peso del bronce y la piedra transformada en arte, se derrumbaba ante la vileza del amor contrariado. Por el amor de una mujer, Antonio estaba dispues a sacribicarlo todo, incluso fama que perseguía y la gloria que casi tocaba con sus manos. Las manos de la Amargura le dieron una señal divina. Fué tras el incendio fortuito que sufría la Virgen con San Juan, cuando un infausto Domingo de Ramos de 1.892, salía ardiendo en su paso de palio a la altura de los palcos del Ayuntamiento. La Señora se salvó por el gesto heroico de un “guardia” de la época, pero resultó seriamente dañada en su rostro y perdió sus manos. Antonio Susillo, fué designado por la Junta de Gobierno de la Hermandad para la restauración de la Virgen y la reposición de sus manos. ¿quien otro podría ser, el mejor garante para tan delicada empresa?.¿Podría enfrentarse el insigne escultor al rostro de la más Amarga de todas las penas?. Está claro que sí, que la Virgen le mostró el mejor espejo donde pudiera ver reflejada su Amargura; por eso le talló las manos más exactas; las manos de la única Amargura que podía soñar para la madre de Dios, sus propias manos hinchadas de Amargura...porque el Dolor cuando es tan profundo y desalmado, desgarra los órganos y dilata las carnes. Antonio Susillo depositó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda su Amargura -la Amargura en sus manos de Virgen y la otra Amargura del hombre que camina sin rumbo por la calle de enmedio hasta encontrarse en el campo santo de la desolación, con su imponente Cristo de bronce, sobre la cima del calvario donde reposan en ¿Paz? los que se dice, pasaron a mejor vida. Antonio Susullo salía aquel día de su casa como un poseso, tomó el camino de San Jerónimo con el firme propósito de arrojarse al tren. Se miró sus manos y vió las de aquel niño que soñaba esculturas jugando con el barro de la Alameda; aún tuvo tiempo de pensar en el escarnio que supondría para sus discípulos y admiradores recoger, los restos de su cuerpo descuartizados por el tren. Regresó a casa por la vieja pistola que recordaba; sería más dulce y romántica -a la moda de la época- esa triste forma de acabar con su vida. Volvió a mirarse las manos: eran las manos de la Amargura. Nadie oyó el disparo, tan sólo una bandada de abejas laboriosas, que dedidieron entonces fabricar una colmena en el vacío de su Cristo de bronce. La miel brotó por la boca del Crucificado, desde entonces, Sevilla y el mundo lo conoce por el Cristo de las Mieles.
Cuenta la leyenda que Antonio, dejó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda la Amargura existencial que padecía. Las manos del niño aquel que jugaba con barro de la Alameda, a modelar sus sueños de escultura. Aquellas manos emprendedoras que pronto surcaron los cielos del éxito, hasta alcanzar la cima de la diosa Fama en la segunda mitad del siglo XIX. Desarrolló sus estudios de Bellas Artes en la ciudad del Amor y en la eterna Roma. Quien sabe, si para cuando volvió a la Julia Rómula, las consecuencias de tanto amor y arte cosechados fuera, no forjarían el malogrado destino que le aguardaba. Dicen que fué la infanta Maria Luisa su mecenas artístico; la que advirtió los talentos que encerraban aquellas figuritas de barro que el niño modelaba en el suelo de la Alameda. Pero nunca segundas partes fueron buenas y menos en el amor y el dinero, que están reñidos con la felicidad -si es que la felicidad existe. Antonio Susillo gozaba del mayor prestigio y reconocimiento social, tanto en lo personal como en lo artístico donde era escultor de cámana en la corte sevillana de los Montpernier;para los Duques, remató las balaustradas de su palacio romántico de San Telmo con las esculturas de los caballeros principales: Velazquez, Murillo, Montañés, Miguel de Mañara...y para el erario público, embelleció las más galanas Plazas de Sevilla, con el bronce munumental del pintor de la verdad y la herocidad de Daoiz. Pero todo aquello lo hubiera sacrificado el genio en aras de un gesto de cariño y admiración; el mismo que le negaba su segunda esposa, cuya ignorancia artística empozoñada por la ambición y el materialismo le solía espetar: “creí que me había casado con un artista y nó con un albañil”. Todo el peso del bronce y la piedra transformada en arte, se derrumbaba ante la vileza del amor contrariado. Por el amor de una mujer, Antonio estaba dispues a sacribicarlo todo, incluso fama que perseguía y la gloria que casi tocaba con sus manos. Las manos de la Amargura le dieron una señal divina. Fué tras el incendio fortuito que sufría la Virgen con San Juan, cuando un infausto Domingo de Ramos de 1.892, salía ardiendo en su paso de palio a la altura de los palcos del Ayuntamiento. La Señora se salvó por el gesto heroico de un “guardia” de la época, pero resultó seriamente dañada en su rostro y perdió sus manos. Antonio Susillo, fué designado por la Junta de Gobierno de la Hermandad para la restauración de la Virgen y la reposición de sus manos. ¿quien otro podría ser, el mejor garante para tan delicada empresa?.¿Podría enfrentarse el insigne escultor al rostro de la más Amarga de todas las penas?. Está claro que sí, que la Virgen le mostró el mejor espejo donde pudiera ver reflejada su Amargura; por eso le talló las manos más exactas; las manos de la única Amargura que podía soñar para la madre de Dios, sus propias manos hinchadas de Amargura...porque el Dolor cuando es tan profundo y desalmado, desgarra los órganos y dilata las carnes. Antonio Susillo depositó en la Señora de San Juan de la Palma, las manos de toda su Amargura -la Amargura en sus manos de Virgen y la otra Amargura del hombre que camina sin rumbo por la calle de enmedio hasta encontrarse en el campo santo de la desolación, con su imponente Cristo de bronce, sobre la cima del calvario donde reposan en ¿Paz? los que se dice, pasaron a mejor vida. Antonio Susullo salía aquel día de su casa como un poseso, tomó el camino de San Jerónimo con el firme propósito de arrojarse al tren. Se miró sus manos y vió las de aquel niño que soñaba esculturas jugando con el barro de la Alameda; aún tuvo tiempo de pensar en el escarnio que supondría para sus discípulos y admiradores recoger, los restos de su cuerpo descuartizados por el tren. Regresó a casa por la vieja pistola que recordaba; sería más dulce y romántica -a la moda de la época- esa triste forma de acabar con su vida. Volvió a mirarse las manos: eran las manos de la Amargura. Nadie oyó el disparo, tan sólo una bandada de abejas laboriosas, que dedidieron entonces fabricar una colmena en el vacío de su Cristo de bronce. La miel brotó por la boca del Crucificado, desde entonces, Sevilla y el mundo lo conoce por el Cristo de las Mieles.
martes, 30 de enero de 2007
AMARGURA ó la cofradía perfecta...
http://amarguraysilencio.blogspot.com/
Si...aquella tarde del 92; de contraluces inéditos en Campana; de inefables planos que constituian una amalgama perfecta en los misterios de la Pasión de Cristo; recuerdo el Desprecio de Herodes y al fondo entre un nimbo de incienso, la clámide púrpura del Cristo de la Ventana...sí amigo, aquella irrepetible tarde del 92, pura gracia de Dios , gracias a tí Amargura y Silencio. EL HIMNO...
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