sábado, 21 de marzo de 2009

AZAHAR DE BETANIA


Cuando este año la veas, si es que consigues no perderte en la espiritualidad del misterio a quien le presta nombre, comprenderás que su cautivadora imagen no guarda relación alguna con la de aquella mujer que exasperaba al mismísimo Cristo. Marta, mujer de fuerte carácter, hacendosa e impulsiva, preocupada en demasía por las labores doméstica, se quejaba a menudo de ver su casa de Betania, convertida en parada y fonda de Jesús y sus discípulos, íntimos amigos de sus hermanos: Lázaro y María.
Ella quería atenderlos a todos, darles de comer, hospedarlos debidamente, creando involuntariamente una atmósfera de incomodidad que no le era ajena al maestro. Marta miraba a Cristo queriendo poner atención a sus cautivadoras palabras, pero el subconsciente la traicionaba: “alguien tenía que encargarse de servir la mesa, traer agua fresca, sacudir el polvo de las sandalias y proporcionar el alimento a los comensales, ya que ni siquiera su hermana María se preocupaba de ello”…El día que murió su hermano Lázaro, Marta lloró desconsoladamente; lloró por el destino fatal de la casa sin la presencia del hombre que las dejaba huérfanas de todo derecho; lloró de remordimiento por no haber dado a su hermano la paz que requerían sus sabios consejos y sobre todo, lloró amargamente por la ausencia de Jesús el amigo entrañable, el consejero y maestro que se encontraba lejos en aquellos momentos, sin haber acudido tan siquiera al entierro. No tardó Jesús en aparecer por Betania; el fragante aroma de los azahares próximos a Getsemaní, acercaron a Marta el rastro incontestable del Señor y ella salió a su encuentro cegada por el resplandor del ocaso, con la firmeza y el temperamento de quien sabe distinguir el más flamante sol puesto en la escena de la resurrección y la vida. “Si Tú hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no hubiese muerto, le increpó”. -¡Calla mujer!- “quien no tiene fe, no conoce la gloria ” –respondió Jesús- y seguidamente entró en la casa, para llorar al amigo un largo rato. Después se dirigió al sepulcro y ordenó retirar la grande piedra que lo sellaba. Nuevamente intercedió la impenitente Marta: “Señor, el cadáver ha entrado en descomposición son ya varios días”…pero esta vez no pudo sostener la luz de aquella mirada y la mujer comprendió para siempre el portentoso significado de aquel “¡levántate y anda!”. La verdadera resurrección no consiste en levitar entre los muertos –misterios que pertenecen a una fé paranormal- la verdadera resurrección es despertar a la vida y ver reflejado en sus ojos el brillo de lo eterno y trascendental que está más allá de todo orden y limpieza: “Mujer, cuado deje de preocuparte la suciedad mundana, verás como relucen las cosas importantes de la vida a tu alrededor”.
Así fue como Marta, adivinó la verdadera limpieza reflejada en aquella mirada del maestro, luz de las luces que cambia la corrupción humana por auténtico brillo de paz. Cuando este Lunes Santo, te fijes en la enigmática belleza de la mujer que porta los atributos de la pasión, sobre el misterio imponente que le recreó Sevilla, comprenderás que Marta se atreviera a luchar incluso contra un dragón, según reza la tradición que convirtió en leyenda la vida de la primera restauradora de la caridad de Cristo.

4 comentarios:

  1. Una de mis debilidades: Santa Marta.
    ¡Qué maravilla!

    Un saludo.

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  2. Muchas gracias por este hermoso escrito, de parte de quien el Lunes Santo viste la túnica de esa hermandad.

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  3. Nunca hay que perder la fe, jamás, pero algunas veces te lo ponen en bandeja.

    Exquisito como siempre y eso que se me escapaba.

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  4. Enhorabuena por redactar este comentario lleno de misterio espirítual que nos hace más fuerte en la fé.

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