Pues sí, qué quieres que te cuente: no me gusta “Halloween”, pero eso es lo que hay. Ya casi nadie se acuerda de “Tolosantos” si no fuera por el olor a confituras, empanadas y roscos que dejan los hornos en el aire de esos pueblos perdidos en la falda de nuestras sierras. El día de los Fieles Difuntos, ha pasado de la primera página de los períodicos más rancios, a la pura anécdota de los actos y cultos que celebran los cofrades en la glorieta de los cementerios monumentales. Dile tu a un niño de los de hoy, que te acompañe a llevar flores a la lápida o nicho emparedado de la abuela, tendrás que convencerlo con el cuento o la leyenda espeluznante de que le vas a enseñar al Cahorro del cementerio a través de las rejas que preservan entre tinieblas, el mauseo de Anibal González. Ni el impresionante monumento que corona la tumba de Joselito; ni el promontorio inefable del Cristo de las Mieles; ni la arrogancia desproporcionada del bronce de Paquirri, conseguirán llamar más la atención, que esa fiesta importada por la factoría de Hollywood, que ha llegado hasta nuestras ciudades de la mano de la cultura de civilizaciones (no sé si será correcto el término), pero lo que sí tengo claro, es que nuestro niños, disfrutan más participando en esta moda extendida y secundada por casi todos los colegios y padres del sistema global, que asistiendo a una misa de difuntos.
No, a Halloween, rotundamente desde los valores y convicciones de nuestras costumbres y tradiciones más enraizadas…pero la realidad es otra, mucho más diferente y no podemos volverle la espalda; por otro lado, resultaría cruel, convencer a un niño de poco más de 4 años, que el verdadero “disfraz” que utilizan los importadores de Halloween, es el que se esconde tras esta descomunal campaña de marketing. Quien es el guapo capaz de confundir aún más la ilusión de un niño, negándose a disfrazarlo de drácula, canina, bruja, o cualquier otro espectro; cuando sus amiguitos –todos- ejercen tan multitudinaria influencia. Natural de Sevilla, ya tiene preparado el viejo aparador con las fotos de sus queridos difuntos y las estampitas de los Santos de su especial devoción con la tradicional lamparita…pero también es más cierto, la ilusión que le produce esas bolsitas de “chucherías” que también tiene preparadas en un cajón, para cuando toquen el timbre de mi casa, los niños –nuestros queridos nietos- terriblemente pertrechados, para asustarnos con el dichoso: “Trato o …” (todo merece la pena, por ver esas caras)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
con naturalidad