Desesperado; dicen los cristianos que esta palabra no está a la altura. Desesperado significa perder la esperanza y esta virtud es lo último que se pierde. También dicen mis hermanos, los que tanto me aman, que confíe en Dios –Dios siempre está con ellos en la alabanza y gloria de sus bienes materiales- y aunque a mí me acompaña en espíritu, no es lo mismo, rogar a Dios que me conceda el trabajo que busco con tanto ahínco, que darle gracias por gozar de una privilegiada situación. Con Dios ya cuento, aunque crea que no me escuche entre 5 millones de parados implorando la misma súplica; también cuento con la bendición y mejores deseos de mis allegados, con la solidaridad y la oración de los seres queridos…pero no es suficiente. Uno llega a la edad –incierta- en la que viene de vuelta y comienzan a rondarle los fantasmas del pasado. Sentado en la estación, recuerda la llegada de los trenes cargados de oportunidades, que tal vez dejó pasar o no supo coger a tiempo, o tal vez, no estaban programados para llegar al destino que esperaba…¿Quién sabe?. Lo cierto es que uno se siente inútil, no por tener que demostrar nada, sino más bien por lo que los demás exijen o esperan de uno mismo. Inutil y culpable de esa sensación de fracaso que imprime la falta de un empleo estable y hace tambalear los cimientos de la propia dignidad de la persona. Pertenezco a la generación del respeto, la educación, la disciplina y la urbanidad; palabras manidas, que desgraciadamente han sido asociadas a la falsa doctrina de una memoria histórica manipulada por intereses políticos y que hoy día –habida cuenta del fracaso sistemático- va adquiriendo su verdadera dimensión. Con esto no intento menospreciar los valores de las generaciones que nos han sucedido, pero ahí dejo lo escrito en esta bitácora como caldo de cultivo. Lo más curioso del caso –a estas alturas de la vida- es cuando uno llama a las puertas de los que consideraba acreedores del don de DAR, tanto por posición social y acreditados recursos y se encuentra con el portazo de bruces o la diplomática evasiva en forma de bendición apostólica: el temido y tan temible “no te preocupes, ten fe, confía en Dios…no entiendo como una persona como tu”.
Hoy río, me río a carcajadas, (ojalá pudiera desahogarme en llanto y poder derramar el manantial de lágrimas acumuladas que me sirvieran de consuelo), cuando resuenan en mis oidos aquellas célebres conjuras de mis hermanos, en la promesa infundada de concederme un paraiso laboral, garantizando no sólo mi futuro, sino el de mis hijos. En verdad os digo con la experiencia - si os vale de 59 años-, que lo que no haga uno por sí mismo, no lo hará nadie, independientemente de lo que quieras o puedas hacer por tu prójimo. En mi caso, debo mas a las personas extrañas y a mis escasos méritos en lo que al terreno laboral se refiere, que a las buenas y vanidosas intenciones que me han prodigado los más conocidos y allegados. No importa ahí lo dejo -como pura anécdota, aunque todavía sigo creyendo en los milagros, sobre todo al constatar las enormes dificultades que todos estamos padeciendo de cara a acceder al mercado laboral sin distinción de credos o edades. Pero que no me vengan -a estas alturas- con bendiciones apostólicas o fraternas, que para eso ya cuento con la de mi Pastor, Monseñor Asenjo y la de mi hermano -un alto cargo de la Yunta de Andalucía. De la ayuda Divina me encargo yo, que aún me aviva la Fe , la Esperanza y sobre todo el amor a los más desposeidos como bien anuncia el Evangelio, ahora lo que realmente necesito es a un buen portero -de carne y hueso- que me abra las puertas y me ofrezca.... Oye a lo mejor eres tú, el que me está leyendo...¿quien sabe?...los caminos del Señor son inexcrutables y yo nunca he dejado de ser un iluso.
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ResponderEliminarASÍ ES, A ESPERAR OTRO MESÍAS, BIEN EXPUESTO AMIGO
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