Me lo contaban los hombres tristes “borrachos y melancólicos que lloran a la luna llena”; me lo decían las lenguas que buscan amores de urgencia jugando al azar. Lo intuía en los niños impávidos que empuñan armas o en los rostros perplejos de los padres separados entregando a sus hijos al dictado de una decisión salomónica. Pero ahora lo he visto en la calle, a la hora de los sustos, cuando el ejercito famélico de la necesidad, rebusca en los contenedores excedentes de miseria. En mi ciudad que es la de todos, el portal de Belén, se ha convertido en el “umbral de la pobreza”, al que se asoman pastores de carne y hueso, familias enteras que no tienen nisiquiera un techo, do cobijarse. Las cifras son escalofriantes; cantan las sirenas el consuelo de tontos, aduciendo causas de globalización procedentes de los más poderosos; pero el villancico de la alegría, se ha tornado en campanilleros tristes que llaman a las puertas del rico avariento. A todos nos queda el consuelo de saber de quien es ese Niño vestido de blanco que no conoció las luces y los adornos del consumo. El chiquirritín que va a nacer entre pajas ¡ay! –queridito del alma de los que sufren- de los más desfavorecidos…en Belén no había campanas, sino estrellas de cielo raso que anunciaron a los pastores la gloria del que iba a nacer como los que duermen en la calle al lastimero amparo de cuatro cartones. Oh triste navidad de los belenessoberbios; de los grandes portales mecanizados; de las suculentas mesas donde no faltan manjares exquisitos. Qué triste vestirse de gala para celebrar un amor recompuesto por los restos de tantos amores rotos. Nuestros hijos lo saben desde el recuerdo de aquellos nacimientos de barro y paja; desde aquellas navidades humildes de copas anchas donde se brindaba por la labor de la familia unida e indisoluble. Ahora suspiran –Oh triste navidad- por un mundo donde dicen que todo el mundo tiene derecho a ser Feliz y rehacer sus vidas, aunque la Felicidad sea el deseo de una quimera y el remedio, peor que la enfermedad. Yo no quería creérmelo, nunca pensé que la Navidad fuera tan triste, pero llamó este año a mi puerta, tocando las fibras más sensibles, como ha hecho toda la vida, pero esta vez …no hay ganas de celebrar nada que no sea el nacimiento de un NIÑO, en el umbral de la pobreza. Un Niño, que cuando casi todos crean que está Muerto a sus treinta y tres años, resucitará al tercer día, para recordarnos que es el Camino, la Verdad y la Vida.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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