Que en Sevilla la luz es
diferente, da buena muestra la fotografía que pierde pié por
retratarla, extrayendo matices infinitos a lo que se supone que está
eternamente dispuesto para ser contemplado. El tiempo sin tiempo que
soñaban los poetas, el tiempo de la mirada siempre párvula, tiene
una luz en Sevilla, que vuelve loco a los artistas. La mañana del
corpus, llega precedida de su cita legendaria, reluciente más que el
sol y ni pintada, por los pinceles de Velazquez y Murillo. El sabor y
el olor, se estrenan con la capacidad de asombro de un niño y la
belleza, llama la atención, pisando la alfombra mágica del verde
romero y la juncia. Aunque no es oro todo lo que reluce, Sevilla
juega con sus luces y sus sombras, descomponiendo la decadencia en el
mágico caleidoscopio de las artes y haciendo que la tradición
resurja con los bríos de sus costumbres ancestrales. La procesión
del Corpus, comienza a desfilar con sus mejores galas; pero el primer
paso que nos presenta, es el de la Madre, más Madre que Santa, más
monja que beata, a la que Sevilla sigue venerando como Sor Angela.
Como no podía ser menos , la luz se inunda de luz, antes de lucir y
relucir más que el sol. La Madre de los pobres, enciende la llama
de la Fe, como abanderada de la encarnizada crisis por la que
atravesamos, Mujer Santa, sevillana de Dios, custodia del Santo
Sacramento de la Caridad -hermana mayor de los pobres, se erige en su
paso exornado por rosas próximas a San Juan de la Palma, vistiendo
la humildad de su sarga y estameña, con un sencilla rosario en sus
manos y el brevario devocional.
Al contemplarla, dime su existe más
modernidad en el tiempo sin tiempo, que su bendita imagen presidiendo
la solemnidad de una procesión que se pierde en la memoria de los
siglos. Ella viene predicando con el ejemplo siempre vivo de la
perfección de la caridad, que tras de sí, no es oro todo lo que
reluce, lo hace con la sonrisa maternal de quien huyó siempre de
toda vanidad y protagonismo; de quien escogió remangarse y arrastrar
sus alpargatas, para atender al Cristo desheredado, que mendiga por
las calles y yace en el lecho del dolor y la pobreza. No hay forma
más bonita de anunciar la luz en una ciudad que no se cree lo que
tiene, porque vive envuelta en la gracia y por eso necesita
retratarla en instantáneas que le permitan meter el dedo en la llaga
de la verdad. Nadie mejor que una madre, Madre Angelita, Sor Angela
de la Cruz, la Santa, tan nétamente sevillana, ante la que todos nos
damos por aludidos, representados, protegidos, amados, hermanados e
hijos, para enseñarnos el camino perfumado por el romero que nos
lleva hasta la majestuosa custodia de Arfe, donde Dios -Amor de los
Amores- está en cuerpo presente, recorriendo el rosario de todas y
cada una de las representaciones de gloria, penitencia y
sacramentales, elegantemente realzadas por la presencia de un cortejo
que se hace interminable, hasta que un Niño Dios de todas las
edades, nos deslumbra en su baldaquino de plata, con su adorable
figura montañesina, precediendo y prediciendo la consigna: “Alabado
sea Jesús Sacramentado” y a Sor Angela de la Cruz, Sevilla
agradecida.
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