sábado, 23 de mayo de 2015

Por aquellas arenas



Desde el primer instante que te viera, hasta que tu medalla me impusieron, soñé el camino de la tierra prometida, paraíso verde y oro del romero. Y a pesar que las espinas me han herido con los tallos de amor que me ofrecieron, el ramo de tus rosas cristalinas, nunca se ha marchitado de desprecio. Me he dejado llevar por la corriente que el derroche y alarde postinero, arrastra hacia la duda a los que nunca, han tenido ocasión de darse el premio; un premio que parece reservado a los que gozan de posibles privilegios. Y la verdad no es esa, Madre mía, si es que hay mentira y vanidad en ello, más cierto son los ojos que te miran y al camino se echan con lo puesto. Mas fácil, utilizar la hipocresía del verbo ágil para criticar lo auténtico, poniendo el dedo en la llaga recurrida de los que van de señoritos rocieros. Pero tu como yo, has visto la Salida, desde la capital o desde el pueblo y la Fe te ha contagiado de Alegría y la emoción ha desbordado tus adentros y en la radiante piel de un Simpecao, a los gritos del ¡VIVA! más intensos, tu corazón transido ha contestao a la razón, con otro ¡VIVA! ardiendo. Se que es más fácil ponerse una medalla, que perdonar a tu prójimo directo y vestirse de corto y a caballo y mirar desde arriba para el suelo, donde tantos hermanos tienen puestas, sus penas, esperanzas y desvelos, Por eso nos quedamos, cada año con ese memorable desconsuelo de ver como se marchan al camino, que tanto ansiamos, los que no podemos, recorrer paso a paso entre los pinos, adelfas, eucaliptos y romero y en aquellas arenas removidas por los surcos que marca el carretero, se quedan nuestras almas compungidas, soñando, hacer posible nuestro sueño. Por eso nos quedamos con la estampa de esa Blanca Paloma apareciendo, entre brumas de arena, en los bancales, lubricán del camino rociero y en cierto punto también nos marchamos como si remontásemos el vuelo entre las blancas platas repujadas que cobijan al Simpecado eterno, empujando la barra de la vida, con la esperanza de que un día alcancemos, las promesas de pisar las marismas, para encontrar la paz por sus senderos. Quien no está enamorado de las letras, de cuantas sevillanas se escribieron, alabando la gloria del camino, que alisa aquel solano marismeño; quien no se enamoró viendo Triana, fantasía de luz en movimiento, olor de multitud hecha pisada, cruzando el ajolí nublado de requiebros. Quien con cualquiera de las Hermandades, no se bajó la estrella, que alumbra su brillante firmamento, en la pará, cantando a la carreta, blanca del Simpecado frontereño. Quien con Gines al llegar la primavera, no despertó del sueño y se marchó -verea delante -en la cadencia, con la que canta el pueblo. Por eso, aunque no estés allí, cierra los ojos y te verás adentro, de lo más parecido al paraíso, la Marisma, donde se cumple el sueño, de mirar frente a frente a la Señora, madre nuestra, de Dios, Rocío del cielo.

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