Hablábamos de la Trinidad, intentando describir el
misterio más inabarcable de nuestra fe cristiana. Citábamos a San
Agustín, uno de los padres de la iglesía que más ha profundizado
sobre este misterio: “El Padre engendra al Hijo por el conocimiento
y el Amor; fruto de este Amor de ambos, proviene el Espíritu Santo”.
Atendíamos a los escritos de -teología para nuestro tiempo-, del
Dr. Jose Antonio Sayés: “Solo cuando sabemos que provenimos del
Amor y que volvemos al Amor, superando el sufrimiento y la muerte, es
cuando podemos dar lo mejor de nosotros, con desinterés y alegría”.
Intentamos en clase de catecismo para adultos, desarrollar la
virtudes teologales, como dinamismo operativo de la gracia recibida
por Dios; la Fe, fruto de la entrega y confianza; la Esperanza;
consecuencia de esa entrega y confianza en Dios y la Caridad -el
Amor- fruto jugoso e indispensable respuesta de maduración en la
entrega a Dios. También entendidas estas virtudes, como un diálogo
intertrinitario. Del que después bordó en su panegírico, el
presbítero que oficio la Santa Misa, destacando la unidad y
diversidad de la iglesia, iluminada en todo momento, por la presencia
del misterio Trinitario. El Santo Padre, Francisco nos exhortaba en
la meditación del Angelus con acertadas palabras sobre la
solemnidad de la Trinidad: “
Nuestro
ser creados a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a
comprendernos a nosotros mismo como ser-en-relación y a vivir las
relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor mutuo.
Tales relaciones se juegan, sobre todo, en el ámbito de nuestras
comunidades eclesiales, para que se cada vez más evidente la imagen
de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juegan en cada relación
social, de la familia a las amistades y al ambiente de trabajo, todo:
son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones
cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de
amor desinteresado.
-y
añadía el Pontífice: -
“
La
fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los
acontecimientos cotidianos para ser levadura de comunión, de
consolación y de misericordia. En esta misión somos sostenidos por
la fuerza que el Espíritu Santo nos dona: cuida la carne de la
humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la
avaricia. La Virgen María, en su humildad, ha acogido la voluntad
del Padre y ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo. Nos
ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el
Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor
y de unidad.
Lo
cierto fue, que fortalecidos por la palabra y presencia del Señor en
dicha Eucaristía, fuimos testigos a la salida de la Iglesia de un
incidente, -que sin perjuicio de una ulterior reflexión y análisis
profundo- tergiversaba y echaba por tierra toda la misión salvadora
y misericordiosa, en la practica, anunciada tanto en las lecturas sagradas, como en la palabra
recibida por iluminación del espíritu Santo, correspondiente a tan
sagrada Festividad. Dos jóvenes, uno de ellos de color, se
encontraban desde antes de empezar la misa, ocupando un banco de
primera fila. Como quiera que los citados jóvenes (extanjeros) eran
también desconocidos para la general feligresía, al terminar la
misa observando por los habituales fieles, que se mantenían en sus
respectivos sitios, una vez evacuado el templo por los asistentes;
llamaron la atención, despertando la normal sospecha de los responsables del templo. Circunstancia por la
cual, se hizo necesaria la presencia del Presbitero, a fin de tomar
las medidas oportunas y recabar información sobre la postura de
inmovilidad que mantenía los extraños jóvenes. El sacerdote pudo
comunicarse perfectamente con ellos, ya que el joven de color,
hablaba en italiano, lengua comprensible dentro del magisterio que
había desarrollado anteriormente el ministro de Dios. Por lo visto,
los jóvenes pedían asilo y hospitalidad en la Iglesia. El
Sacerdote, les hizo ver, que tal cosa era imposible y se ofreció a
darles todo tipo de información, sobre otras instituciones de
carácter municipal o social, habilitadas para esos propósitos. Ante
la insistencia de los jóvenes, el presbítero, llegó incluso a
preguntar al personal que nos hallábamos en las inmediaciones, si
contábamos con alguna casa o habitaciones para acogerlos. Todos
callamos, unos tragando saliva, otros agachando la cerviz (el miedo, la desconfianza frente a los que no conocemos, la duda, el perjuicio, razones tan bastante como humanas) y cambiando
automáticamente de tema. … Ahí lo dejo, para su reflexión,
intentándo ponerme en el lugar del Cura en función de la enorme
responsabilidad de su magisterio, al frente de una parroquia,
atendiendo a razones de seguridad, guardia , custodia y probables
cuentas que demanden sus fieles. Ahí lo dejo, antes de juzgar a mi
prójimo, pero evidentemente, afligido, porque parecía como el Señor
me hablaba, pidiéndome ese más, que aún resonaba en mis adentros,
fruto de las lecturas, palabras, exhortaciones del mismo Papa, Lo
cierto es que en nuestra debilidad, en toda nuestra fragilidad, de
nuevo lo volvemos a cargar todo en manos del Señor en su infinita
misericordia...Oremos.
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