Desde
que tengo uso de razón, hace más de cincuenta años, estoy viendo
niños famélicos; negros, chinos indios, modelados en aquellas
huchas del DOMUND, que repartían en los colegios de los años 60 del
siglo pasado, para sufragar la labor apostólica y misionera de la
Iglesia. Aún sigo viendo los mismos rostros de la miseria infantil,
de la desnutrición, de los pechos secos y flácidos que miran al
vacío de las pantallas o ilustran fotos impresionantes dignas del
“pulicher”. Ni el esfuerzo continuado de la Organización Mundial
de la Salud; ni el trabajo encomiable de la UNESCO; ni la presencia
constante de CRUZ ROJA; Aldeas infantiles, UNICEF, Medicos sin
Fronteras; Mensajeros de la Paz; Misioneres, Cooperantes,
Voluntarios; y/o innumerables presencia de ONGs, ha logrado, poco más
que atender puntualmente el incesante caudal de necesidades y
precariedad permanente, que padecen los niños del hambre crónica,
instalada en el llamado tercer mundo. Los niños, que tuvieron la
desgracia de nacer donde la familia era semejante a la camada de
cualquier manada de animales, continuan deambulando por los lodazales
de poblados y aldeas, con la pena ancha retratada en sus ojos
famélicos y los labios cuarteados, comidos por las moscas, apenas
sosteniendo un esqueleto escuálido que pronuncia la hinchazón de
sus vientres inflado por los gases. Esos niños, ya no son patrimonio
exclusivo del cuerno de Africa, sino que se reparten por todas las
latitudes, donde impera la miseria, fruto de la injusticia social,
víctimas de las políticas imperialistas y del fanatismo de una
religión que los inicia en el horror del manejo de armas y la lucha
fundamentalista que promueve el odio, la tristeza adolescente, la
impiedad y la indolencia ante la muerte, como máximo objetivo de una
liberación irracional y demoníaca. La extrema gravedad de la
situación que viven estos niños, escapa a nuestra conciencia, se
hace un mal rutinario, cotidiano, al que vamos acostumbrándonos, en
el día a día, al contemplar, los innumerables casos de denuncia que
observamos indolentes, a través de los medios de comunicación y
constantes llamadas a la ayuda solidaria y colaboración, con las
distintas organizaciones involucradas en erradicar la pobreza
infantil. En nuestra sociedad occidental, donde nuestros niños
parece que lo tienen todo, que disfrutan, hasta la saciedad de una
comida sobrante, que termina allá donde otros rebuscan alimentos,
contemplamos ya este mal, que nos sacude el corazón, a la sobremesa,
pero que termina haciéndonos indiferentes, ante las imágenes del
terror infantil, que se cuela en nuestros hogares. Estos niños
mártires de Bangladés; Santos inocentes de la barbarie perpetrada
por lobos solitarios que se ciñen el cinturón de explosivos para
inmolarse en el nombre de un Dios grande, en cualquier termiinal;
estos niños huérfanos del amor Trinitario, para los que no hay
respuestas que justifique su presencia en este mundo, más que
aquellas palabras que bendiciéndolos sobre sus rodillas, aseguraba,
que nadie que no fuera como estos niños, entraría en el Reino de la
justica, de la Verdad, de la Paz y el Amor, Pues por estos niños,
nos estremecemos los hombres salvados por la esperanza del Apostol
San Pabro. Los hombres que sentimos en nuestras carnes el dolor y la
condolencia que permite la misericordia divina. ¡Dios mío, haz que
nunca seamos indiferente! Ante tan execrable contabilidad de víctimas
del terrorismo fanático, cuyo parte diario tanto nos aflige. Un niño
es de las pocas alegría que nos permite seguir creyendo en este
mundo herido por el pecado. Un niño es la mirada agradecida de la
fe, de todo la confianza que ponemos en aquel que todo lo puede. Un
niño, nos puede llevar a la perfección por la caridad, ya que su
inocencia, responde siempre al buen ejemplo, al único sentido del
amor que da más de lo que recibe. ¡Dios mío, haz que nunca seamos
indiferentes! Ante el crecimiento de la pobreza infantil, que
preconiza “Caritas”en sus preocupantes informes. Porque también
aquí, en nuestro primer mundo, en el privilegiado mundo de los
paises que presumen de riqueza social y estabilidad política y
económica, los niños siguen sufriendo, la falta de alimentos
esenciales para su crecimiento. Los niños siguen sufriendo con los
errores de unas familias desestructuradas; separadas, incomunicadas,
que propician el chantaje y la extorsión de unos padres que compiten
entre sí en beneficio de la mala educación de los menores. Niños
que padecen en silencio, la violencia de género; el maltrato físico,
la violación por parte de sus propios padres, madres, madrastas y
padrastos. Niños malcriados en la indiferencia, en la comparación
odiosa, con respecto a sus padres y hermanos, en la cerrazón , en la
desconfianza, en la inferioridad, el miedo, la insatisfacción y el
desprecio. Si el amor, no lo remedia -esa es nuestra fe como
creyentes y hombres que buscamos la verdad- el hambre infantil y la
sed de justicia que se extiende como una plaga devoradora; los que
padecen persecución por razones de sexo, raza, color o credo,
continuarán -continuaremos- siendo víctimas de estos brutales
atentados, que por otro lado, no responden a ninguna seña de
identidad, ideal o doctrina, ya que ningún Dios -por trascendente
que sea- tiene entre sus planes, la llamada a una guerra tan
profanamente santa, que promete alcanzar tan disparatadamente el
paraiso.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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