¿A
quien quereis que suelte, a Barrabás o a Jesús el nazareno?...
¡¡A
BARRABÁS, A BARRABÁS, A BARRABÁS!!
El delincuente se quedó pasmado al escuchar los
gritos del pueblo. Inmediatamente, Barrabás se encontró rodeado de
cámaras, flashes y alcachofas. Todos querían entrevistarlo; los
aviesos reporteros pugnaban por contratar una exclusiva. Sin duda, el
liberado, optó por la alcachofa de los tres colores, la de los
rancios; al fin y al cabo solo había dos televisiones locales y un
apuntador le susurró al oído, que además regalaban un cuadro
precioso. Pero fue el Gobernador, quien le concedió la primera
recepción oficial. Barrabás no salía de su asombro al contemplar
la lujosa decoración del Despacho del Regidor. Desentonaba el
aspecto andrajoso del delincuente- que aún conservaba sus harapos de
preso- con la exquisitez romántica de la casa consistorial. El
gobernador -risueño y flemático- le entregó las llaves de la
ciudad en presencia de sus pretorianos, mientras se deshacía en
elogios hacia el ladrón: “¡Gloria y vida al héroe, que ha hecho
posible -un año más- que celebremos la Semana Santa más grande del
mundo.”! La corte aplaudía con cerrada ovación, mientras
guiaban a Barrabás hacia el balcón principal del consistorio, donde
una multitud enfervorizada, lo esperaba para aclamarlo. El ladino, no
salía de su asombro, embargado por el delirio y entusiasmo que le
rendía la chusma coreando su nombre. Rindiéndose ante la evidencia,
no tuvo por menos que saludar instintivamente al soberano. De
repente, como obedeciendo a una sacudida o repeluco, se volvió hacia
el gobernador y le preguntó automáticamente: “Pero...¿no era
Jesús, el Nazareno, aquel que se proclamaba vuestro mesías, el
salvador...el Señor?...¿Acaso no lo vitoreábais, entre palmas y
olivos, cuando entró en vuestra ciudad?”.... “Y así es mi
querido amigo, no tenga vd., la menor duda” -Exclamaba exultante de
gozo el regidor- y añadía con aspavientos: “Lo que ocurre es que
nosotros estuvimos a punto de perderlo a causa de la traición de
Judas (ya sabe, el que lo vendió a los sacerdotes..el iscariote),
pero Judas se suicidó y Vd., nos lo ha devuelto, para que celebremos -como
está mandado- su Pasión, muerte y Resurrección”. Barrabás
seguía sin entender nada y ante la duda acertó a contestar con otra
pregunta al gobernador: “Pero -oiga- ¿estos que me aclaman, no
serán los seguidores de Jesús, porque me consta, que el pueblo se
resistía ante la ocupación política y militar de los romanos...yo
mismo encabezaba la resistencia junto a los...
En esto interrumpió al villano, el jefe del Consejo
y echándole el brazo por el hombro, lo alejaba del balcón con el
siguiente argumento: “Mi querido Barrabás, no sabe Vd., lo que
este pueblo adora a los romanos, de hecho, en esta tierra, todos
aprendimos a amar la Semana Santa, de la mano de los soldados
romanos, con esas celadas airosas de plumas de avestruz...¡ya...ya
disfrutará Vd., contemplándolos en los portentosos pasos de
misterios al compás de la música y el izquierdo por delante, cuando nos haga el honor de presidir el
palquillo!...Barrabás, sonreía atónito y desconcertado, sin
capacidad de reacción, totalmente abrumado por la intensidad del
momento, apenas podía poner un pié en el suelo, llevado en volandas
por la innumerables muestras de apoyo y estímulo que le consagraban
los aduladores impávidos. Era miércoles de ceniza, cuando el
ladrón, convertido en héroe, se vió deslumbrado por los focos y
luces rojas de las cámaras de la televisión de los tres colores. Un
locutor rancio, impoluto de etiqueta y aparentemente agradecido, le
hacía entrega de un cuadro, que todos los miembros que pertenecían
al círculo vicioso, recogían cada vez que se cambiaba de lámina.
Barrabás, seguía sin comprender nada. Habían pasado más de dos
mil años y el pueblo continuaba aclamando a los ladrones.
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