..¿quienes
son mis hermanos?
En todos los tribunales hay un dedo acusador que
señala con rostro estreñido y despechado a los que son considerados
“don nadie”. El peligro de un “don nadie” estriba en el
Silencio, silencio mantenido con la mirada fija, hacia el vacío:
¿Eres tu el hijo de Dios...el Mesías...el esperado?. La verdad
calla, porque su lengua es tan larga como la serpiente y su veneno,
letal para los intereses del estado. He aquí el hombre atado, con la
soga al cuello, igual que ayer, en pleno siglo XXI, compareciendo
ante el tribunal de los dedos acusadores, en el centro de los tres
poderes: político, militar y religioso. En el albor de una nueva
primavera, el hombre tiene que morir de los distintos golpes con que
la gubia da forma a la madera. Rodeado de sus amigos, celebrando la
Pascua, partiendo el pan de su cuerpo y dando a beber el cáliz de su
sangre. La traición, está sentada a la mesa con la lealtad, comen
del mismo pan, beben del mismo cáliz. La lealtad permanece quieta,
sujetada por el miedo y la ignorancia, pero la traición es inquieta
y duda y se remueve hasta salir huyendo presa de su misma excitación:
“Lo que tengas que hacer, hazlo ya”. No hay huerto claro en la
noche, ni madura el limonero bajo la luna, la densa atmósfera de
plata la ponen los olivos. El “don nadie” manda vigilar a sus
hermanos...¿quienes son mis hermanos?...¿que he hecho yo, para que
me desprecies...acaso crees que pediré cuenta de los bienes que me
has arrebatado, siendo tu, carne de mi carne y sangre de mi sangre?,
la deshonra ofende más al dedo acusador, que al ofendido. El odio no
es más que la impotencia que siente el orgullo, cuando escucha la
verdad. No huyas, que el camino de la huida lleva a la horca; espera
que cante el gallo hasta tres veces y después llora, sino de
amargura, de arrepentimiento. No importa que me niegues, que me
abandones cuando llegue la hora de la verdad; que sientas ese miedo
tan humano, como las palabras del santo evangelio, que te escondas
como el cobarde que todos llevamos dentro. Lo que importa es que
vivas en paz; ¡baja ese dedo acusador!....no sirvas más a ese Dios
al que tanto temes; olvida el castigo que amenaza a tu conciencia con
arder en las llamas del infierno; no des fraternalmente la Paz,
cuando te lo ordenen en la frialdad de un templo; sal a la calle,
busca a tu hermano, ese “don nadie” que tiene la lengua tan larga
como la misma verdad y abrázalo, porque una palabra suya bastará
para sanarte.
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