El
Pastor no quería saber nada de una ciudad que ni entendía, ni
sentía en sus fueros espirituales. Vivía en su Palacio
renacentista; patios circundados por columnas de jaspes nacidas para
grandes recepciones, Los príncipes de los sacerdotes, miembros del
Consejo de, rondaban los damascos del Palacio entre la unción y el
temor a un nuevo baculazo. La Pascua, principal fiesta de la ciudad
de los Babosos, se presentaba un año más, apuntalada por los
troncos que sostenían su ruina. El pregonero que clamaba a voces la
chusma, había sido rechazado una vez más por el jurado del Consejo,
que antes de satisfacer la voluntad del pueblo soberano, prefería
medrar en el oscurantismo de la leyenda negra que salpicaba al
trovador -políticamente incorrecto- y el compromiso de poner en un
aprieto, la férrea voluntad del Pastor de apostar por los cristianos
viejos. El Sanedrín no quería problemas, ni mucho menos creárselo
al Sumo Sacerdote. Para contentar al Pastor y dejar a todos en el
umbrete del conformismo, un hombre de iglesia fue el elegído,
cristiano viejo, hermano mayor de la muy antigua y siempre humilde
cofradía. Antes de matar al mensajero, la noticia corrió
intramuros, los conspiradores señalaban a un clásico amanuense de
pelo cano, que el pueblo celebró con júbilo, pero como todo lo que
el pueblo celebra, es motivo de inquina y desazón para los príncipes
de los sacerdotes, pronto se supo la verdad y la verdad, como
siempre, no contentó al pueblo. De nuevo se hizo la calma en la
ciudad de los Babosos, volvió la rutina hasta que el Consejo convocó
la presentación del Cartel oficial de la Pascua. Aprovechando la
arbitrariedad, que no ausencia de descuido de los príncipes de los
sacerdotes, los amanuenses mataron nuevamente al mensajero,
publicando una copia de la pintura, dejando en evidencia la falta de
respeto que, sobre los artistas, ha recaído a lo largo de la
historia, antes que reconocer los intereses recaudatorios del
Consejo. Pero para los miembros del Sanedrín, no hay nada que no
limpie su imagen pública, mejor que la vanidad de una buena
recepción, inmortalizada por su corte de fariseos y aduladores
impávidos, amenizada por un suculento ágape con brindis al sol y
entrega de trofeos, legajos y molduras. Mientras el Pastor, continúa
mirando para el otro lado de las cofradías, más pendiente que no le
molesten que de agradar, enfrascado en su obsesión por las
vocaciones, los miembros del Consejo se centran en su afán
recaudatorio y cobran el tributo adquirido, que poseen los patricios,
abonados a sillas, tribunas y palcos en la Carrera oficial de la
Pascua. Un negocio redondo en todos los sentidos, que numerosos
Senadores, anfitriones y cicerones, no se cansan de denunciar en los
foros. Hasta los tenidos por Santos Varones, han clamado desde el
ágora -no solo el peligro mortal que se cierne, sobre la encorsetada
Vía Sierpes- sino la serie de atrocidades e injusticias morales,
sociales y protocolarias en la que incurre el Consejo, en cuanto al
reparto y adjudicación de sillas en la Carrera oficial de Pascua,
llegando incluso a vender parcelas en estrecheces y sitios
inverosímiles desde el punto de vista humano con el agravante de
reservarse un gran número de parcelas para sus nobles amigos,
familiares e ilustres invitados y visitantes, en detrimento de las
personas discapacitadas físicas y la amplia lista de espera de
público en general que las solicitan... continuará.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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