Foto ABC.
Sólo podría añadir a esto que "murió la más grande de las Españas"...aquí yace Cayetana que vivió como sintió.
Sólo podría añadir a esto que "murió la más grande de las Españas"...aquí yace Cayetana que vivió como sintió.
Se casó la más grande de las Españas; la reina de los títulos nobiliarios, ante la que agachan su soberana cabeza los monarcas; la aristócrata por excelencia, la más sevillana de la Aristocracia, la que cuenta más historia que los azulejos que circundan la Plaza de España; La Duquesa enamorada de Sevilla, preñada de la luz que alumbró al poeta en el huerto claro donde madura el limonero; la que hizo de su vida un canto a la libertad, tejiendo la red de un manto de malla bordado con su propia voluntad; con la real gana de echárselo sobre sus hombros por encima del bien y del mal; venciendo la extravagancia del dinero y poniéndose el mundo por montera sobre la pelumbre nacarada de su cabellera barroca. Se casó por amor, en contra de sus detractores más impenitentes, saltando la tapia y el pozo profundo de los intereses hereditarios, riéndose de los obstáculos patrimoniales, venciendo la leyenda de sus bienes y repartiendo su incalculable hacienda, para contentar a los adoradores impávidos de su egregia descendencia. Como el lúcido payaso que se rie de su incontestable grandeza, el amor la envolvió en el brillante celefán de la voluntad más inquebrantable; su fe ciega, abrupta voluntad que se remonta al tiempo y al espacio. Fiel a sí misma, única, irrepetible, constante, digna, orgullosa y sublime en la plenitud de la longevidad, con los pies en el suelo para no perder nunca el equilibrio de su deterioro físico. Siempre altiva pero cercana; siempre amable y admirable ante la diferencia que irradia el resplandor decadente de su incomparable clase. Entre la gloria y el ridículo, Cayetana prestigitó en la cuerda floja de la nobleza y le regaló a Sevilla el ramo de azahares que perfuma sus días más solemnes. La Duquesa entre la bulla semanasantera, muchedumbre ávida y curiosa y se mezcló con su pueblo, arrancándose por bulerías y por sevillanas, una más, descalza y penitente, como lo hace cuando llora delante del Palio de su Virgen de las Angustias, sintiendo y viviendo la eterna madrugá de un Viernes Santo. FELICIDADES, Duquesa.
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