Te
marchaste con el buen paladar de Cristo resucitado bañado por el sol
renancentista que abrillantaba la cúpula de San Luis de los
franceses. El mismo sol que te ha faltado durante los siete días
completos que dura la semana de la vida; quizás porque ese sol, está
tan dentro de tí, que algunos años se niega a salir del sagrario de
tanta maravilla como se quedan de puertas adentros.
Hasta
siempre a la Semana Santa del cortejo sin pasos de Vera Cruz; de los
pasos sin música en el traslado de San Gonzalo y del retraso
incontestable de un Miércoles Santo que cayó en la trampa de la
hora de los sustos, donde el mal ambiente desluce la entrada de una
cofradía más aún que las inclemencias del tiempo.
A
pesar de todo amaneciste radiante la mañana del Domingo de Ramos,
para entrar en nuestros corazones, como entra el Divino Amor a lomos
de la “borriquita”. Es verdad que las nubes de panza, amenazaron
el cielo que, como dice el poeta: “siempre es el de tu talla”.
Llovía a la hora en que Dios, pone la primera cofradía en la calle,
para darnos la Paz, pero esas aguas no eran capaz de ahogar la
ilusión de tantos niños vestidos de alba, que apretaban en sus
canastos, el dulce caramelo y la estampita que siembra el Parque de
manos extendidas para dar y recibir.
La
belleza de la tristeza consiste en que nunca acaba con la emoción y
así, cuando los hombres lloran por dentro, se parecen más a los
niños por fuera y las mujeres, a la Virgen de los Dolores y
Misericordia, cuyo divino semblante, se situa más cerca del gozo que
del desconsuelo.
¡En
verdad, todas las Penas tienen su Estrella, Estrella de Gracia y
Esperanza que finalmente iluminó la ronda y San Jacinto, para
recomponer la tarde-noche donde tu Amargura se dulcifica con el
vaivén sinfónico de la marcha y el Amor sale siempre al Socorro de
los que imploran. En el profundo mar de tus ojos verde Esperanza, Oh,
virgen del Rosario, desembocaron las lágrimas de desconsuelo de tus
jóvenes hermanos, entregados -un año más, por tercero consecutivo-
a dejar a su barrio de San Pablo, sin su cofradía. Si le
preguntaran a los nazarenos y nazarenas de la Hiniesta; la Redención
o San Gonzalo, lo que sintieron, cuando su hermano mayor les
comunicaba que se echaban a la calle, seguro que el escalofrío de su
respuesta y las muestras de júbilo vertidas en esos aciagos momentos,
dejaría bien sentada la buena voluntad que ponen en tan difíciles
decisiones, las juntas de gobierno, en aras de su patrimonio humano.
¡Que complicado resulta explicarle a un niño, que la cofradía no
sale por segundo año consecutivo, cuando la criatura no ha estrenado
el uso de la razón y sí conserva en la memoria la lluvia que mojó
la túnica de sus ilusiones: “Mamá...¿porque llueve siempre el
Martes Santo?...preguntaba con ternura impenitente, el niño en San
Esteban, asido al cíngulo de su madre, que no acertaba dar otra
explicación más que la congoja de sus lágrimas!
Más
el cielo abrió al día siguiente, aunque fuera con el celeste azul
incrustado en la Gloria del nuevo Palio de la Virgen de Consolación
y te echaste a la calle estrenando día completo de Miercoles
Santo...¡qué orgulloso venías acompañando tu barrio, desde
nervión hasta San Bernardo...que ambiente en el Baratillo...qué
empaque en San Lorenzo con el Buen Fin; qué gusto disfrutando con el
portentoso navegar del galeón de la Lanzada ...como relucía la
tarde azul cobalto ante el romanticismo de las Siete Palabras y ¡que
noche más fragante de azahar y luna traspasada por las mejores
saetas en San Pedro, para terminar con el deleite hecho alta noche en
Orfila!
Una
de cal y otra de arena, la Semana Santa te situó de nuevo con los
pies mojados en el suelo; dejando a buen recaudo el monumento
nacional del palio de la Victoria en su fábrica y a las añejas
cofradías de la Exaltación, Quinta Angustia y el Valle en pleno
centro de sus frustradas estaciones. Te quedaste un año más sin el
sol de Santa Catalina, derramado en el espléndido calvario del
Cristo de la Fundación...sin el genuino ambiente de Montesión en
plena calle Feria...pero con el alma inflamada de Pasión expuesto en
el Sagrario de su argéntea canastilla, aliviando tus ansias, con la
serenidad del espíritu que reluce más que el sol.
Aún
así, el Señor se ocupó de que no te faltara la Noche más hermosa;
se echó la cruz del peso del mundo en sus hombros y salió entre las
tinieblas, cuando el reloj de la torre marcaba la una y media. Lo
mejor de sí, por nuestras calles, en Silencio por el camino más
corto de su purísima Concepción. Tu cara, Sevilla, hecha un poema
de Esperanza en la Macarena; señorial, primorosa, universal y única;
tus ojos en la Pureza de Triana, causa de nuestra alegría; jardín
exhuberante de la gracia...puente de plata para que pase entremedio
el Calvario de los cuatro siglos de historia, que alcanza la
perfección en la austeridad
...y
adivinando el alba de un nuevo día, el Señor de los Gitanos,
soberbio en su humildad; cadencia en la elegancia de sus andares
flamencos e hijo de Dios y de esa Madre que quita las angustias de su
bendito nombre con la hermosura de su cara.
Un
año más...¡que fuerte!, el Cachorro NO sale, se queda en su
flamante Basílica...más bien se queda dentro de nuestros
corazones...se lleva dentro como el sol escondido tras las nubes. La
tarde del Viernes Santo, es una eterna primavera tan inclemente como
cierta; el viento desapacible de sus primeras horas, arrastró la
hojarasca del canasto Carretero y la anudó en su Capilla real a los
piés del calvario más completo, aquel que Sevilla no termina de
ver, cuando se le hace agua su Semana Santa. La Soledad de María le
echó valor a la tarde inclemente y la trianera cofradía de la O,
asumió el riesgo de no dejar El Viernes Santo huérfano de
romanticismo y evocación. En pos de la esplendente cruz de Carey,
avanzó en la noche la conjunción penitente de San Isidoro, el
prodigio de estética de Montserrat y el estremecedor dramatismo de
la Sagrada Mortaja, precedida por sus refulgentes ciriales.
No
hay sábado sin sol, ni cofradía que no le rinda sus honores, nos
quedamos sin palabras en este epílogo, pero siempre en acción de
gracias por vivir un año más, todo lo mucho y grande que pasa en
esa Semana. Gracias por la Providencia de gozar los encantos de la
Cofradía Servita; Gracias por mantener a Cristo en la Urna donde más
relucen nuestros sentimientos; Gracias por dejarnos disfrutar hasta
última hora con la Esperanza más dulce de Sevilla y sellar en las
Puertas de San Lorenzo -nuestra Soledad- con el beso de una despedida
que empieza a contar de nuevo los días, donde todo comienza.
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