SE echan a bailar y saben que el mundo
gira alrededor de sus volantes; vienen escogidas, se citan con la
mirada, la complicidad es un hecho y derecho exclusivo, son las amazonas del tablao; las
que toman la parte noble del cosmos para encenderlo con la chispa del
angel. Crecen y se multiplican, desplazando al otro sexo -en este
caso el sexo débil, se hace masculino- inseguros, indefensos, reyes
con cetro de cristal, donde escancian el oro líquido de sus más
íntimos e inconfesables deseos. Siluetas con forma y sonido de
guitarras; cinturas de mimbre con denominación de origen y sello de
Sevilla que toma la curva de la sensualidad por el camino más corto
hacia la seducción. Mujer, ¡baila!, pídeme lo que quieras que te
lo concederé, aunque sea la mitad de mis sueños. Y en tu mirar, se
nos clavan los ojos como espadas lascivas, sin dejar de asestar
puñaladas de deseo a esos cuerpos que gimen de placer con sus
lances. Cuando Ellas bailan, sembrando de esplendor el escenario de
la fiesta, los hombres cambian de conversación, hablan de sus cosas,
pero no las piensan, porque el pensamiento solo puede atender la
demanda de gloria que provoca el revuelo de sus volantes. Bajo ese
cielo de farolillos solo pueden reinar las Amazonas, radiantes,
altivas, desafiantes guerreras del sol bordado en la seda de sus
mantoncillos y la noche abrazada al firmamento multicolor de los
lunares. Cuentan los duendes de la Feria, que el hombre enamorado, no
se separa de Ellas, que la roza, que la mima, que la acaricia y la
besa, robándole flores al ramo de la pasión y aun así, pueden
aspirar a la cumbre de la distancia que los separa, todo lo más mozo
de espadas, gentil subalterno que despliega el percal a los pies de
la diosa. ¿Te acuerdas?, no importa, yo he sentido en el corazón,
esa sensación de ansiedad, ese apetito frugal de morder en tus
labios la manzana jugosa. El amor levanta admiración en la fiesta de
la luz y su encanto incita y provoca, sin necesidad de superfluas
cortesías, sólo con la claridad de una profunda mirada. Los brazos
al aire, hacen repicar el sonajero de las pulseras, reclamando el
abrazo de su amado; fuera de sí, cuando la noche se remansa y el
cansancio se hace música buscando el hombro donde reposar su barroca
cabeza, aun más bella y natural que recién maquillada, cuando
Sevilla tienda sus puentes de plata para que tu los cruces -mujer-
reflejando tu garbo en la cornucopia del río, la felicidad alcanzará
su momento más efímero y la mejor palabra se sellará con un beso.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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Ay querido amigo si en vez de escribirlo lo uvieses practicado,que bonito uviera llegado hacer
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