Cada
año vivo intensamente la elección del Pregonero; es como sentir la
enorme ilusión que conserva el que nunca lo pronunciará y la
sorpresa indecible del que es designado, cuando ni siquiera la idea
pasa por su cabeza. Y tiene que ser así, para alguien que conoce la
experiencia y la responsabilidad que supone subirse a cualquier atril
-no porque se trate de un atril cualquiera, incluyendo al de la
Basílica o el monumento de la magna hispalense- sino al verdadero
atril donde sabes que te escucha Sevilla entera y gran parte del
universo cofrade, el teatro Maestranza. En esta atmósfera de plata
que supone el otoño, según la acertada metáfora, tan rancia como
afortunada, que la sensibilidad literaria del ilustre Paco Robles
cita, últimamente, cuando el tiempo se confunde con el mismo temple
de la primavera, alternando sus oros y sus grises, sus nubes de
diseño, sus claros y chaparrones con la alfombra de hojarasca,
invernal, crujiente e inodora, la elección del pregonero es como dos
faroles de cruz alzada que bajo el dintel de una puerta, nos anuncia
que sale a la calle una gloria. Una gloria, que a veces sorprende la
lluvia ensayada de la manipulación, el figureo y los filtros masivos
que por amor al arte, bombardean las redes sociales con la exclusiva
de una noticia que se da a conocer, mucho antes de ser anunciada
oficialmente. Nada que ver con las quinielas; ternas y elucubraciones
que barajaban las encuestas gratuitas de los mentideros cofrades y
saraos extraoficiales que se citan en las mesas trapezoidales de los
programas de Semana Santa que pueblan las radios y televisiones
locales. La mayor sorpresa fue la misma noticia en sí, cuando
dividió en opiniones no sólo a los miembros y mayores de penitencia
en el Consejo (cosa que viene siendo habitual cada año) sino, el
chaparrón con granizos de Martes Santo, que supuso apostar por un
joven “desconocido” -tan joven como apostol amado- en el que
pocos pensaban. Y es cierto que me alegré de verdad de la buena; de
verdad que en verdad os digo, porque estoy harto de periodistas
jóvenes y menos jóvenes que rellenan cada año su quiniela personal
en base a la influencias que ejercen en el mundillo cofrade, el
micrófono que blanden o la pluma con que escriben; estamos -y creo
poder hablar, haciéndome eco de la opinión popular- hartos de paladines y
comunicadores, de falsos pregoneros, amigos, aforados y
conseguidores, que cobran sus favores, subiendo cada año el peldaño
de Esperanzas y Glorias que le llevará al gran teatro de la Real
maestranza de las vanidades. Y el pueblo mientras tanto, escuchando
atentamente el silencio de los corderos, atendiendo la incomodidad
soporífera que supone más de dos horas sentado en la butaca, la
palabra del santo evangelio según san Juan José, para después
soportar, entre bastidores, el comentario rotundo e insaciable del
ex-pregonero de turno: “ha sido un pregón muy sevillano y
comprometido con la iglesia”. ¡Ande usted ya don...sálvese quien
pueda!; que los cofrades venimos de más de 60 quinarios con sus
respectivas funciones principales, atendiendo panegíricos;
entonando el “mea culpa” y cantando el “perdona a tu pueblo
Señor” por las calles un Vía Crucis interminable de cuaresma. Que los
cofrades y sevillanos no tan cofrades -como dice y muy bien dicho mi
mujer- queremos sentir el Domingo de Pasión, lo que estamos deseando
ver: La Paz, fundiendo su rutilante blancura entre los encajes verdes
del parque; la ilusión hecha niño en brazos, por la Presentación
del Señor la barrio de la calzá; el rachear por la estrechez de
gravina del Señor de Sevilla; el magnífico macareno amanecer de la noche más
hermosa y el cielo cobalto que cubre la infinita cúpula del Calvario
por la Magdalena. Por eso, me cabe toda la ilusión del mundo en el
nombre de este cofrade “desconocido” (mirad que lo escribo entre comillas), el más joven de los
pregoneros, Francisco Segura Márquez, al que le deseo mi más
profunda y sincera enhorabuena y toda la luz de ese espíritu Santo,
que sin duda necesitará, para ponerle voz y sentimiento a lo que
sólo los más escogidos pueden prestarle palabra. Su brillante
juventud y entrega a las hermandades a las que sirve, serán su
mejor garantía, así como la tarjeta de presentación de fe, que en
este año que celebramos, tanto necesitamos para aferrarnos al clavo
ardiente de su Cristo de las Almas. Mucha suerte, Francisco y cíñele
bien la cintura a la Esperanza.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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