Habían fabricado un cielo a su altura y no daban con él, porque lo tenían
delante. Era un cielo de atormentadas visiones, los que no lo veían los tomaban
por locos. Salían a su encuentro cada mañana como auténticos penitentes tras
luces y sombras. El primer trazo de un pájaro en el aire les distraía, la
silueta de un cúmulo, los abrumados cirros transformados en jirones, grababan en
sus mentes cabelleras de santos. Las manos de los hombres en el quehacer diario,
serían futuras manos de atónitos sayones. El fruce de los ceños, la arista de
unos labios el perfil indolente al final de una barra, darían forma a la inédita
idea preconcebida. Sus pasos no sentían la tierra que pisaban, su amor no
consentía amar a otra persona, su amor era invisible, de todos y de nadie, amor
en puro trance, amor en celo. Se cubrian con el manto oscuro de la noche, lo
bordaban de estrellas, de espinos y de cardos, recorrian los caminos de
hojarasca, atisbando la perfección que nunca alcanzaban, perdidos en un campo de
terciopelo y oro sembrado de tules. Entre las polorientas tablas de sus
talleres, los bustos inconclusos, los torsos decapitados y los mutilados brazos,
ensayaban un juego en busca del cuerpo imposible. Sólo el aura de luz, lograba
encender la expresión con su rayo. Bombo y perfiles soñando en el lienzo de la
madera en bruto, virgen, sin templo ni cartelas; esquinas desnudas, esperando la
ronda de los pasionistas ángeles o el hueco dispuesto para la pluma, el león, el
toro y la serpiente que rodea el caiz de los cuatro evangelistas. Habían
fabricado un cielo a su altura y brillaban en él sin miramientos. Divinos
ignorados por el Dios extraido del cedro, aquel Dios que decían, hallábase en
los nudos de la espiral del tiempo. El Dios en el que tantos encontraron
salvación y consuelo sin pararse a pensar en las manos que a Imagen y semejanza
lo concibieron. Cuando los palios lloren vaivén de plata añeja; cuando los
cirios rebosen su luz de miel en candeleros, cuando los mantos recogan sus
brillos de alta noche oscilando entre fulgidas llamas de guardabrisas, en un
rincón perdido, el buril de un esteta dará un golpe en el yunque con el tas del
recuerdo, temblor y latido del mismo corazón de la Semana más natural de
Sevilla.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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