EL
MONA-guillo de San Esteban
En
memoria de Antonio López Vera
Con
el alba arremangada hasta las pantorrillas, te imagino jugando a la
pelota sobre el mármol frío en la soledad de San Esteban. No es
nada irreverente, picardías de niño, travesuras de los que prueban
el vino de consagrar y las obleas, antes de convertirse en cuerpo y
sangre de Cristo. Ese Cristo de la ventana que te miraba y seguro que
se reía, porque veía reflejado en sus lágrimas la cara de un
futuro hermano costalero. Si tantas cosas sabe de nosotros aquel que
teniendo las manos atadas nos mira con infinita misericordia, que no
sabrá el Señor de los que como tu, Antonio, fueron sus Mona-guillos
antes de vestir el hábito nazareno, para después cambiarlo por la
faja y el costal, aperos de labranza de una fe que nunca se cuelga,
porque forman parte de la manera de ser y sentir que dura todos los
días de la vida. Pero la vida como bordó el poeta: es una semana y
no siempre sale el sol en Martes Santo para que no roce un varal por
la ojiva de esa puerta. Hubo años; meses de marzo y abril, días
tristes en tu vida, Antonio, Martes Santos grises, nublados y
lluviosos en los que te encontraste solo ante tus sagrados titulares.
Viajes falsos al paraíso, que quebraron tus fuerzas y te hicieron
doblar las rodillas - más a tierra, los costeros- cuando el mundo se
disfraza de amigos con el traje negro de capataz adulterado. Pero ahí
está el secreto que guarda nuestro paso de misterio -ante la burla y
el escarnio- la humildad y la paciencia del ungido, El que con la
piedad de su dulce mirada nos dá la “caña” y la convierte en
cetro que abre todas las puertas de misericordia y para un
“Mona-guillo” como tu, siempre estuvo la puerta abierta para
colarte por la sacristía aunque la ojiva pareciera cerrada y por si
fuera poco, los hermanos de San Esteban sabemos desde la noche de los
tiempos, que existe una ventana siempre abierta, donde aferrarse para
recuperar la Salud y continuar el Buen Viaje por la vida. Y además
de todo esto -por si fuera poco, gozamos del consuelo de una Madre
que no nos deja nunca Desamparados y menos a los que fueron
“corrientes” bajo sus trabajaderas; “fijadores” al dolor de
su infinito quebranto y “costeros” para ajustar los vaivenes que
da la vida y salvar con el sudor de la frente, la imposible y más
que justa ojiva. Era el día de todos los Santos, cuando el Director
Espiritual soberano y perpetuo de nuestra hermandad, te llamó para
que le ayudases a bendecir el pan y el vino de los que viven
eternamente -se acordó de aquel Mona-guillo de San Esteban- que
quizás...¿quien sabe? ...le preguntó al Altísimo: ¿Señor, te
importa que cambie el alba por mi túnica azul-crema?... “En verdad
te digo, Antonio, que esta misma tarde, te servirá de mortaja para
entrar conmigo en el paraiso.”
Antonio
Sierra Escobar
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