En la dimensión espiritual, allí donde el cuerpo no precisa cuidados
ni atenciones, la madre se habrá encontrado con la Paz de los que
sienten pero no padecen. Gozando de esa luz inmarcesible que concede la
ciencia infusa estos días previos a Pentecostés, se habrá fundido con el
esplendor de los campos, con la belleza pintoresca del camino perfumado
por la resina balsámica del eucaliptal y los pinos, mezclada entre la
gente –peregrina, caminante hacia las marismas azules. Ungida y exenta
por la gracia, reconocerá el reino de nuestras almas, donde el paráclito
en forma de blanca paloma gobierna con su cetro de paz y justicia,
señalando el camino, la verdad y la vida. Hecha rayo de luz difuminado
entre las ramas, lubricán del solano que alisa las arenas, cualquier
noche de “pará” tras el rosario vespertino y letanías, se habrá
encontrado con el Padre –su marido- el hombre al que tanto quiso en vida
y lloró con lágrimas de fiel esposa. Cogidos de la mano, sin nada que
explicar porque todo es don sabido por la lengua del fuego, cortarán esa
flor del romero que florece cuando duermen los vencejos. Como saben las
madres velar el sueño de sus hijos, como saben las madres, curar las
heridas con vendas sigilosas de suspiros; como saben las madres perdonar
como maestras del amor, las faltas –que por graves y mortales- merecen
mayor indulgencia, como saben las madres mantener encendido en la noche,
el simpecado y repujar con la luz de la luna la plata de la carreta,
donde descansa, vestido de pastorcito, el cordero. Mas allá donde los
hombres disimulan con ruido de cohetes, juerga y tambor, la llamada de
una fe desbordante, el espíritu se manifiesta, atando y desatando en
vida, los lazos que dejaron pendientes familiares y deudos. Cubierta por
el rocío de los ángeles y santos, la imagino cortando los lirios y
amapolas para ofrecerlos en su presentación. Doy fe que respiro su aura,
que siento su protección, como el calor de vela de promesa que ha
encendido para iluminar el resto de mis días. Incluso me atrevería a
expresar su santa voluntad por la fuerza inaudita que me inflinge en
estos momentos tan duros. Como sabe una madre permanecer al lado de sus
hijos, incluso en el fragor de su ausencia ireparable.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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