A N/HNO. MAYOR DON JOSE LUIS GOMEZ DE SOTO
Profundamente emocionado por los últimos
acontecimientos que se van sucediendo de manera inexorable. Cuando,
toda una familia reza para que el Padre acoja en su seno a uno de
nuestros seres más queridos, en la fase terminal de tan terrible
enfermedad; cuando el manto verde esperanza de la Virgen de los
Reyes, aún retiene en nuestras pupilas las peticiones de oro de ley
que su pueblo le confía en la mañana del eterno regreso, recibo la
triste nueva del fallecimiento de uno de los hermanos más
significativos de mi Hermandad de San Esteban.
Si a la vida le
pusieran fechas, yo destacaría 1976; año en el que nació mi primer
hijo varón y se hicieron realidad otros sueños, como el debutar
como Hermano Costalero en la cuadrilla de Ntro. Padre Jesús de la
Salud y Buen Viaje. Por entonces, era Hermano Mayor de la Hermandad
de San Esteban, D. José Luis Gómez de Soto, un hombre de mirada
clara, como la de sus chispeantes ojos; pequeño, cual mesita de
noche, pero grande como un “Stradivarius”. De su mano, conocí
-aunque nunca me parase a agradecérselo- lo que es una Hermandad
para andar como por tu propia casa; supe lo que es realmente vestir
el “mono” de priostía y cambiarse en la sacristía, sin apenas
tiempo de ajustarse la corbata, para asistir a los cultos de regla.
Descubrí los milagros que era capaz de obrar una escuálida
mayordomía y el esfuerzo ímprobo de un Diputado mayor de gobierno,
por no dejar a la improvisación, el cumplimiento de unos horarios e
itinerarios que parecían improvisados.
Lo bueno y grande de las
personas comprometidas, es no saber -en su momento- el bien que hacen
ni la ilusión que cosechan, en el campo anónimo de sus hermanos.
José Luis Gómez de Soto, me dió -en mano- la primera invitación,
para que mi mujer, asistiera al milagro de contemplar la salida
procesional de la cofradía, desde dentro del templo. Cosa impensable
en nuestros días, pero que jamás olvidaremos los enamorados de una
hermandad para siempre. También de sus manos, recibí el recuerdo
imborrable del pergamino que me acredita como “Hermano Costalero”
en el año del Cincuentenario y esa medalla -primigenia- (que
cariñosamente bautizamos como “el cencerro” en el argot
costaleril) que recortaba el arco ojival de San Esteban, firmada con
la leyenda de “hermano costalero”. Pero todo esto que escribo, no
es más que una ínfima muestra de la categoría que atesoró un
hombre sencillo y entrañable que lo dio todo por la Hermandad de San
Esteban, pasando por cada uno de los cargos de junta, que siempre
desempeñó con igual celo e infatigable responsabilidad, porque como
el mismo señalaba -transido de emoción- el día que recibió el
merecido homenaje de la insignia de oro de la Hermandad: “San
Esteban lo es todo para mí”.
Al final, como reza la canción: “las
obras quedan las gentes se van” -pero siempre nos alcanza el
recuerdo de esos hombres -en el buen sentido de la palabra, buenos-
la memoria escogerá el camino más corto para llegar de casa a la
Iglesia; de la iglesia a casa, como lo hacía José Luis Gómez de
Soto, de la mano de su fiel escudero -Mari Carmen- co-fundadores de
la “comisión de hermanas de San Esteban, del mismo modo que el lo
hizo -sin afán de protagonismo- siempre juntos, cortando las telas
crema y celestes de las túnicas que vestirán las nuevas
generaciones, cuando el tiempo sin tiempo de nuestros nietos, nos
releguen a ver pasar -desde una silla de sierpes- la cofradía de
nuestra vida. Embargado por la emoción de tan irreparable pérdida,
me quedo con una frase de NH MAYOR, Don José Luis Gómez de Soto:
“Para algunos, hasta luego, para otros, hasta el año que viene”.
D.E.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
con naturalidad