A José de Arimatea
He
vuelto al lenguaje de los ángeles y los santos; he cruzado con mis
piés tus umbrales; He escuchado atentamente la palabra que tenía
olvidada en mi memoria. Lo he hecho de la mano de mi hermano en
Cristo. No llevamos la misma sangre, porque aquel que reza
oficialmente como mi hermano, ha despreciado a este hijo pródigo,
que ahora se vuelve en alabanza, hacia aquel otro con el que se ha
reencontrado en el camino. El lenguaje que he vuelto a practicar,
habla solo de paz; sirve solo de alivio para las penas; hace el bien
que desea; se une en la comunión de los santos; te recibe con
alegría y te abraza en plenitud. Sus palabras son de consuelo y
ánimo; sus gestos exquisitos; sus formas especiales: siempre
atentos, cordiales, dispuestos, unidos en la Fe y por supuesto,
libres y orgullosos, en la aplastante revolución que supone en
nuestros días, proclamar, la siempre buena nueva, de ser Cristianos
-discípulos de Cristo-. Probablemente, este lenguaje, no encaja en
el devenir del hombre, que se enfrenta, cada día a la batalla de
sobrevivir en un mundo globalizado, que como su adverbio de modo
indica, no deja de dar vueltas, en un frenesí constante de masiva
competición. Y todo, para alcanzar las metas volantes del éxito
profesional, que cada vez se corresponden menos, con la preparación
académica y méritos propios de los contrincantes. Los títulos
académicos, las diplomaturas, los “máster” universales, se
amontonan como los “curriculum” en el valle del ninguneo. La
necesidad de un puesto de trabajo, no solo establece las diferencias
de clases, sino que se ha vuelto imperiosa y obedece más al bombo de
la suerte, que a la garantía de una especial preparación. Y no
quiero entrar en más detalles, ni por supuesto, en el terreno
farragoso de la política, donde hasta la ilustre democracia, se
convierte en esclava de lo que el mismo pueblo ha decidido en las
urnas. Vuelvo a ese lenguaje caduco y hasta cierto punto
estrafalario, que los laicos suelen denominar, mentira y falsedad de
una religión, que como todas las religiones son, el consuelo de los
tontos y fracasados del pueblo. Efectivamente, resulta ridículo el
mensaje de la verdad y la vida, cuando se vive tan de espaldas a la
Verdad. ¿Quien pondría hoy la otra mejilla?, ante la violencia y la
ofensa del prójimo...naturalmente un tonto, como Francisco, o un
juglar como el mismo santo de Asís. ¿Quien llamaría Bienaventurado
a los que sufren persecución por la justicia?...quien, mirando las
dos caras de una misma moneda, sentenciaría: “Dar a Dios lo que es
de Dios y al César lo que es del césar”...quien, sin tomar
medidas de salud pública, se juntaría con los leprosos, con los que
convalecen de oscura pandemia; con los enfermos y asolados por
infecciones mortales de necesidad...Pero la verdad es que existen
esas santas personas, que sin necesidad de otro credo más que el de
la solidaridad y la ayuda en acción, construyen verdaderas
catedrales al aire libre bajo el cielo raso de todas las Iglesias,
cuyos voluntarios hacen lo que su inmenso corazón les dicta,
inflamados por la divina misericordia. Este otro hermano en Cristo,
con el que la divina Providencia, me ha reencontrado, carga también
la cruz que todos llevamos, pero la lleva con la misma sana alegría
y beatitud, tanto por dentro como por fuera, luce su escueto
crucifijo a modo de colgante. Consuela al que llora, -que es hoy día,
aquel que se queja y pontifica su desgracia, creyendo que logrará
contagiar a todos con su intrínseco pesimismo. Nada de eso, mi
hermano, lee en los ojos con claridad, porque refleja en los suyos,
la gracia de los que no necesitan actuar como cómicos. Da testimonio
de una fe y una esperanza plena en el Señor, que no necesita otro
ejemplo ni obra, que su ejemplo de bondad y pura disposición. Es un
abrazo vivo de buena ventura, que acoge y ampara a todos los que
encuentra en el camino y nosotros despreciamos por su aspecto y color
de piel. Sin distinción de clases, tendencias o credos, a todos nos
habla en el lenguaje de los ángeles. Pero no de los que hablan como
los ángeles, profesionales del panegírico, la retórica parca o el
restañar de platillos, timbales y bombos de la orden de los
predicadores, sino en aquel otro lenguaje musical y sublime, que
amansa a las fieras, enaltece a los débiles y humilla a los
soberbios, que no es otro que el lenguaje antiguo y siempre nuevo de
la palabra de Dios, lo más subversivo y revolucionario que se puede
practicar en este mundo de grandes avances tecnológicos e
información inmediata, que vuelve, sin embargo a estrellarse -como
en otros tiempos imperiales-, con su propia decadencia. Los últimos
meses, mi hermano me ha devuelto una Paz que dormía abandonada en
los mejores rincones de la memoria. Quiero darle las gracias por su
presencia -alter ego- que retorna al camino de la verdad y la vida,
que para este humilde narrador, no ha sido otro, que el que nos marca
Cristo, el Señor de Sevilla que nace eternamente en San Lorenzo:
“¡Alegraos, alegraos...no tened miedo...ni del peso de vuestra
Cruz, ni del de las otras cruces, que el materialismo, la comodidad y
el deseo, nos han impuesto, para que vivamos tristes, atormentados o
sumidos en el pesimismo y la derrota!” Encomienda tu cuerpo, tu
alma y tu espíritu a Aquel que percibe, quien toca su túnica en
medio de la inmensa multitud: Hermanas, hermanos, la Fe te ha
salvado, solo basta tenerla del tamaño de un grano de mostaza para
hacer que se mueva una montaña. FELIZ AÑO ENTERO, VENTUROSO 2016
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