Al parecer, seguimos
viviendo de espaldas a la realidad, no solamente ya es que no creamos
en ella (lo que vemos a nuestro alrededor), es que no la aceptamos. Y
por eso alguno seguimos utilizando las gafas herméticas, que nos
adentran en esa otra realidad virtual que hemos construido, para
huir de la autentica y verdadera. Estos días de la Navidad, aunque
sean impuestos por compromisos familiares ineludibles; nos
permitirán desenchufarnos de la máquina que nos domina, aunque sea
por algunos momentos. Al quitarnos las gafas multi-dimensionales, más
allá del horario acostumbrado, veremos las cosas con la visión
olvidada de la sencillez, de la simplicidad, de lo cotidiano. Puntos
de vistas elementales, que cuando los observamos con detenimiento,
nos parecen hijos del dios menor fruto de nuestro vicio pagano. El
problema es que no creemos en casi nada, y menos en lo que no nos
gusta, es decir, nuestros deberes y obligaciones, como padres,
madres, hijos, hermanos, etc. Hemos olvidado, el sacrificio que hacen
por nosotros los demás, los más próximos. Achacamos al tiempo, sin
atender que el tiempo es cuestión metafísica, el tiempo que no
estamos dispuestos a perder con los nuestros, el tiempo
importantísimo, al que restamos la importancia de comer juntos, para
no perder la sana costumbre de dedicarnos ese tiempo esencial que
cada uno necesita respectivamente. Porque entendemos que no tenemos
ese tiempo, para conocernos mejor, y lo que estamos haciendo es
perder ese precioso tiempo, distrayendo nuestra mente y nuestros
sentidos, en el juego infausto de una máquina que nos proporciona la
evasión de todos nuestros deberes y obligaciones. Llegamos a
confundir, esos deberes con los problemas cotidianos y en ese
sentido, a mezclarlo todo. Si tu pareja te llama al zafarrancho de
compartir tareas, tu muestras la peor cara. El ego de que estás
seguro que tu trabajo es superior al de ella, técnicamente, a pesar
de estar menos remunerado, incluso dependiendo económicamente de tu
pareja, crees que el proyecto que llevas entre manos, es una
auténtica pasada, que tarde o temprano te llevará a alcanzar las
mieles del triunfo y la gloria, pero en realidad, el único triunfo y
gloria que te depara,es una más que probable adicción a un juego,
tan peligroso y traicionero ,como las máquinas tragaperras. Es
cierto que cuando una persona cree en sí mismo y su proyecto, no
habrá nada ni nadie que lo frene; pero las ideas, cuando son
exclusivas y fuera de serie, tienen su tiempo, su ciclo vital y
cuando estos ciclos de desarrollo y perfección, se prolongan
demasiado en el tiempo, alguien debe tener la suficiente conciencia
de aparcar el sueño, sin descuidarlo, y pasar a dedicar el exclusivo
tiempo que se merece la familia. No aceptar esa realidad, se quiera o
no, evidentemente más nítida que la virtual, es huir hacia el
terreno de nadie donde vamos edificando una sociedad con bastantes
problemas de comunicación, esta es la paradoja, en un mundo cada vez
más informado e instantáneo, el hombre se relaciona con sus
semejantes a través de la máquina. Esta especie de ostracismo
personal, fruto de las últimas tecnologías está creando una
deshumanización, más pendiente de la pantalla, el mensaje, la
actualización, el diseño, el programa, la tutoría digital, y el
entretenimiento en horario laboral, que de lo que te parece desfasado
y de segundo orden. No todos los niños son Einstein, o Bill Gate,
no toda la educación, se reduce a la pantalla digital, que está
convirtiendo la realidad en virtual y apartándonos -cada vez más-
del conocimiento de la lógica y la razón, de la memoria, el
entendimiento y la voluntad. No todo se nos puede dar hecho, porque
no sabremos hacer nada sin cargar la batería del móvil y encender
el portátil o la consola. Nuestros menores no se alimentan sólo, no
deben nutrirse de la falacia en bolsa de chuchería o el adulterado
snack, nuestros menores, necesitan a sus padres, ejerciendo de
padres; en forma, no sentados siempre ante la pantalla de tablet;
padres consagrados que saben separar el trigo de la cáscara. Las
alarmas están puestas, las sirenas suenan cada vez con mayor
contundencia; primero fue el paulatino fracaso escolar al cual no
dimos mayor importancia, porque creemos saber más que nuestros
educadores y donde se va a comparar el desarrollo mental, a velocidad
de la luz y el nivel competitivo que proporciona la maquinita al
niño. Creer saber más que nadie, aunque sea en lo nuestro, es uno
de los errores más garrafales, porque siempre habrá alguien que
está por encima, si no Dios, será la ciencia, sinó la ciencia,
será la realidad, que por dura que parezca, siempre será más
segura, nítida y convincente, que esa otra realidad virtual y
apasionante quimera, que no deja de ser en realidad, un engaño para
lucrarse los mismos que controlan los vicios que nos dominan.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
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