foto, El Correo web
Conviene
hacer la señal de...digo no olvidarse del móvil: al salir de casa;
(cacheo los bolsillos, llevo el móvil). Al entrar en la...digo en el
trabajo (dichosos los que están en nómina más de una semana,
ganando 500 al mes)... antes de comer,( repaso el móvil, reviso mis
grupos de wasap, veo las 300 fotos de postureo faceburil, algunos
vídeos de caídas del imperio vándalo, que sean virales; compito en
la carrera de los dolores de mi familia; recuento a ver quien gana en
barbitúricos; me embobo con las divas y divos que están de la
muerte, que sencill@s) y antes de
dormir, repito, sobre todo al verme en alguna necesidad, tentación o
peligro, que es prácticamente, el resto del día. Después tengo la
desfachatez de exclamar: ¡No!, si yo no utilizo el móvil apenas,
solo para saber como está mi gente, que si no los llamo o envío un
wasap, de mi no se acuerdan. Y ahora me vienen, -ahora pasa-, lo que
está pasando, al enfrentarnos con la cruda realidad, -que como bien
sabemos, supera a la ficción- El móvil, forma parte de nuestras
vidas, como lo forma nuestra pareja; nuestros hijos; nuestros nietos
y/o, nuestros mejores amigos. Digamos que es, nuestro DNI; el
elemento que más nos distingue y al mismo tiempo nos une, la
etiqueta de “anís el mono”, según Chiquito, o el graduado
escolar de mano, título mínimo e indispensable para encontrar un
sitio en esta vida, o dicho de otra manera, como predica mi
presbítero de cabecera: el refugio de la más absoluta soledad en la
que han sumido las nuevas tecnologías al hombre, en los últimos
tiempos. Pero seguiremos, negando la evidencia, como Pedro negó a
Cristo; como aquella mentira humana, que convirtió a los
documentales de la 2 en leyenda, como la vergonzante confesión, de
que solo veo “Salvame” por entretenerme, poniendo como lamentable
excusa, la violencia de los telediarios y la baja calidad y exceso de
sexo, que genera el cine español o la infumable programación de
tve1. Bueno, no todo es verdad, pero la verdad es un espejo en el que
nos miramos y cuando nos miramos a ese espejo, espejito mágico, la
realidad nos muestra la cara de lo que somos. Eso es lo que hay, no
hay más ciego, que el que no quiera ver. La salida extraordinaria
del Señor, para presidir el Pontifical, organizado por el CGHHyC ,
con motivo del cierre del Año Jubilar de la Misericordia -del tirón
me ha salido- aunque algunos -no lo reconozcan- EL SEÑOR ES EL SEÑOR
y no hay más que uno, el que manda en Sevilla para España y la
humanidad. Ese mismo SEÑOR, que ha congregado, la más ingente
multitud que se haya echado a la calle, en todos los tiempos de la
historia de esta ciudad santa -hablo de memoria en voz alta- nos ha
mostrado, además de la imagen viva de Dios encarnado, andando por
sus calles, como el que anduvo en el mar, la otra cara de la moneda,
el dichoso móvil estereotipado, que clamaba, levantando al unísono
el multicolor objetivo digital de sus pantallas, la llegada del
Señor, para inmortalizar su paso. Los ciegos -dice el Evangelio- no
podían ver al Maestro y por ello gritaban: ¡Jesús, hijo de David,
bendito de Dios, TEN PIEDAD DE NOSOTROS! Pero hay que estar más
ciego todavía, para no ver pasar al SEÑOR de Sevilla, o dejar de
admirar el Milagro de verle ese instante preciso que pasa por
nuestro lado. Tu crees que la invasión silenciosa de los móviles,
apuntando al SEÑOR, es capaz de restar atención a la incontestable
catequesis que estaba impartiendo el Maestro por las calles de
Sevilla. Sí, todo pasa y todo llega, ahora resulta que les molesta
la marejada de móviles a aquellos que estaban acostumbrados a
levantar impunemente sus cámaras con el dichoso zanco -entonemos
pues humildemente el mea culpa- el mea culpa que se alzaba en su
escaloncito metálico, para captar la foto soñada, de manera
arbitraria, inopinadamente, sin respeto al personal, que también a
la bendita imagen, por supuesto. Haberlos hailos, como las meigas,
Dios guarde a los que siempre respetaron al respetable, buscando el
buen sitio -sin molestar- alzando el escalón sobre la pared o
pertrechándose juntos en gradas accesorias y reservadas para su buen
oficio. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos con la mejor
naturalidad -aunque la invasión silenciosa- sea de lo más
desnaturalizada que se conozca. Es una realidad y como tal imparable,
hasta que por sus propia inercia, caiga al abismo que le
corresponde. El Señor, había que sentirlo y vivirlo, como se vivió
y sintió bajo el mismo cielo rendido a sus plantas y tanto fue así,
que además de vivirlo ¡Dichosos porque somos salvos en la Fe de
acariciar el mismo aire que El respira, en el vaivén de su túnica!,
sin dejar de rezarle, como quiera que cada uno reza en su corazón.
Nos lo llevamos a casa y lo compartimos y multiplicamos -Bendita
imagen-,, con quienes no contaron con la suficiente salud para
verlo. Personas mayores, enfermos, impedidos, presos, desesperados,
que aún están gozando -estamos gozando- con lo captado por esta
invasión de móviles. Gracias a las nuevas tecnologías, como
gracias – siempre y en todo lugar, vaya por delante- a la labor
encomiable de los reporteros gráficos y tantos y tantos
profesionales, con los que tuvimos la suerte de gozar, -no solo la
presencia viva de Dios por la nuestra Jerusalén-, sino el don
magnífico de la ubicuidad-, disfrutando de todo lo largo y ancho de
su recorrido y sus momentos irrepetibles: La música de “Ione” en
el Andén; Su visita a las Hermanas de su Cruz y su paso por
Montesión, a los sones de la Pasión. Todo ello, además de la dicha
de haber escuchado su Palabra elocuente en respetuoso silencio, lo
llevamos en el móvil -cada uno cuando más lo necesite-, como
antidepresivo y eficaz ansiolítico, para revivirlo en la dulce
intimidad de nuestros hogares. Si hoy y para siempre, vimos o
escuchamos a Dios, no endurezcamos el corazón. Así sea.
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