a Amparo López
Erase una vez una pareja de enamorados que «divagando por la ciudad de la gracia», celebraban el día del Amparo. Era una tarde tibia de otoño, tan agradable, como iluminada por el mejor ORO viejo del sol, que derramaba sus rayos, dorando con primor, el perfil de Las vetustas cúpulas y espadañas. Dejándose llevar por los alados pasos del romance, paseaban perdidos de la noción del tiempo y el espacio, pusieron sin saberlo música de fondo a las palabras eternas que hacen infinitos los instantes y se graban para siempre en la memoria, perpetuando el recuerdo.
Por el compás de la Laguna, Amparo despertó del letargo que sume a los enamorados en la nube de la dicha, inhalando aquel otro aroma que sitúa las almas, en el tiempo sin fecha, donde Sevilla derrama su intransferible fragancia. «huele a Semana Santa», -músito la joven-...también a azahar o a nardos...Y sin ser primavera, ni semana Santa, ni estando el naranjo en flor, el otoño, donó la armonía suficiente, para que pareciera, el tiempo que en realidad era, -un mágico contraste de sereno atardecer-, templado y dulce, con sabor a almendras garrapiñadas sobre un ocaso que bajaba desde el Altozano, como la Centella de la canastilla del Señor del Gran Poder.
Amparo vio el cielo abierto, cuando apareció la Virgen, vestida de sol, bajo el dosel primoroso de los azules cobalto del cielo que escogió Sevilla para la Magdalena. A la joven se le iluminó la cara, cuando preguntó por el nombre de la Imagen y alguien respondió: «La Virgen del AMPARO»...¡Anda, que suerte...mi Virgen! Y todo encajó a la perfección, desde aquel momento, en que se alinearon los astros de la casuística.
La madre de Amparo, había vivido en Pastor y Landero, junto a su tía, que se llamaba Amparo. Amparo le puso de nombre, su madre, en honor de su tía, que era a su vez su madrina. Por parte de su novio, delante del altar de la Virgen, titular de la Parroquia, habían contraído matrimonio, los abuelos maternos, a los cuales le unía una estrecha relación con la Parroquia, pues se habían criado en el ARENAL.
Así pues, nada sucede por casualidad, todo tiene su causa y efecto, si el mundo es un pañuelo, Sevilla lo embriaga y se lo pone de adorno en la solapa. Amparo, selló aquella tarde, ante el paso de María Santisima del Amparo, la promesa, de acudir -todos los años- para ver la procesión al lado del que hoy es su marido. Como no podía ser de otra manera, con el paso del tiempo, la Virgen bendijo su feliz matrimonio, con dos preciosos hijos, nietos del que suscribe así como alegría y orgullo en el otoño de nuestras vidas. La promesa de Amparo, se convirtió en hermosa tradición familiar de ver a la Virgen y celebrar con el ágape su onomástica en familia, todos los años. Doy Fe.
EPILOGO: Para poner el punto final a este cuento, convertido en realidad, tengo que confesar el no saber, como FELICITAR a su protagonista, Amparo -mi querida nuera- solo puedo añadir de tan inigualable madre, esposa, hija y mejor persona, que Ella sabe muy bien lo que siento, porque es lo mismo que yo siento muy bien por Ella. Nosotros nos entendemos ¿Verdad, Amparo? Nos vemos, delante de la Virgen.
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