No habrá Paz, hasta que
el hombre se convierta, como el mosto en vino nuevo, hasta que los
pacíficos, siembren la semilla de la conciliación en el huerto
donde se recrean las nuevas generaciones curadas de pretéritas
memorias. Hasta que la misericordia y no las buenas razones, ni el
sacrificio inútil, se demuestre con las obras corporales y
espirituales; hasta que la mentira, aplastada por la luz de la verdad
en libertad, descubra que la guerra es un fracaso, se mire desde la
punta cardinal de donde se mire. No habrá Paz, hasta que la
industria armamentista, reconvierta su universal arsenal, en
productos de fogueo, para el ocio de la humanidad que hace colas en
un parque temático de atracciones de feria. Y desde el Porvenir, en
el esplendor del tiempo, los blancos encalados barrios de la vida,
tracen alineadas de naranjos las calles, por donde pasa la Reina
primorosa de la Paz perfectamente igualada. Mientras tanto, no habrá
otra Paz, que la que se corona, con reflejos purísimos de plata
cincelada por nuestras buenas intenciones, coronada por la devoción
de los hijos que mamaron la blanca leche de una túnica nazarena,
siguiendo una Cruz de miel, con cantoneras argénteas que paso de
padres a hijos. No habrá más Paz, que el fin de una guerra
fratricida, fundamentalista, energúmena y fanática, que lleva a los
pueblos a la ruina, bendice los crímenes contra la humanidad, les
promete el paraíso de las huríes o absuelve a los soldados del
asesinato reciproco o colectivo. Si esta cerrazón no termina.,
habrá Paz condicionada por la distancia que separa oriente de
occidente, Una paz, disfrazada de mentiras políticas, que iza la
sábana manchada por los sangre sobre un tronco arruinado en el
suelo. Una Paz derramada por la piel de los más débiles, que orada
la geografía de los países menos prósperos, de bases atrincheradas
y puntos estratégicos, donde se almacena la riqueza que se le niega
al pueblo. Mientras tanto, reclamando esa Paz antigua como el hombre,
se hechará al vuelo la Paloma mensajera; la Reina indiscutible, la
siempre Bienaventurada Virgen, que en Sevilla, como en todos los
hitos de la perseguida cristiandad, tiene pena de Dolorosa. Pena de
cruz, entre sus dulces manos, colmo de la misericordia, dispuesta a
recorrer el camino de su coronación popular. Pero ¿todo vale para
coronar esa Paz que junto a la Trinidad , reina Coronada en la vida
Eterna?, No todo no vale, porque en este Valle, las coronas
canónicas, cuestan más para unas Vírgenes que para otras,
suponiendo que todas las Imágenes Marianas y benditas están
consagradas a la misma Dignidad.. Todo vale lo que cuesta creerlo, o
pagarlo con limosnas, dispendios empleados para para mantener viva la
mermada industria de la Orfebrería y maquear la cara de la
misericordia que va sobrada de obras y escasa de contenido. Pero todo
se da por bien empleado, cuando sirve sobre todo a una causa perdida.
La Paz imposible, no ha dejado de llorar en la tierra, el llanto
famélico de las víctimas principales de la guerra; los más
débiles. La Paz siempre incumplida, huye de Siria, muerta de miedo
en el rostro de las madres de Jerusalén. La blanca enseña de la
mayor quimera del mundo, enjuga la Pasión y Muerte de los niños de
Alepo. Una Paz inaccesible que se desgrana y expande, haciendo añicos
de metralla, sembrando el terror, como un gran puzle, imposible de
reconstruir en su retablo vandálico de cerámica polvorienta. La
última letanías de la Señora, la que inmediatamente alerta a la
familia, tenía que ondear su bandera blanca, el sueño de la Paz,
desde su nido del Porvenir, como un último recurso, de los últimos
recursos más llenos de buena voluntad, que de justicia, que esgrime
la Iglesia de Sevilla, en la tierra de María, en el año de la
Misericordia. Aunque fuere una semana y costase, lo mucho que valió
la Pena de ver, camino de la Catedral, su tálamo de albas
transparencias, fundidos en un parque, edificado entre pabellones y
flora neogótica, que hacía juego con una orfebrería digna del
jardín de las delicias. No habrá Paz, ni a largo y a corto plazo,
solo será una semana de alto el fuego, pero tan alto, como las
marías enrizadas que custodian a la Reina y tan profuso como la
diametral candelería de nácar que abre el cortafuego, que nos lleva
por el único camino posible, la dulce calle del centro del palio,
que destrona a los poderosos y enaltece a los humildes. Aquel
magníficat, que todas las generaciones proclamaron Bendita; Hija del
Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, que entre
sollozos musita la Paz que está con todos nosotros, para que la
regalemos y distribuyamos fraternalmente. De esta Paz, que no hay
otra que se precie, por auténtica y verdadera, por humilde y
Piadosa. De esta Paz nacida en el Porvenir, como todo lo que tiene
Vida eterna, tuvimos hace días, presencia en toda su Realeza
Coronada y a Dios que la disfrutamos, por la ciudad histórica de
Placentines, Alemanes, Avenida y Palacio consistorial, donde la
lluvia tan deseada, calló como chuzos ingrávidos de perfumada
precipitación. No habrá Paz, hasta que el mundo la copie, como
mapa del tesoro en toda su geografía. Ella sigue siendo el futuro
aparcado por el bienestar del hombre, en el viejo olvido de la Fe.
Ella es el Porvenir y el porllegar de la única PAZ posible en el
mundo, con Pena de Dolorosa.
el blog de Antonio Sierra Escobar -Mayo 2006- Mi espacio para el verso y la prosa, la crítica y la imaginación desmedida y por descubrir.
Mostrando entradas con la etiqueta Extraordinarias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Extraordinarias. Mostrar todas las entradas
jueves, 6 de octubre de 2016
viernes, 23 de octubre de 2015
¡Como no te voy a querer, HINIESTA!
PROLOGO:
Corría el año 1982, aquel Domingo de Ramos, regresabas a San Julian, sin corona; nadie echaba de menos la presea -más bonita aún- parecías, bajo la gloria de tu palio iluminando la noche que amenazaba aguas. No tardó en llegar el inclemente chaparrón, cuando Tu Hijo, el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, alcanzaba San Marcos a "paso mudá" sin posibilidad de otro refugio que no fuera San Julián. Tu avanzabas por Bustos Tavera, buscando Peñueñas, para cobijarte en San Román, faltó tiempo para que las puertas de la canela y el clavo, se te abrieran de par en par. La lluvia en Sevilla, es una maravilla indeseable, que a veces nos deja estampas imborrables. Madre Hiniesta, Reina sin necesidad de corona, salvaba la ojiva de San Román, con el público sucinto y necesario, para que los "privilegiados" que contemplábamos la escena memorable, entrásemos contigo en el Templo. La lluvia amainó, como la preocupación de tus hermanos al saber que el Cristo de la Buena Muerte había llegado a San Julián. La noche se abrió con luz de luna, para alumbrar también el regreso anunciado a Tu parroquia. De nuevo la maniobra de salvar brillantemente, la ojiva de San Román, gracias a la pericia de tu capataz y el esfuerzo sentido de tus costaleros. La calle Socorro, era todo un poema que te rendía honores de alabanza, al verte pasar sin corona, con la candelería apagada a la tenue luz de las dos "marías" que flanqueaban tu melifluo rostro. A paso de tambor -más bonita aún parecías- ante los ojos que te acompañaban, brillabas con luz propia, sin corona ni cera que Te alumbrara, hasta llegar a la esquina de Moravias. Los hombres de la caña, obraron el milagro de encender tu paso, como una infinita luminaria de resplandores que se proyectaban en la cal de San Julian, inmortalizando una noche de Domingo de Ramos, para el recuerdo. La Banda de la Cruz Roja, apuntó Campanilleros y la Plaza se abarrotó de fieles salidos de la nada, de pronto, mi compañera y yo, nos vimos atrapados en la bulla de la puerta, sin espacio apenas, para permitir que tu palio se cuadrase en una eterna chicotá, tras el éxtasis, le pregunté a mi compañera si se encontraba bien; ella me respondió en estado de gracia: "Me acaba de pisar todo el costero izquierdo del paso"..¡.pero en la gloria!.
Corría el año 1982, aquel Domingo de Ramos, regresabas a San Julian, sin corona; nadie echaba de menos la presea -más bonita aún- parecías, bajo la gloria de tu palio iluminando la noche que amenazaba aguas. No tardó en llegar el inclemente chaparrón, cuando Tu Hijo, el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, alcanzaba San Marcos a "paso mudá" sin posibilidad de otro refugio que no fuera San Julián. Tu avanzabas por Bustos Tavera, buscando Peñueñas, para cobijarte en San Román, faltó tiempo para que las puertas de la canela y el clavo, se te abrieran de par en par. La lluvia en Sevilla, es una maravilla indeseable, que a veces nos deja estampas imborrables. Madre Hiniesta, Reina sin necesidad de corona, salvaba la ojiva de San Román, con el público sucinto y necesario, para que los "privilegiados" que contemplábamos la escena memorable, entrásemos contigo en el Templo. La lluvia amainó, como la preocupación de tus hermanos al saber que el Cristo de la Buena Muerte había llegado a San Julián. La noche se abrió con luz de luna, para alumbrar también el regreso anunciado a Tu parroquia. De nuevo la maniobra de salvar brillantemente, la ojiva de San Román, gracias a la pericia de tu capataz y el esfuerzo sentido de tus costaleros. La calle Socorro, era todo un poema que te rendía honores de alabanza, al verte pasar sin corona, con la candelería apagada a la tenue luz de las dos "marías" que flanqueaban tu melifluo rostro. A paso de tambor -más bonita aún parecías- ante los ojos que te acompañaban, brillabas con luz propia, sin corona ni cera que Te alumbrara, hasta llegar a la esquina de Moravias. Los hombres de la caña, obraron el milagro de encender tu paso, como una infinita luminaria de resplandores que se proyectaban en la cal de San Julian, inmortalizando una noche de Domingo de Ramos, para el recuerdo. La Banda de la Cruz Roja, apuntó Campanilleros y la Plaza se abarrotó de fieles salidos de la nada, de pronto, mi compañera y yo, nos vimos atrapados en la bulla de la puerta, sin espacio apenas, para permitir que tu palio se cuadrase en una eterna chicotá, tras el éxtasis, le pregunté a mi compañera si se encontraba bien; ella me respondió en estado de gracia: "Me acaba de pisar todo el costero izquierdo del paso"..¡.pero en la gloria!.
En el
luminoso patio de la casa de vecinos, Millán y yo, jugábamos a los
“pasitos”. Millán era macareno, presumía de túnica: terciopelo
de Lyon, escudos bordados en oro y capa de merino. Yo elegía siempre
a la Hiniesta, el primer repeluco de la Semana Santa, que estrené
con el uso de razón, en brazos de mi hermano mayor, bajo el cielo
azul plata de San Julian. No concebía el Domingo de Ramos, sin ver
salir a la Hiniesta. (de hecho, ni aún lo concibo) Ese contraste
purísimo, entre el azul, el profuso y apretado calvario de claveles
del Santísimo Cristo de la Buena Muerte -calado hasta las rodillas
para salvar la ojiva-; los acordes marciales de la guardia civil de
Eritaña y la melodía del “perdona a tu pueblo Señor” al compás
de la Cruz arbórea que se alzaba al cielo como por ensalmo. Después,
la desgarrada voz del capataz, en medio del silencio expectante, que
pedía ¡más a tierra ese costero!, entre los estertores de un ¡duro
valiente con Ella!, que te transmutaba el alma. Corría el jubiloso
año de la Coronación Canónica de la Hiniesta Gloriosa, patrona de
la Corporación Municipal, cuando ingresé en la Hermandad. Todavía
las túnicas eran propiedad de la cofradía y gracias a una buena
vecina del barrio, me hice con una, por intercesión de mi madre, convirtiendo el sueño en
realidad de poder acompañar a la Virgen en su cortejo el Domingo de Ramos
de 1973. Recuerdo con emoción aquel Domingo de Ramos de libro;
nerviosismo y sol radiante -como mandan los duendes de San Julian-
ambiente apretado en la antigua casa hermandad, explanada al sol,
donde formaban los tramos del palio; mi ansiedad en hacerme hueco
junto al banderín franciscano...
y la salida. Jamás se olvida, de eso pueden dar fe los hermanos de la Hiniesta y público invitado, la silueta del Cristo de la Buena Muerte, recortado en el umbral de la ojiva, -desde dentro- al contraste humano de la penumbra y la luz enmarcada en su escueta y radiante dimensión de contraluces indescriptibles, tamizados por los nimbos de incienso. El primer baño de sol que recibimos los nazarenos formados en pareja para salir a la calle, el calor del barrio, el inusitado ambiente de gozo, ilusión y emociones contenidas, que nos embarga a todos. El tiempo y los relojes se pararon, desde el primer instante que contemplé el precioso cobre de las espaldas divinas de Cristo recibiendo la bellísima expresión oferente de la Magdalena arrodillada a sus piés -la providencia había querido que fuera a una distancia prudente del Señor- viendo lo que deseaba ver y escuchando lo que me apetecía. Ni el calor, la sed o el hambre, hicieron mella, en mi férrea voluntad de hacer estación de penitencia, a la sevillana manera de rezar disfrutando. Al menos no recuerdo otra cosa que no fuera disfrutar, desde el retiro anónimo e inédito, que te confiere el antifaz de raso.
Hasta en los momentos más crudos, cuando empieza a hacerse pesado el largo y sinuoso recorrido de la cofradía -en el fragor de la bulla delirante que acompaña a la jornada del Domingo de Ramos- se vino abajo el ánimo, entusiasmado en cada momento, por el paisaje de calles escogidas por el itinerario, las luces y los brillos de la tarde-noche, el fervor y el recogimiento. Si acaso el cansancio intentaba desvanecerme, solo tenía que fijar la mirada en la Cruz de la Buena Muerte y escuchar los sonidos, aspirar los sabores y exhalar el aroma de una cofradía que cuanto más avanzaba despaciosamente, más fuerza de flaqueza y esplendor consigue extraer de los sentidos del que la vive y goza en la calle. Por San Marcos, recibía todo el calor y la fuerza de la proximidad del hogar que me esperaba y sin solución de continuidad, llegaba hasta las mismas puertas de San Julián, con las ansias renovadas de ver cumplido aquel sueño. Por mi edad, ni tan pequeño, como para buscar el refugio reconfortante de los brazos de una madre biológica que me recibiera, ni tan mayor, como para que el cansancio bloqueara mis constantes vitales, para verme obligado a salir por la puerta accesoria, una vez cumplida la estación de penitencia. Me quedé como extasiado a las plantas del paso del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, arriado en su lugar de reposo, como si una fuerza irresistible me obligara a esperar a la Madre Bendita, que ya anunciaba -a través de su Banda de música-, que se acercaba al dintel. Como un ascua de luz y aroma, la Hiniesta llegó, alcanzando con su Bendición toda oración y promesa. Si de frente, venía hermosa, cuadrada bajo la ojiva, su precioso manto azul como la noche cuajada de estrellas, nos cubría, nos coronaba la ráfaga de su presea y el crepitar de los candelabros de cola, sembraba claridades de luces cimbreantes que agigantaban la penumbra del templo. Es curioso, como el recuerdo juega al escondite con la mente, la memoria no me alcanza otra cosa que aquella visión de la Virgen de la Hiniesta enmarcada en la puerta, como si el sueño, no quisiera cerrar nunca las hojas de esa página que no se si en realidad, viví o soñé para siempre.
Lo cierto es que de vuelta a casa, bien entrada la madrugá, por el entresijo de sombras alargadas que se proyectaba sobre los adoquines brillantes de luna del Pasaje Mallol, mis pasos cansados y torpes, firmaban la historia de amor más hermosa, que me uniría, para el resto de mi vida, con la Hermandad de la Hiniesta. Pasó el tiempo inexorable y los relojes marcaron las horas que apuran los años, aquel nazareno de la ilusión, dejo de vestir la túnica de la Hiniesta, sin perder un àpice de aquel amor firmado -paso a paso- con la Hermandad de San Julián. La vida, con su carga inesperada de circunstancias desfavorables, consiguió alejarme del hábito y número de hermano, que hoy sería de parejas nombradas, sin embargo, los sentimientos, esa ansiedad palpitante de estar presente con toda el alma, el Domingo de Ramos en San Julian, escuchar a los amigos del "Llamador" transmitiendo la salida; marchar a su encuentro por la muralla de la Puerta de Córdoba, citarme con Ella en el Pumarejo; esperarla en Alemanes o simplemente, musitar su Bendito nombre, en el eterno instante que la tengo delante y pasa -como un temblor alucinante de aroma, luces y plata- en la inmensidad de su Palio- me transfiguran en aquel niño, nazareno de la Hiniesta, que nunca perdió la ilusión, ilusión y sentimientos que hoy día permanecen intactos, grabados -en los ojos vidriados de un hombre- que vuelve a ser aquel niño que cuenta los días que faltan para verla de nuevo -esta vez en procesión Gloriosa por el antiguo caserío de su barrio- con motivo del 450 aniversario de la aprobación de sus primeras Reglas.
y la salida. Jamás se olvida, de eso pueden dar fe los hermanos de la Hiniesta y público invitado, la silueta del Cristo de la Buena Muerte, recortado en el umbral de la ojiva, -desde dentro- al contraste humano de la penumbra y la luz enmarcada en su escueta y radiante dimensión de contraluces indescriptibles, tamizados por los nimbos de incienso. El primer baño de sol que recibimos los nazarenos formados en pareja para salir a la calle, el calor del barrio, el inusitado ambiente de gozo, ilusión y emociones contenidas, que nos embarga a todos. El tiempo y los relojes se pararon, desde el primer instante que contemplé el precioso cobre de las espaldas divinas de Cristo recibiendo la bellísima expresión oferente de la Magdalena arrodillada a sus piés -la providencia había querido que fuera a una distancia prudente del Señor- viendo lo que deseaba ver y escuchando lo que me apetecía. Ni el calor, la sed o el hambre, hicieron mella, en mi férrea voluntad de hacer estación de penitencia, a la sevillana manera de rezar disfrutando. Al menos no recuerdo otra cosa que no fuera disfrutar, desde el retiro anónimo e inédito, que te confiere el antifaz de raso.
Hasta en los momentos más crudos, cuando empieza a hacerse pesado el largo y sinuoso recorrido de la cofradía -en el fragor de la bulla delirante que acompaña a la jornada del Domingo de Ramos- se vino abajo el ánimo, entusiasmado en cada momento, por el paisaje de calles escogidas por el itinerario, las luces y los brillos de la tarde-noche, el fervor y el recogimiento. Si acaso el cansancio intentaba desvanecerme, solo tenía que fijar la mirada en la Cruz de la Buena Muerte y escuchar los sonidos, aspirar los sabores y exhalar el aroma de una cofradía que cuanto más avanzaba despaciosamente, más fuerza de flaqueza y esplendor consigue extraer de los sentidos del que la vive y goza en la calle. Por San Marcos, recibía todo el calor y la fuerza de la proximidad del hogar que me esperaba y sin solución de continuidad, llegaba hasta las mismas puertas de San Julián, con las ansias renovadas de ver cumplido aquel sueño. Por mi edad, ni tan pequeño, como para buscar el refugio reconfortante de los brazos de una madre biológica que me recibiera, ni tan mayor, como para que el cansancio bloqueara mis constantes vitales, para verme obligado a salir por la puerta accesoria, una vez cumplida la estación de penitencia. Me quedé como extasiado a las plantas del paso del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, arriado en su lugar de reposo, como si una fuerza irresistible me obligara a esperar a la Madre Bendita, que ya anunciaba -a través de su Banda de música-, que se acercaba al dintel. Como un ascua de luz y aroma, la Hiniesta llegó, alcanzando con su Bendición toda oración y promesa. Si de frente, venía hermosa, cuadrada bajo la ojiva, su precioso manto azul como la noche cuajada de estrellas, nos cubría, nos coronaba la ráfaga de su presea y el crepitar de los candelabros de cola, sembraba claridades de luces cimbreantes que agigantaban la penumbra del templo. Es curioso, como el recuerdo juega al escondite con la mente, la memoria no me alcanza otra cosa que aquella visión de la Virgen de la Hiniesta enmarcada en la puerta, como si el sueño, no quisiera cerrar nunca las hojas de esa página que no se si en realidad, viví o soñé para siempre.
Lo cierto es que de vuelta a casa, bien entrada la madrugá, por el entresijo de sombras alargadas que se proyectaba sobre los adoquines brillantes de luna del Pasaje Mallol, mis pasos cansados y torpes, firmaban la historia de amor más hermosa, que me uniría, para el resto de mi vida, con la Hermandad de la Hiniesta. Pasó el tiempo inexorable y los relojes marcaron las horas que apuran los años, aquel nazareno de la ilusión, dejo de vestir la túnica de la Hiniesta, sin perder un àpice de aquel amor firmado -paso a paso- con la Hermandad de San Julián. La vida, con su carga inesperada de circunstancias desfavorables, consiguió alejarme del hábito y número de hermano, que hoy sería de parejas nombradas, sin embargo, los sentimientos, esa ansiedad palpitante de estar presente con toda el alma, el Domingo de Ramos en San Julian, escuchar a los amigos del "Llamador" transmitiendo la salida; marchar a su encuentro por la muralla de la Puerta de Córdoba, citarme con Ella en el Pumarejo; esperarla en Alemanes o simplemente, musitar su Bendito nombre, en el eterno instante que la tengo delante y pasa -como un temblor alucinante de aroma, luces y plata- en la inmensidad de su Palio- me transfiguran en aquel niño, nazareno de la Hiniesta, que nunca perdió la ilusión, ilusión y sentimientos que hoy día permanecen intactos, grabados -en los ojos vidriados de un hombre- que vuelve a ser aquel niño que cuenta los días que faltan para verla de nuevo -esta vez en procesión Gloriosa por el antiguo caserío de su barrio- con motivo del 450 aniversario de la aprobación de sus primeras Reglas.
domingo, 4 de octubre de 2015
sábado, 13 de septiembre de 2014
LA PAZ ES LA LUZ DEL PORVENIR
75 Aniversario de la Hermandad de la PAZ; SALIDA EXTRAORDINARIA
La Paz con solo verte se demuestra
contesta y resplandece por el Parque
tu nombre la adormece y la recuesta
cubriéndola de música y detalle.
De verte en ese sueño de blancura
de níveo paladar, cantar suave
la tarde se disipa en el ocaso...
de malva paladar, ¡preciosa Madre!
La Paz con solo verte se demuestra
contesta y resplandece por el Parque
tu nombre la adormece y la recuesta
cubriéndola de música y detalle.
De verte en ese sueño de blancura
de níveo paladar, cantar suave
la tarde se disipa en el ocaso...
de malva paladar, ¡preciosa Madre!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Entrada destacada
MACARENA UNIVERSAL.... "Ya viene, La Macarena"
Serie: #Pararse,ahi Cap 04
-
http://fotoblognaturaldesevilla.blogspot.com.es/2014/11/amargura-de-otono.html Archivo Elena Mep. http://amarguraysilencio.blogspo...
-
CINE DE VERANO Ven conmigo al cine De sábanas blancas En noche fragante De aroma de albahaca… La salama...
-
naturaldesevilla: El amor en los tiempos de what-saap : Siempre ha habido más amor que nunca, porque nunca el amor ha sido para siem...