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sábado, 22 de noviembre de 2008

EL SECRETO DE LA ROLDANA II (Trece pesos escudo de plata)



Excma. Sra. Tal y como teníamos convenido en nuestra conversación mantenida a sesenta días pasados y atendiendo a su ruego, pláceme comunicarle que obra en mi poder; Providencia firmada y rubricada por su Eminencia Reverendísima, Don Jaime de Palafox y Cardona, Arzobispo de Sevilla, por la que se viene a autorizar el permiso solicitado para…
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Una vez acomodados en el carruaje, el fraile mensajero, sentado a la derecha de Luisa Ignacia; los pasajeros se abandonaron a sus correspondientes “de profundis”; el religioso sumido en sus constantes oraciones y la hermosa Dama escrutando cada palabra entre líneas del pergamino tan esperado. Presa de una ansiedad febril, los latidos acelerados del corazón de Doña Luisa bombeaban su pecho con tal fuerza, que llegó a temer que el fraile se incomodara con los espasmos de su excitación, a Dios gracia atenuada por el crepitar de las ruedas contra el empedrado del pavimento. El sol alto de la mañana a media mitad de arena de la hora del Angelus, doraba el arabesco de la torre mudejar de San Marcos, lugar donde tenía arrendada la cripta que sirviera, llegado el momento ,para dar cristiana sepultura a su insigne progenitor. Ni la sonora algarabía de tratantes, mercaderes y rufianes que poblaban la Plaza de los Carros en su frenética actividad; ni el apabullante trajín de los pregones que vociferaban los comerciantes de abastos de la calle de la Feria, lograron distraerles de sus respectivos estados de abstracción. El Carruaje se detuvo en la fachada principal de la calle Andueza y dos guardias reales sirvieron de escolta a la Señora tan principal, seguida de Fray Jerónimo de Buenavista. La luz del mediodía realzaba el terciopelo azul de la lujosa capa, fruncida en la cervical a modo de capucha, cuyos ribetes de seda blanca recortaban el perfecto perfil de su rostro de abrumadora belleza. La egregia Dama tendió la mano al reverendo Provincial con un amago de genuflexión y éste incorporándola automáticamente, le impuso su bendición: "Sea bienvenida vuesa merced a esta bendita casa; veo que mis oraciones surten efecto por su aspecto tan saludable -Señora mía- espero que su insigne padre y resto de la familia, gozen de igual suerte. A Dios gracias, reverencia, contestó "la Roldana". Cruzaron los exquisitamente ajardinados patios de Farmacia, San Carlos, del Alcohol y de Cobalto, hasta alcanzar el del Recibimiento antesala de la Iglesia, por donde había correteado de pequeña en las períodicas visitas de aprendizaje que había efectuado al recinto de la mano de su padre para adquirir conocimiento y rendir admiración a los celebrados artistas que trabajaron en tan monumental obra; su avispada capacidad de visión, abarcaba cualquier detalle por insignificante que pareciese y en su mente privilegiada, revoloteaban las mariposas de aquellos nombres que Don Pedro habíale inculcado con fechas y apellidos tales como: Juan Bautista Vázquez, quien en las enjutas y sobre la clave del arco de entrada al Templo había esculpido los relieves de las virtudes teologales. Don Fadrique Enríquez de Rivera, fundador del Hospital según idea de su augusta madre, Doña Catalina de Rivera y su arquitecto mayor, Don Hernan Ruiz II...Una vez dentro de la Iglesia, Doña Luisa se esplayó en la contemplación del magnífico altar Mayor; ejecutado por Diego López Bueno, según diseño de Asensio de Maeda, admirada -una vez más- por el esplendor de las pinturas del insigne rondeño, Alonso Vázquez en su época de madurez creativa 1602. Pero donde realmente quería "la Roldana" centrar su atención -una vez más- era en la primorosa imagen de Nuestra Señora; la muy hermosa talla en su misterio de la Concepción, labrada en madera noble; vestida de lana encarnada y blanca y tocada con manto de tafetán celeste y escapulario del mismo color, guarnecido de encajes de oro, coronada por una presea de plata imperial, con sus rayos, estrellas y remates. Su padre le había contado apasionantes detalles acerca de esta magnífica imagen, a la cual profesaba rendida devoción, considerándola fuera de serie: Esta imagen, mi querida Luisa -afirmaba el venerable escultor- la dió de limonsna una devota y costó trece pesos escudo de plata y que su cabellera, perteneció a Doña Catalina de Rivera que la donó exprofeso. Luisa se santiguó ante su presencia, y oró durante unos minutos arrodillada en un reclinatorio forrado de damasco, seguidamente encendió dos velas de promesa e introdujo un par de monedas en su cepillo de cultos. Si vuesa merced, no tiene inconveniente, pasamos a la Biblioteca, para despachar sin más dilación los asuntos que nos ocupan. El Reverendo padre provincial puso sobre el acharolado tablero de la mesa de estudio, la providencia dictada por Monseñor Jaime de Palafox; "la Roldana" suspiró de satisfacción al leer el auto decretado, en el que se concedía autorización eclesiástica a favor de Doña Luisa Ignacia Roldán -escultora e imaginera de oficio- para que ejecutase los trabajos pertinentes relativos a la restauración, limpieza y estofado de la venerada imagen de Nuestra Señora de la Concepción, establecida canónicamente en la Iglesia del Hospital de las Cinco Llagas, vulgo de la Sangre...Disculpe, vuesa reverencia -interrumpió "la Roldana", sopena de parecer impertinente, ruego una vez más a su paternidad, renueve los votos de discreción conforme a la promesa que mantenemos entrambos sobre tan delicado asunto, que no debe de trascender de estos cuatro muros. ¡Señora!, acaso poneis en duda el secreto de confesión -le espetó el prelado- con cierto aire de indignación. Nada más lejos de mi voluntad -Reverencia- mis temores estriban únicamente en aumentar las contrariedades que sufre mi admirado Padre, abrumado por los continuos pleitos que mantiene con los Dominicos de Regina y otroras Cofradías, por escabrosos litigios sobre infundadas autorías y supuestas intervenciones, amén de las desavenencias personales que venimos padeciendo, al no bendecir Don Pedro, mi más que firme decisión de contraer matrimonio con el compañero de oficio, Luis Antonio de los Arcos. Descuide vuesa merced, que mi humilde persona estaría siempre en disposición de mediar entre su padre y vos, para encontrar la mejor solución apostólica a los susodichos problemas. Dios bendiga a vuesa excelencia, paternidad, por tan generoso ofrecimiento; pero me temo que la decisión ya está tomada de manera irrevocable, al haberme desposeido de mi correspondiente dote através de acta notarial, por lo que me veré forzada a abandonar esta Muy noble ciudad, rumbo a Cádiz donde tengo apalabrada carta de pago para la ejecución de la nueva Dolorosa titular de la Cofradía de la Soledad de Puerto Real, de ahí la premura por empezar los trabajos a la mayor brevedad posible sin despertar la menor sospecha.
Al día suigiente de la entrevista, fueron dispuestas y habilitadas sendas salas en la sacristía con las mejores condiciones de luz y temperatura posible, brindándosele a "la Roldana" plena y total libertad de acceso y horario expedito a su voluntad, cuidando denodadamente que nadie la molestara, salvo la puntual presencia de su hermana Francisca, que acudía a revisar los trabajos en su calidad de erudita en el arte del estofado y la encarnadura de las imágenes.
Cuando Luisa Ignacia Roldán se enfrentó cara a cara con Nuestra Señora, despojada de toda prenda y avalorio...

jueves, 20 de noviembre de 2008

EL SECRETO DE "LA ROLDANA" I Parte




El Reverendo Padre vertió un goterón de roja cera sobre el pergamino y lo lacró con el sello pastoral del dedo corazón de su mano derecha, seguidamente hizo sonar la campanilla de sobremesa. Apenas trascurrieron cinco segundos para que hiciera acto de presencia en su despacho su fiel y solícito secretario y asistente. “Pase hermano fray Jerónimo de Buenavista, es mi ferviente deseo, haga llegar esta misiva a Doña Luisa Ignacia Roldán, que tiene residencia en el taller de maese Don Pedro Roldán en la collación del Convento de Regina; con la condición sine cuane que pase por mano alguna que no sea la de la susodicha Señora y que vuesa merced de fé que ésta la recibe, sin mediar más comentario ni argumento que no fuere la aceptación con toda humildad de limosna en sufragio de las necesidades de nuestra Orden hospitalaria”. Fray Jerónimo de Buenavista, recibió de buen grado el pergamino, besó con unción la mano de su Reverendo Padre Provincial y abandonó con una inclinación de su cabeza la regia estancia. Era una mañana primaveral del mes de noviembre del año de gracia de 1683, cuando atravesando las soleada Huerta de Macario, el buen fraile entraba por la misma Puerta do hicieran los Reyes Católicos a la muy noble y leal ciudad de Sevilla intramuros. Encapuchado, con las manos en actitud piadosa escondidas en las bocamangas del habito y la vista gacha, recorrió el camino que lo separaba desde la larga calle Real hasta el Convento de Regina. Alcanzado el umbral de destino, hizo sonar la aldaba con el ritual de los tres golpes secos; asomose al instante una doncella de la servidumbre, quien al ver a través de la rejilla la naturaleza del visitante, abrió la puerta sin demora: “Alabado sea Jesucristo ¿en qué puedo servirle Padre? –vengo en misión de hacer entrega de una misiva a su ilustre Señora, Doña Luisa Ignacia- pues tenga a bien vuesa merced de ponerla en mi recaudo, que yo se la daré presta a mi Señora, la cual se encuentra inmersa en su delicada faena de talla, con la expresa orden de que no se la moleste sopena de asunto de graves consecuencias. Me temo que ello no va a ser posible, pues mi mentor, el Rvdo. Padre Provincial del Hospital de la Sangre, diome orden expresa para que se la entregase a su destinataria en persona. Si es así, pase y tome asiento en un escaño del jardín, Padre.

. Al pronto quedó Fray Jerónimo absorto, contemplando el sereno esplendor de la fronda bien cuidada del patio, la placentera risa del surtidor que lo coronaba y el gentil revuelo de los pardos gorriones que parecían resaltar con sus inquietos juegos la talla renacentista de la prodigiosa fábrica del claustro. Quiso reanudar el rezo del santo rosario, cuando un halo de luz que escapaba de una de las galerías, le anunció la visión esplendente de la hermosa Dama, aquella afamada artista de la que toda Sevilla hablaba, conocida bajo el seudónimo de –La Roldada- cuya leyenda había trascendido los muros de las clausuras monjiles. La Señora vestía su bata de faena color arena de playa, ribeteada de manera grácil en sus hombros, llevaba el pelo recogido por un moño a la altura de la nuca y dos mechones que reverberaban al contraluz, le caían dibujando bucles en sus ruborizadas mejillas. Al llegar a la altura del fraile, esbozó una genuflexión y le besó la mano. Sin mediar palabra, el franciscano le acercó el pergamino lacrado y Doña Luisa procedió a desanudar el lazo carmesí que lo enrollaba. Leyó con avidez cada palabra, sin reparar en el preciosismo de la caligrafía y una vez enterada de su contenido, ordenó a la servidumbre que ensillara su calesa personal sin dilación con el ruego a Fray Jerónimo, que se dignara aceptar su invitación de acompañarlo hasta el Hospital de las Cinco Llagas para dar respuesta inmediata a tan encarecido requerimiento”.

miércoles, 29 de octubre de 2008

LOS CELOS DE DIOS

 María, acabo de ser requerido por Don Pedro Salcedo, mayordomo de la Hermandad del Traspaso que tiene capilla propia en el Convento del Valle, para ejecutar las tallas de Jesús del Gran Poder y San Juan Evangelista. Por los visto las ilustres cofradías fundadas por los Caballeros catalanes merced a las hechuras del Cristo de la Conversión, así como la que presta Socorro a los encarcelados, con el crucificado del Amor, han quedado conformes y satisfechas con mi trabajo. Alabado sea el Santo Cristo del Amor, tu obra predilecta –mi señor- que por la devoción que inspira, milagros divinos nos concede al no faltarte consideración y trabajo. Pues no lo creas –mi bien- que aunque doy gracias a su bendito nombre por la unción que producen mis imágenes y la Fe que transmiten al pueblo, razón no me falta cuando me quejo de la desidia con que las juzgan los caballeros venticuatro de esta noble ciudad y sobre todo la indiferencia que le profesa mi mentor y maestro Don Juan Martinez. Sepa vuesa merced, Don Juan de mi alma, que las cosas de Dios estan lejos de la vanidad del hombre y mientras más encumbrado este, con mayor pereza y dificultad verá la auténtica sencillez del arte. Repose, pues mi adorado esposo junto a mi lecho y aparque sus cuitas, que esa tos que le precede no empieza a gustarme nada. Soñó el “divino ignorado” con la cabeza de Cristo –su Cristo- no tendría la factura exquisita del de la Buena Muerte, la dulzura inclinada hacia el hombro derecho, que había embriagado de admiración a la casa exprofesa de los Jesuitas de la Anunciación; no tendría la anatomía perfecta, ni el realismo hecho belleza barroca de sus célebres crucificados; ni en su tronco se apreciaría el riguroso post mortis, fruto de sus profundos estudios humanísticos y observaciones forenses. El mismísimo Pacheco lo había comentado con cierto desdén en sus tertulias de galería de ilustres sevillanos, hasta en la Cofradía a la que ambos vecinos de collación, pertenecían, en San Antonio Abad, se murmuraba , pues era público y notorio la admiración que producían el Santo Cristo del Amor y el de la Conversión, cuando procesionaban por Sevilla. A sus treinta y siete enfermizas primaveras, el Divino Juan, tenía al Señor de Sevilla en la cabeza, tan sólo le faltaba darle forma, imprimirle la fuerza del Dios hecho hombre, imponente zancada de realismo y plasticidad- y aquel otro “Dios de la madera” al que adoraba como maestro- también lo sabía; sabía que su discípulo se había consagrado como el genio de esa fuerza que desprendían sus portentosas imágenes, capaz de desbordar verdaderas riadas de sentimientos en la fé del pueblo. DE ahí los celos de Dios, que fueron la sombra en la corta vida del Divino hombre. María Flores, así se lo confesaría al Señor de Sevilla, hecha Valle de Lágrimas, cuando en 1.627, daba cristina sepultura a su amado esposo, desde la Pasaderas de la Europa hasta la Iglesia de San Andrés. Juan de Mesa y Velasco, tenía tan solo, cuarenta y cuatro años de edad. Por causa de estos celos, sus magistrales obras permanecieron ocultas, durante tres lustros para la historia de esta heroica ciudad: “Ego feci Joanes de Mesa, anno 1.620."
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miércoles, 22 de octubre de 2008

EL CABALLERO VEINTICUATRO




La Augusta Dama descendió de las alturas, dejando su silueta de bronce en la cúspide del Alminar, casi sin tocar suelo, sus leves plantas cruzaron la Alcazaba y se posaron en la abierta claridad del Patio de Banderas, antes de perderse por el callejón del Agua, una antigua fuerza irresistible, le hizo girar su egregia cabeza, para contemplar la Giralda enmarcada en el medio punto. Se adentró en los jardines, acariciando el sueño de los tallos desnudos preñados de rosas, nadie como Ella comprendía que el otoño era su primavera inolora pero esencial. Se recreó por la angostura de San José admirando –una vez más –el barroco de Madre de Dios, los primorosos azulejos candelarios y el perfil romo de la casa palacio de los Ibarra. De pronto se vió inmersa en el laberinto de la judería, donde hasta las furtivas buganvillas quisieron saludarla desde el enramado seco de las tapias. Su mano de nieve golpeó tres veces la aldaba, el maestro que la esperaba ansioso, salió a recibirla con la emoción reflejada en su rostro: ¡Cuánto honor, mi Señora!. La ilustre pareja se dirigió paseando hacia el Postigo en ameno diálogo, la mañana era gris y la lluvia añadía un toque de distinción al intercambio de mutuas impresiones nostálgicas. Al llegar a las antiguas Atarazanas, bastó el cruce de una mirada de complicidad, para postrarse a orar ante el Cristo de las Aguas en la capilla del Rosario. Por fín alcanzaron su destino, no más cruzar el umbral del jardín brotaron los claveles de la bienvenida, florecieron las rosas de la caridad venerable y el verde de las plantas se estremeció de gala. Ya podeis bajar del pedestal, mi querido caballero –susurró la Señora- ante el beneplácito del maestro. Los tres próceres ocuparon un polvoriento banco cuyo asiento se convirtió en ojana. Charlaron de lo divino y humano, el caballero venticuatro, se deshacía en elogios ante la vieja Dama, no tenía palabras para agradecerle la feliz restauración de su cuadro predilecto. Su graciosa majestad, conoce a la perfección lo que significa esta obra para la Hermandad. Maese Murillo, puede dar fé de estas palabras y de mi insolente insistencia en que plasmara dos ejercicios caritativos que debían cumplir los miembros de la Hermandad. Una de ellas es asistir a los enfermos durante su curación y darles de comer como se recoge perfectamente en esta obra. Murillo presenta a la santa rodeada de leprosos a los que cura con sus propias manos. Los enfermos están representados con absoluto realismo, apreciándose incluso sus padecimientos y dolores. La santa lava la cabeza de un joven asistida por varias damas que visten elegantes trajes, contrastando con la pobreza de los ropajes de los tiñosos. Tras ellas se contemplan las lentes redondas de una mujer. La escena se desarrolla ante una monumental arquitectura como era habitual en esos momentos -véase la serie del Hijo pródigo- creando una composición piramidal que tiene como eje a santa Isabel. La luz dorada baña todos los personajes para crear una atractiva sensación atmosférica que diluye los contornos pero no omite ninguno de los detalles como las calidades de las telas o los reflejos en la palangana de metal. Al fondo, teniendo como escenario un espectacular pórtico, contemplamos una segunda escena en la que se representa a santa Isabel dando de comer a los pobres, segunda parte del ejercicio caritativo entre los hermanos de la Caridad, de los que Murillo era miembro desde 1665.. El maestro suspiró visiblemente emocionado ante las vibrantes palabras del caballero venticuatro y la vieja Dama, asintió, radiante de orgullo y satisfacción: Sabed, venerable caballero, que esta obra maestra, recuperada felizmente en todo su esplendor, permanecerá expuesta en el Palacio Real de la Villa y Corte unos meses, para regresar a su hospitalaria sede de origen –es decir su casa- donde hará las delicias de todos sevillanos y visitantes que deseen contemplarla. En esos precisos instantes, un viento de otoño –sereno y tibio- volteó las hojas del jardín y los tres insignes personajes, volvieron a depositar el alma en sus respectivas ubicaciones; la Giralda, la judería y el compás de la Santa Caridad, donde la estatua del caballero venticuatro se erigía orgullosa contando los días para dar las bienvenida a tan querida obra.

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