viernes, 25 de marzo de 2011

El Encuentro...



... Una vez más en Sevilla puso su impronta la estela

de Aquel que todo lo puede por imposible que fuera.

. . y así la lluvia inclemente se tornó rocío de estrellas

que aligeraba a Triana con su más preciada Reina.

Mientras la noche pregunta y el alba anhelante acecha

-qué sucede Madrugada- de Exptectación tan intensa...

Que ha de ser, que Dios las cita y los ángeles la acercan,

que se adivina el milagro que el prodigio se desvela y

el firmamento rubrica la historica coincidencia

de encontrarse -Cara a Cara- el SOL con calle PUREZA...

la Catedral por testigo la Giralda centinela

de dos fuentes de Alabanza que se miran y reflejan y

se funden bajo el cielo de su Sevillana tierra

en una misma ESPERANZA en una sóla Belleza

¡qué delirio frente a frente ! TRIANA Y LA MACARENA!







Madrugá, 1995 (foto Boletín Hermandad de la Macarena)

martes, 22 de marzo de 2011

El sabor amargo de la primavera






En la primavera de aromas derramadas al pié de los naranjos, hay un sabor de almendras amargas que contamina el aire. El dolor del alma, nunca tuvo puesto mejor nombre en el rostro de María: Tristezas, Desconsuelo; Angustia y Amargura, reflejada en tantos hermanos que sufren la Pasión,  consecuencia de esta escarnizada crisis. Desde la cúspide del espectacular altar de Cultos, el Dios de la Luz parece lanzar a sus cofrades- seguidores la rigurosa interrogante: “Y vosotros quien decís que soy Yo”…Tu eres el hermano "parado" que todos tenemos en la familia; el padre de acogida que comparte y reparte el único sueldo que entra en casa; el hijo que con su carrera terminada (fatiguitas de la muerte) no encuentra salida y ejerce de las sobras que le echan a “los becarios” los grandes ejecutivos…Tu eres el joven desorientado que nada en la vorágine de un mar revuelto en incertidumbre sin rumbo y a la deriva, refugiado en sus estudios o formando parte de la masificación universitaria…Tu eres la madre, que todo lo asume, que sufre en silencio las cuitas de todos y aún tiene aliento para sacar fuerzas de flaqueza e infundir ánimo. El eco de la plegaria resuena, intranquilo por este valle de lágrimas: “Tu eres el Cristo de las Penas, tus manos atadas desgastan sus nudillos llamando a las puertas de la necesidad; la cruz se hace cada vez más pesada y el Cirineo siente la vergüenza de su dignidad situada en el umbral de la pobreza.” En la primavera de aromas derramada, llegada la hora de sacar la papeleta de sitio, se hace necesario resolver esa otra "papeleta"  del dolor ajeno, de la falta de medios, de la impotencia frente a la pérdida masiva de puestos de trabajo y la amenaza fehaciente de embargos y desahucios. Hacen falta mayordomos de la Caridad para estos Cristos del Desamparo y Abandono en la cuaresma de verdadero ayuno y abstinencia. Secretarios solidarios que den fe, de la situación imperiosa que atraviesan sus hermanos. Hacen falta túnicas que los vistan de dignidad, tela marinera que multiplique el pan y los peces; varas repujadas que se conviertan en cayados para aliviar los caminos; mantos y palios que troquen sus relucientes bordados por el oro impagable de la misericordia y el amor. No es que falte buena voluntad en los cofrades, ni el capítulo destinado a la caridad,  brille por su ausencia, es que para salir a la calle dando testimonio de nuestra fe, el verdadero paso de Cristo, no necesita otro estreno que compartir lo poco o mucho que tenemos en estos tiempos de crisis, ni María mayor esplendor que ser pañuelo donde enjugar el llanto, por tantas familias desesperadas.

domingo, 6 de marzo de 2011

Santos Varones

foto naturaldesevilla.

El pueblo malvivía revuelto entre el polvo de la necesidad y falta de recursos; extendiendo la mano de la desconfianza, ante la limosna de alimentos que le proporcionaba el invasor que los gobernaba en nombre del imperio. Los príncipes de los sacerdotes, encerraban su poder entre las columnas del Templo, preocupados por velar su fanatismo desde el temor a un Dios interpretado por el propio interés de la Ley Mosaica. Mientras que el Justo rabí, predicaba un reino que no es de este mundo a orillas del mar de Galilea o en la falda del monte Tabor; llamando bienaventurados a los pobres, misericordiosos, hambrientos y con sed de justica, una resistencia insipiente se apostaba en la clandestinidad –a las afueras de Jerusalem- devanandose los sesos por comprender la postura del nazareno que lideraba las masas pero ofrecía al agresor la otra mejilla. Uno de los príncipes de los fariseos, de nombre Nicodemo, sentía la necesidad de hablar en persona con Aquel, que en nombre del Padre, sanaba a los enfermos, devolvía la vista a los invidentes, multiplicaba panes y peces, andaba sobre las aguas e incluso resucitaba a los muertos. Lo había comentado en los rincones oscuros del sanedrín con su fiel amigo el Varón José de Arimatea, que compartía especial predilección por el Justo, desde la pruedencia e inquietud que le producía las obligaciones y privilegios de su cargo. José de Arimatea, recomendó a su colega, discreción y mucha cautela a la hora de entrevistarse con el rabino, pero al mismo tiempo, aprobó de buen agrado la cita, convencido de la naturaleza Divina del nazareno. El encuentro se produjo una noche de vísperas, cuando los naranjos modelaban sus gajos de azahar a la luz de la luna que plateaba las hojas del huerto de los olivos. El Sanedrita le confesó a Jesús lo siguiente: “Sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie puede hacer los milagros que Tu haces sino está dios con el.”. “Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios.” –le respondió el Justo- Nicodemo le interpeló: “¿Cómo puede uno nacer siendo viejo…es que puede volver al seno de su madre y nacer de nuevo?”. “Te aseguro que el que no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del espíritu es espíritu. No te extrañe que te diga: es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere; oyes su voz, pero no sabes de donde viene y adonde vá. Así es todo el que nace del Espíritu.” –Nicodemo preguntó:

¿Cómo puede ser esto?- Jesús, le respondió entonces: ¿Tu eres maestro de Israel y no lo sabes?...te aseguro que hablamos de lo que sabemos y atestiguamos lo que hemos visto y a pesar de todo, no aceptais nuestro testimonio. Si os hablo de cosas terrenas y no me creeis: ¿Cómo me creeriais si os hablara de cosas celestiales?. Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo; el hijo del hombre que está en el cielo. Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre para que todo el que crea en el, tenga la vida eterna”. (Juan, III, 1-15).

Después de oir esto, Nicodemo se retiró cabizbajo y sin argumentos, herido en la dignidad y el orgullo de desempeñar un cargo publico, cuyo peso era infinitamente menor a el que había recaido en su conciencia de ahora en adelante.


viernes, 18 de febrero de 2011

Igual no es lo mismo...


Te encontré mucho antes de buscarte; entonces yo era infante de marina comulgado por primera vez y me dolían los zapatos nuevos. Descubrí tu cielo del color azul-rosa, jirones de una tarde que se disolvía al vuelo de los vencejos, degustando el sabor de una onza de chocolate. La luz tenía el sentido que ahora luce en el marco dorado del recuerdo; la antigua incertidumbre que renace para que yo me vista con su traje nuevo cada año. Buscaba las palabras para juntar el verso de tus vísperas; escritas las leía en el vaciado fulgor del horizonte al caer la tarde. Siempre igual no es lo mismo, en esto la luz tiene un secreto inconfesable para los que saben mirar con la virtud de ver; para los que distinguen que ver,  no consiste en mirar sino en abrir los ojos incluso cerrando los párpados. Siempre igual, no es lo mismo, el sueño se hace realidad cuando la realidad cuenta los días que faltan para vivir el sueño. Así como ayer, vuelve a ser la misma luz de siempre, la que habita en los cielos que nunca olvidamos; la del eterno momento suspendido en el aire; la del perfil suave recortando la azul espadaña; la asomada al pretil donde se orea la ropa tendida a la silueta radiante de la torre. ¿A qué esta ansiedad profana de que pasen los días cuanto antes, si son estas horas la certeza del tiempo que nos resta para el gozo…para qué tanta dicha apostada en la recta final del principio donde termina el sueño? Vivir es  sin vivir de encontrarte en vísperas, cuando volvemos a ser infantes que despiertan los viejos olores del recuerdo; cuando percibimos que el incienso es la esencia del solemne Quinario y el Señor es la cima de un monte sembrado de cirios; cuando volvemos a ver que María se despoja del lujo de reina y se viste de humilde hebrea para mostrarnos lo dulce y cercana que queda su dolorosa Belleza. Y esa luz estuvo siempre allí, velada plenitud o efímera penumbra expuesta a la mirada de quienes la descubren y contemplan. Ahora, cuando empiezo a buscarte –de nuevo- te hallo besando tu libro de reglas, con la mano en el evangelio de tu función principal en vísperas: Palabra de luz, palabra de Dios.  

lunes, 14 de febrero de 2011

Hombre de San Esteban


A MANUEL PÉREZ SUAREZ, hermano.


Lo ví por última vez en San Lorenzo, cuando la Sevilla cofrade, daba gracias al Señor por el acto de aquel desgraciado que le alzó la mano –por defecto de amor más que por exceso de maldad- llevaba en sus fosas nasales las gomas de la respiración asistida y su aliento exhalaba el hierro mohoso que apuntalaba la desvencijada estancia de su vida. Siempre con la frase de cariño y admiración en su boca, delatada por el recuerdo de los viejos tiempos –las glorias de San Esteban- la Hermandad donde nos conocimos bajo las mismas trabajadoras que nos hicieron hermanos: “Sierra, todavía me acuerdo del bocadillo que le robé a tu mujer –haciendome pasar por ti- debajo del paso”. El –ay- del repeluco, recorre todo mi ser al conjuro de aquella anécdota que siempre repetía, Manuel Pérez Suarez. El ¡ay! de una “soleá” que busca su mano, recia, incansable, amiga y maestra en el arte de la priostía. Aquel ¡ay¡ que pedía los “costeros a tierra” -¡más a tierra!- hasta alcanzar el milagro que cada Martes Santo se produce en la Puerta de Carmona. Manuel, era hombre de San Esteban, de los que se calzan el “mono” de trabajo y le incomodaba la chaqueta del protagonismo; de los que se apuntaron a la delirante aventura de fundar la cuadrilla de hermanos, cuando los ensayos buscaban las claritas de la mañana. De los que se pudieron contar con la mano –esa mano- que él tendía  dispuesta a echar por su Hermandad con la sonrisa particular del “perragorda”. En fín, Manuel, me quedaré con la anécdota, de esos gloriosos días que llevan en la memoria grabado el mejor azul cielo de San Esteban, con tu mano varada –como un ¡ay! Perpetuo- en el fulgor de plata que abre paso a la Madre de los Desamparados por el proceloso mar de la fe. Allí estarás para todos los que queramos abrazarte cada nuevo Martes Santo. Descanse en Paz; Manuel Pérez Suarez.

martes, 8 de febrero de 2011

Memorias del Tiempo



Fue como si la belleza superase a la belleza. Cosa harto imposible, pero no baladí en la ciudad de la gracia. Divagaba por la mañana azul presumida para los días del gozo y todo me acercaba hasta la cita ineludible. Me llevaba la luz, por la estrechez sinuosa de las sombras señalando el camino hacia la luz de tu rostro. Me elevaba la dicha hasta el paisaje cenital donde torres y espadañas dibujan el encuadre del sueño.
 Oía el murmullo de las voces del mundo comentando la cruda realidad que los hombres se empeñan en recordarnos; la gloria efímera de quienes aseguran que no hay plano superior que eleve a los hombres que no saben posar los pies en el suelo. Me veía rodeando el mundo en medio del caos, conciente que la distancia era igual desde cualquier punto, hasta el punto que Ella me señalaba. Aunque a nadie le extrañe tal desasosiego, Sevilla me seguía engañando; fiel y absorto, era tal la claridad del pensamiento –que aquella que me conoce como de haberme parido- lo leía en la transparencia de mi frente. Y entonces te ví –llegó la hora- fiel a mis presagios, pero superando todas las expectativas: Mi morenita del cielo de San Román bajo el que me crié. Mi virgen de mirada terciada, recogida, ensimismada; mi preciosa canastera de manitas de cera, la que cura mis Angustias que son tuyas, mis penas y mis glorias que también son las tuyas, cuando el vaivén de la vida las mece, como airosas bambalinas de tu pinturero palio. Las ansias del momento, me robaron el beso que no pudo enjugar  la filigrana de tu pañuelo; como un poseso, se dispararon mis anhelos en forma de fotos; miradas que archiva el corazón en el albún del alma para siempre; miradas que se graban en el tiempo, para no perderse la magia del momento, mientras musitaba en los adentros,  la parte más bella de la salve: Pues sólo un Dios se recrea en tan graciosa Belleza. Poco a poco fui recobrando la realidad sin perder un ápice de recogimiento.
 La gloria no es el final –hay algo más sentado a la derecha del Padre- en la capilla Sacramental, sobre las especies del pan y del vino, me aguardaba lo mejor de nosotros mismos. El Señor de la Salud, presidiendo aquel altar –donde la memoria- escoge el camino más puro para emocionarte; la tierna infancia, los recuerdos; la imagen imborrable que te acerca un Cristo, que en San Román dejó el corazón “partío”…por la saeta al cantar reflejada en el cristal de los guardabrisas más flamencos del mundo. Ayer como siempre, donde la belleza supera a la belleza, me encontré de nuevo contigo.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Santa Catalina, ¡YA!


Hace tiempo que quería escribirte y el miedo me convertía en ruina cualquier conato de inspiración; el miedo se hacía rutina solidaria de tu estado de dejadez, de tu abandono, de la desidia que escarba con su dedo acusador, un caliche más de tu desconchada ruina. En las tejas reparadas de tu techumbre, está la patata caliente de los poderes públicos, la piedra arrojadiza que mutuamente te han lanzado las instituciones responsables de tu conservación. Con la Ley en la mano, Patrimonio evade el compromiso con las arcas vacías de fondos; con la norma en la otra, la Junta hace tuya su ruina con la malversación de sus subvenciones; con la socarrona impotencia de las arcas vacías y su buena voluntad, el Ayuntamiento y Palacio se personan como verdaderos fantasmas en la causa y todos, amparados por el pacto de un silencio vergonzoso, caen en la trampa de la cruda realidad del fracaso. No esperemos por tanto que caiga la breva –ahora que se acerca la cantinela del “vamos a contar mentiras” de Mayo-, somos NOSOTROS, los ciudadanos, los sevillanos, la población civil; los hombres y mujeres de “a pié”-de calle-, los que tenemos que movilizarnos; hace tiempo que lo hicimos, el mismo tiempo que perdimos en escribirte con nuestros lamentos, con nuestras tinta hecha goterones de lágrimas y quejas vertidas en blogs, webs y artículos de opinión bajo el lema SALVAD  SANTA CATALINA. Pero nuestra acción no tuvo la reacción esperada o al menos cayó en la trampa de la política que tiene el arte de no cumplir sus promesas de oficio. Varias son las páginas, que en las redes sociales, abanderan la causa de nuestra vergüenza; las voces se elevan y conjuran, desde los medios de comunicación locales, parece que todos estamos dispuestos a la lucha, pero nadie coordina la general indignación. Se hace preciso una cabeza visible que nos guíe en esta cruzada, como lo fue en el Salvador, el ingenioso hidalgo, Joaquín Moeckel .Alguien que se suba en el púlpito de esta Sevilla rancia, para arengarnos, con remedios tan poco artificiales como –un euro por cada cofrade y capillita; otro por una cervecita de menos en “el tremendo”; otros tantos por el tabaco que dejamos de fumar; el de más allá por cada hermano costalero; el otro por las comisiones que cobramos por el mangaso; el CGHHCC por la fundación tal; los colegios de profesionales por la implicación cual; el Ateneo, los círculos mercantiles, industriales, Asociaciones, Clubes y un largo etc., que se sientan implicados en esta vergüenza colectiva contra el patrimonio memorial, inmemorial, artístico, histórico y sentimental, como es la Iglesia de Santa Catalina, donde como diría el más rancio de los profesores: “se puede impartir sin salir de allí, la más extensa clase de historia del arte”. Más que de escuchar de nuevo el “cuento de la lechera política”, ahora  lo que se trata es de pasar a la iniciativa –como decían nuestras venerables abuelas- hacer la cuenta de la vieja, con nuestras propias manitas: SALVAD SANTA CATALINA, ¡YA!    

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