Rondaba por su cabeza el rostro de Dios hecho hombre: Jesucristo aquel que había de ser el Señor de Sevilla. Aún ejercía, como oficial, en la Casa-Taller del insigne maestro; cuando llegó el encargo de un Cristo cruxificado y a sus pies, abrazada a la cruz, la imagen de María Magdalena. Martinez Montañés, curtido en los vericuetos y desavenencias que traían consigo la obligación de suscribir contratos, máxime cuando provenían -como en esta ocasión- de la influyente Compañía de Jesús- delegó inmediatamente las hechuras del futuro Crucifijo a su aventajado discípulo, Juan de Mesa, como garantía y al mismo tiempo cura de salud de ulteriores litigios. Los pormenores del contrato, quedaron fijados de obligación, ante la fé de escribanos y el mutuo acuerdo de partes en el año de gracia de 1.620 (13 de Marzo)
El “divino ignorado”, tenía que plasmar en la noble madera de cedro, la Muerte de Jesucristo; sabía que no era una de las tantas muertes que había visto reflejada en los perfilados rostros de la morge, cuando estudiaba detenidamente cada rasgo cadavérico, el más mínimo atisbo de rigor, para retratarlo en su mente prodigiosa, sabía que esta Muerte había de ser distinta, pues era por entrega y puro Amor a los hombres y sólo podía llamarse de una manera: La Buena Muerte. Por eso, aun teniendo incubadala la idea del Gran Poder de Dios, la reservó en el altar de su frente, donde le tenía expresamente consagrada una calle de la Amargura por donde habría de caminar el verdadero hijo del hombre, doblado por el peso de la cruz, pero radiante de misericordia. Esta vez se trataba -nada más y nada menos- de esculpir el supremo consumo: “consumatum est”, el dulce sueño de la Vida Eterna, que reposaba serenamente dormido, después de entregar su espíritu al Padre. Y vive Dios que lo consiguió -el divino ignorado- al terminar de labrar la imponente imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, donde hasta los más drasticos estigmas de la pasión se tornan remansos de sangre, buscando el caudal redentor de su abierto costado. Pero...¿qué pasó con la imagen secundaria de María Magdalena? -conociendo la magistral obra del “divino ignorado”- Juan de Mesa, habría de tallarla a la altura de calidad y técnica del magnífico Crucificado. Temeroso de Dios, conocedor de los evangelios, incluso me atrevería escribir, devoto oyente de los apócrifos y leyendas soterradas como los escritos del mar muerto, Juan de Mesa, tendría bastante claro que María Magdalena, era algo más que una redimida seguidora de Cristo; algo más que uno de los doce hombres que eligió como discípulos.
No era normal su absoluta entrega, su presencia continua, la manera con que esa Mujer seguía al Nazareno, hasta las últimas consecuencias y más allá del conocimiento que nos dejó impreso la misma historia. La docta compañía de Jesus, tan discutida como indiscutible en el primer tercio del s. XVII, conocía algo más del papel que la Iglesia le atribuía a María Magdalena. El Divino ignorada también lo intuía; sabía que algo sublime encerraba la presencia de la más fervorosa seguidora de Cristo, cuando el mismo clero, había escogido la forma inonoclasta de representarla siempre, abrazada a la Cruz...¿qué encerraba el misterio de María Magdalena la siempre inseparable discípula del Crucificado?. Otro interrogante más que unir a la vida y obra enigmática del “Divino Ignorado”...¿cuantas cosas de valor, se perdieron en este eclipse que duró más de dos lustros, soterrando la autoría de las obras del más grande imaginero de la Semana Santa de Sevilla? ¿Qué suerte corrió, aquella imagen de María Magdalena -de indudable categoría- que formaba grupo escultórico con el Cristo de la Buena Muerte? ¿porqué se perdió su pista, entrando a formar parte de ese Código de Vinci, que la situa mutilada en un prestigioso museo de la capital del Reino?. “Ego fecci, Joane de Mesa, anno 1620 (8 de Septiembre)”.
a Fernando Carrasco, por haberme mantenido tres días en suspense con su novela: EL HOMBRE QUE ESCULPIÓ A DIOS.
Ver artículo ABC de Sevilla: "La Magdalena perdida" (Antonio Cattoni )
http://valencia.abc.es/hemeroteca/historico-14-03-2007/sevilla/Cordoba/la-magdalena-perdida_1631971625932.html
Me has dejado con una intriga tremenda.
ResponderEliminar¿No se sabe nada del motivo?
Da gusto leerte.
Saludos
La tarde de aquel día de noviembre, el escultor quizás fue una persona feliz. Había pasado muchos días de trabajo encerrado en su taller de San Martín, pero el esfuerzo mereció la pena. Era el momento de recoger la gloria de una obra bien hecha. Pero, en el fondo, había algo que entristecía a aquel imaginero. Algo difícil de explicar, algo difícil de confesar...
ResponderEliminarSevilla, año del Señor de 1620. Del Señor del Gran Poder, que desde hacía unos meses había salido de las manos llenas de callos de aquel escultor cordobés. Para la ciudad el Poder, y para sus manos la gloria de haber hecho una obra para la posteridad. Por eso, aquel año le llovieron los encargos a Juan de Mesa. Ya era un escultor conocido que no tendría que depender de su maestro o de las sobras de otros talleres. Él era Juan de Mesa, el autor del nazareno que más devoción tendría en la ciudad. Por eso le encargaron obras de importancia. Y aquella que terminó aquel día de noviembre de 1620 lo era. Fue un proceso corto. Todavía recordaba la visita de don Pedro Urrea, aquel jesuita elegante que unos meses antes se acercaba a su taller. Aquella noche de noviembre todavía resonaban en su taller las palabras de aquel hombre vestido de negro con el nombre de Jesús en el pecho:
- Mire, don Juan. Usted nos hará el crucificado dormido con el rostro más hermoso que puedan tallar sus manos. Muerto, pero con la más buena muerte. Y nos hará una magdalena para colocarla a sus pies, hermosa, arrepentida de sus pecados. Tenga en cuenta que son imágenes para nuestra hermandad. Imágenes que motiven a tanta descarriada a abandonar sus pecados. Haga lo que le pedimos y le aseguro que le pagaremos mejor que con el mejor contrato...
El escultor puso todo su empeño. Y vaya que lo consiguió. Unas semanas antes terminó el Crucificado. Parecía dormido. Desde aquel día procuró trabajar sin hacer ruido, mimando gubias y escofinas. Con tacto sacó un rostro y un cuerpo de mujer de aquel trozo de cedro. Aquel día de noviembre terminó la imagen de la Magdalena encargada. Y vaya si salió bella. Tanto, que al dar los últimos retoques, las manos de aquel escultor sintieron un escalofrío al tocar aquella madera. Nunca vio mujer más bella. Había salido de sus manos. Unas manos que nunca más rozarían a aquella mujer. No lo tenía pensado, pero aquella noche decidió ponerle lágrimas de cristal. Cuando la entregó a los jesuitas, hubo quien pensó que aquellas lágrimas parecían de verdad. No se equivocaban.
Pasaron los siglos. Aquel crucificado siguió dormido hasta en las tardes de Martes Santo. María de Magdala desapareció. Nunca más se supo de ella. Aunque hay quien dice que aquella Magdalena sigue llorando en algún lugar del mundo. Dicen que llora por algo imposible...
Ya sabe usted mi teoría al respecto, querido amigo, y no olvide que nos vemos el día 20
Precisamente estoy ahora enfrascado en la lectura de este libro. La verdad que la intriga es tremenda.
ResponderEliminarTambién me hice esa pregunta acerca de la Magdalena que tallara Juan de Mesa. ¿Qué teorias hay al respecto?
Un saludo
Os recomiendo este artículo publicado en Abc de Sevilla, cuyo vínculo ya he colgado al final de la Entrada:
ResponderEliminarhttp://valencia.abc.es/hemeroteca/historico-14-03-2007/sevilla/Cordoba/la-magdalena-perdida_1631971625932.html
He entrado por casualidad en tu blog y la trama de tu post me ha enganchado.
ResponderEliminarEl Código da Vinci a la sevillana(sin duda mucho más hermoso que la de París.
Seguimos en contacto.
Juan Belmonte, matador de toros.
"el código da Vinci, a la sevillana"...¡qué arte!, claro está viniendo de un genio como el "Pasmo de Triana", BIENVENIDO y espero, leerte más a menudo por aquí. Un saludo
ResponderEliminarMaría Magdalena; ¿no es la que puso un potaje?
ResponderEliminarUn fuerte abrazo amigo mio.
Espero verle el próximo dia 20 .