Ya sé –cariño- que te caía muy bien, que lo adorabas rayando en la idolatría. Por eso es que hoy escribo influenciado por tus sentimientos y atormentado por mi sevillanía. ¿Te acuerdas, las más de dos horas en pié que soportamos alegremente, aquella mañana luminosa de Noviembre en la Plaza de la Virgen, bajo el balcón principal de Palacio?. Ibamos a aclamar al Santo Padre en el gozo de la beatificación de nuestra Madre Angelita, pero tú –cariño- una vez que lograste sacudirte de la blancura que irradiaba el Sumo Pontífice, reparaste en la figura esbelta, sonriente y apagada a la sombra del Vicario de Cristo, que asom aba al balcón asumiendo su papel de anfitrión de la fe hispalence. Valiente arzobispo tenemos en Sevilla –te jactabas- alto, apuesto de excelente figura…pasó el tiempo, como pasa la serie en “cuéntame”… y el Arzobispo te siguió pareciendo tan digno para Sevilla, como Sevilla lo era para él. Disfrutabas contemplando con su presencia en las solemnes mañanas de vencejos con repiques de gloria en la Giralda y aroma de juncia y romero al pié de las calles. Nadie como Fray Carlos, para presidir las Grandes procesiones, revestido de mitra, pluvial y báculo que tanto realzan su agraciada figura de monseñor barroco. ¡Más bonito que en pintura!...pintura digna de Velazquez, Murillo o el mismo Zurbarán –repetías hasta la saciedad-. Sólo conocías de él, su nombre y primer apellido, toda una sugerencia, aquello de Amigo, para ti fue como una señal de inspiración, como un guiño que te hacía el instinto más primitivo, reafirmado con la máxima que solías musitar frecuentemente: “La cara es el espejo del alma”.
Nunca te defraudó, es más celebraste las conquistas sociales de tu sexo, en cuanto a igualdad y condición social y la relacionaste con el rotundo sí a las mujeres nazarenas, alabando los baculazos sin mano que asestaba en su momento adecuado Monseñor Amigo, sin despertar más que el más común de los vicios hispalenses: la sonrisa de la hipocresía. Cariño, tú que adorabas las cofradías, pero que no podías soportar a los mercaderes del templo, que regían sus destinos, escondidos bajo la falsa apariencia de llamarse hermanos, aplaudiste sinceramente, el carácter Conciliador, dialogante, consensuado y nunca arbitrario ni influyente de tu Prelado favorito. Permíteme recordarte lo mucho que sufrimos con la situación tan embarazosa por la que atravesaba la hermandad de San Esteban y la decisión tan acertada que adoptó, su Eminencia, al respecto. Del mismo modo actuó su anillo en otros supuestos de la misma índole, siempre atendiendo al espíritu cristiano, que a los intereses cainistas de las hermandades. Como sé, que pese a todas las divergencias que pueda suscitar su pontificado –máxime en una ciudad como Sevilla, tan proclive al abrazo de la puñalá trapera- coincidiré contigo sólo en las cosas buenas y los buenos momentos que són en definitiva los que acuden más pronta y afortunadamente a la memoria, en este día atormentado para todos los que nos llamamos “naturales de Sevilla” …coincidiré contigo en los sentimientos que nos unen a la hora de despedir a un Amigo, en este caso Príncipe de la iglesia que por lo menos siempre mantuvo el tipo y la sonrisa en una ciudad, donde no adaptarse cuesta lo mismo que encontrar el paraíso perdido. Creo y deseo que lo haya encontrado, pues para marcharse de Sevilla sólo hace falta la virtud de la humildad y un espíritu franciscano que no cabe en Palacio. Cariño, sé que Fray Carlos Amigo, te ha caído estupendamente desde que lo conociste y ha logrado emocionarte en determinadas ocasiones, hasta hacerte llorar como en aquella entrevista que le formuló el rancio de Paco Robles a propósito del hermano Pablo. A mí me dice mucho el día y la hora de su despedida: Santa Angela de la Cruz, rezando con él el ángelus: Algo se muere en el alma cuando un AMIGO, se vá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
con naturalidad