No hemos hablado de los mayores de 70 años. Nuestros padres que sobrevivieron la postguerra y nos criaron al amparo de un miedo disfrazado de respeto o de un respeto confundido con el miedo. Miedo a la ira de Dios; miedo a no vivir en gracia de Dios; miedo a no acudir a la Escuela de la enciclopedia “Aguilar”; miedo a la imperativa autoridad del maestro; miedo a mirar a los ojos al padre que presidía la mesa investido con el “mono” azul del taller.
Demasiado hicieron por nosotros, esos padres mayores de 70 años, que conocieron de cerca el hambre y la necesidad y por ello, más que ser conformistas, se tuvieron que adaptar a la vida sin grandes inquietudes ni remedios, aprovechando las ínfimas oportunidades que les deparó el destino: trabajar sin condiciones o emigrar a la Europa minada por la segunda guerra mundial. Hoy los hijos de aquel pan con aceite y azúcar y la onza de chocolate en la mano; los que jugábamos en aquellos patios y corralas de vecinos; los que tuvimos la suerte de acudir a un colegio de religiosos ó religiosas haciéndonos acreedores a la distinción de aprovechar sus influencias de cara al mercado laboral de las recomendaciones y sobre todo, los que por méritos propios, alcanzaron la más alta distinción de acceder a la Universidad, a través de beca, agradecemos de todo corazón –hoy día- el esfuerzo y dedicación de esos padres, ciertamente ejemplares para los tiempos difíciles que les tocó vivir.
Pero como todo tiene su parte negativa en la otra cara de la moneda que nos presenta la vida; también hubo padres (hoy mayores de 70 años) que no tuvieron la fluidez necesaria ó la altura de miras suficiente o quizás el sentido común de aprovechar las aptitudes y cualidades que apuntaban sus hijos en beneficio del futuro de los mismos, por circunstancias del choque frontal de sus respectivos caracteres o diferencias afectivas irreconciliables. Así hubo familias condenadas por su propio exceso de cariño y por defecto, abocadas a la agria polémica y la falta de entendimiento. Fruto de estas familias, que creyeron plantar el bien de la arbitrariedad y sembraron el mal de las diferencias, nacieron los hijos divididos por tres clases de concepciones genéticas: El primogénito (o mayor); el menor (o más chico, por ser el último parido)…y el de “en medio”. Huelga decir los privilegios históricos que han recaído sobre el “mayor” o primogénito y la alta responsabilidad de ser: el más alto, el más guapo y el más listo de la familia, sin llegar a constituirse en un ejemplo de virtudes en la práctica –el mayor- se convirtió en un ejemplo necesario al que debían emular el resto de los hermanos…/continuará…
Pertenezco a la segunda cara de la moneda, no te digo más.Las consecuencias se arrastran de por vida. Saludos.
ResponderEliminarPues esperaré la continuación para ver si discrepo en algo contigo ya que, hasta ahora, sólo encuentro concenso.
ResponderEliminarSaludos.