El amor no sabe andar solo, no obedece los pasos del hombre; el amor que es siempre niño, torpe , busca los brazos de su amado pero las piernas no le responden. Se echa a la calle, ávido por encontrar la luz de los juegos, la alegría con que cada día despierta el amor párvulo y pronto se encuentra con el rechazo de los “predicadores de desgracias”. Gimotea el amor, como protestan los niños que saben conseguir lo que quieren y se tiene que conformar con la lección de propósitos de enmienda que le recitan los viejos enamorados. No entiende el amor que lo dejen en paz, aislado de las muestras de falso amor que le dedican con supuesto cariño. El amor es un niño egoísta que prefiere jugar mal, antes que compartir el juego´, para colmo ha de escuchar de fondo el susurro de la música y las letras de las canciones que hablan del amor con todas las metáforas de sus infinitas mentiras. Malditos sean los poetas empeñados en educar al amor con las palabras más bellas, cuando el amor no entiende otro verso que el contacto. Malditos sean los predicadores del bien ajeno, que intentan encasillar al amor en cualquier versículo del evangelio, cuando el amor reconoce a los fariseos, hasta en la más grande obra de caridad. Malditos los que ocultan sus miserables enfermedades en los primeros bancos donde se predica el Amor, ese que entra por un oído y sale por el otro.
Y viva, crezca, ame y se reproduzca el amor libre que no necesita venas para correr ya que es sangre pura que redime, sin necesidad de alabanzas a cambio. Siempre ha habido más amor que nunca, porque nunca el amor ha sido para siempre. Por eso por más que intenten enseñarnos Amor en la universidad pontificia o en las públicas aulas profanas de la vida, el amor no se aprende a base de sangre, pasión y muerte, el amor no se aprende más que dando luz al mundo, como las madres paren a base de dolores; que el amor no se deja provocar ni renace con los vientos del otoño, ni florece con las aguas de ninguna oficiosa primavera, el Amor, nace cada día -conformado- reciente, intacto, para que ejerzamos de padres e hijos, porque el Amor no sabe andar sólo, ni obedece los pasos que le marcan los hombres.
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