Algo no anda bien cuando la mayoría de nosotros
añora volver a las cosas más elementales. Nos lo repite con un soplo de vida y
autenticidad los pocos anuncios televisivos que han optado por el encuentro de
la sabiduría de los abuelos en ese punto del camino donde se cruzan y congenian
con los nietos. Las cosas buenas están ganando la partida a la “playstation” y
el “nintendo” que sume a los niños en una abstracción de cuerpo y alma, ante la
cual los cinco sentidos se encierran en dos: vista y tacto. Mientras que los
niños comienzan a aburrirse soberanamente después de consumir el tiempo de la
máquina y paladear el gusto efímero de la golosina y el capricho, los padres
terminan por desesperar, reconociendo el fracaso de una educación, cautiva y
desosegada, donde las buenas intenciones y mejores deseos para un hijo, han
desembocado en la insatisfacción general. ¿quien pudo provocar esa
insatisfacción que sienten la mayoría de los niños, teniéndolo prácticamente
todo? ¿El malestar que se vive dentro de la familia: (crisis, paro,
incertidumbre de futuro)? ¿La influencia del medio: escuela, amigos, clases
sociales? ¿o la influencia de la publicidad con su mensaje subliminal y engañoso
en aras del consumo? No sabría contestar a eso, puesto que ni soy sociólogo,
psicólogo ni analista político (Dios nos libre de los analistas políticos). Lo
cierto es que no hay nada más deprimente que observar cómo los niños se aburren
-después de darle a la maquinita- y caen en el ostracismo de un estado de
nervios reprimidos que desemboca en catarsis. Niños que no escuchan cuando se
les quieres aconsejar y niños que no se dejan aconsejar en el lenguaje que
utilizamos los mentores. Niños que ni desean que se les trate como menores, ni
mucho menos entienden el trato de favor de ponerlos a la altura de los mayores.
Y es que los niños, que lo sufren y padecen todo, quieren volver a recobrar el
amor incondicional de ser los primeros. Nada peor para un rey que ser destronado
de su cuna, saben que su paraíso ha sido compartido, el palacio de cristal que
separaba la intimidad de sus padres, la atención primaria ha pasado de curso, ha
subido un grado -la dificultad se hace patente- se escuchan en casa palabras
frías y amenazantes, se habla de “paro” de ahorro, de falta de recurso, de
gastos que superan los ingresos. La madre está triste, pierde la paciencia que
atenuaba sus travesuras, razona menos, grita más, ya no consuela los berrinches
del niño, con aquella paciencia suave del hueco de sus alas. La discusión
absurda, sustituye al diálogo, el tono estridente a la armonía. No hay nada peor
para un tirano que ser sustituido por un ser menor y encima asignarle el cuidado
y la responsabilidad imposible de atender de su hermano valido. El ejemplo no
vasta, cuando la máquina espera para encender la soledad de un niño llenándola
de créditos. Los besos tardan en llegar, se retrasan más cada día, se reducen en
cantidad y buscan la calidad que le ofrecen en dosis los abuelos. Ante tanta
dificultad, la respuesta es bien sencilla, volver a lo elemental: parque, juego,
bicicleta. El contacto con el aire libre, sofoca los incendios de soledad de la
máquina. El aburrimiento del niño, tiene poca memoria y se olvida pronto, aunque
siempre pida moneda a cambio, pero el cariño y la dedicación de los abuelos
supera cualquier esfuerzo con la compensación incondicional de lo que no tiene
precio. Todo esto, nos lo cuenta magníficamente -casi sin palabras- un anuncio
que dignifica la importancia de la televisión en nuestra vida y la misión
edificante y positiva que puede llegar a crear sin imposición. “las cosas buenas
no deberían cambiar nunca”. Por eso somos nosotros los que tendemos hacia ellas,
para llenar el vacío que nos invade.
La calidad no tiene prisa, viene siempre de
regreso, en calma, disfruta del paisaje y del camino, porque ya ha vivido la
desazón del llegar: ¿llegar hacia donde, hasta este estado de bienestar donde
nada nos falta y tantas cosas nos sobran? ¿llegar a sentirnos insatisfechos de
tanta satisfacción fortuita y efímera? Los niños desean volver a ser niños y por
eso necesitan que sus padres ejerzan de padres; a ellos no les importa la
“maquinita”, lo que les preocupa es que la “maquinita” les arrastre hacia la
quimera de una soledad adquirida por contagio. ¿Quien se libra de la influencia
colegiada? Aquel que mira y se entretiene, aquellos que llaman la atención
porque quieren volver a sentirse útiles -los abuelos- que tienen tiempo para
perderse en el poco tiempo que les queda y derrochar el amor cosechado. Al fin y
al cabo, todos soñamos ese tiempo que nos devuelve la felicidad de aquellos días
en que dejamos de ser niños para crecer de aburrimiento a la altura de nuestras
responsabilidades. Ahora pedimos ayuda a nuestra madre naturaleza y ella nos
vuelve a dictar la magistral lección de lo básico -game over- aquí no hay más
juego que el paisaje, más crédito que el olor de la tierra fresca, más nivel y
altura que la de los árboles, no hay foto digital, todo es pleno esplendor y
mesa compartida en la que todos nos sentamos juntos -desconectados- mirándonos
las caras, redescubriendo que la verdad está muy por encima del mundo virtual y
no hay nada más cálido que el aliento humano.
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