CRONICA
DE LA SEMANA SANTA 2013.-
DE lo que ocurrió en La Madrugá, la llamada
noche más hermosa de nuestra Semana Santa, responden las imágenes
que nos llegaban en directo desde la tv pública o local, porque en
este caso concreto, las imágenes valen más que los mensajeros y las
miles de palabras, opiniones, elucubraciones y disquisiciones,
vertidas por los miles de pontífices de la información vía Ifhone,
twiter y demás redes sociales. Parece ser, que el retraso que se
produjo en la “pasarela Campana” -que casualidad- no fue
provocado por ninguna de las hermandades llamadas de colas, otra cosa
es que el palio de la Esperanza Macarena, estuviera a punto de romper
el hechizo de la antológica saeta cantada por Manolo Cuevas y
Antonio Santiago decidiera no tocar el llamador y otra muy distinta
que la Esperanza de Triana -consciente de las predicciones
metereológicas que anunciaban la llegada del frente de las 7 de la
mañana-, se gustara y nos deleitase a todos con su majestuoso paseo
por el mal llamado corazón de la ciudad, en perjuicio -como siempre-
de la cofradía de los Gitanos. Y en esto llegó el Señor de todas
las razas, avanzando hacia el palquillo a paso mudá soberano y
humilde, a los sones proféticos del “perdona a tu pueblo Señor”.
En esos momentos, uno hubiera querido poseer el don de la ubicuidad,
para contemplar la explícita anatomía del Cristo del Calvario,
cambiando esta vez los cromados cobalto del cielo, por un pertinaz
aguacero que bruñía sus labradas carnes y ponía a su ejemplar
cuerpo de nazarenos, pingueando en alpargatas. Y al mismo tiempo,
contemplar, como el Señor, tornaba los trinos de los vencejos de San
Lorenzo en paso mudá vertiginoso para alcanzar su Basílica. Pero
nos quedamos con la estampa inédita, aunque nunca deseable, de ver
marchar al Señor de la Salud, rumbo a la anunciación, entre un
abigarrado bosque de capirotes morados, que se mezclaban, en un orden
caótico sin precedentes, con los nazarenos del Señor de la
Sentencia, solidariamente, mientras al fondo se vislumbraba el paso
de misterio, entrando precipitadamente en la sede de la cofradía del
Valle. Poco antes, la Esperanza Macarena, también había hecho
historia, refugiándose en el Salvador. Mientras que las hermandades
de los Gitanos y la Esperanza de Triana, decidían pernoctar en sus
respectivos cobijos (esta última con sus pasos en la Catedral),
hasta nueva orden, la Hermandad de la Macarena decidía, poco antes
de las diez de la mañana, volver a su Basílica por el camino más
corto y así lo hacía, regalándonos el momento incomparable de ver
salir su primoroso palio desde la Plaza del Salvador, convertido en
el templo del Amor y la Esperanza. Poco más puedo narrar de una
madrugá rota, que nos dejó el buen paladar de lo más exquisito,
pero insatisfechos por bellos insólitos y provechosos momentos que
nos ofreciera el regreso acelerado de la Virgen de Sevilla a casa.
El Viernes Santo tarde, se cumplieron los
pronósticos más indeseables, impidiendo la Salida, hora tras horas,
de todas y cada una de las augustas cofradías que lo conforman,
hasta agotar el último resquicio de nuestras ilusiones con la
suspensión de la cofradía de Montserrat. Que le vamos a hacer, nos
queda el consuelo de la visita a los templos multitudinaria, para
contemplar la clave del barroco resumida en las sagradas carnes del
Cachorro y todo el romanticismo que rezuman las distintas hermandades
que integran tan imprescindible día de nuestra Semana Santa.
Aún
nos quedaba el Sábado Santo, para
exprimir nostalgias e ilusiones contrariadas. La Trinidad nos
prestaba todo el aroma a barrio y ronda a los sones de las mejores
bandas de cornetas y tambores, como anunciando que siempre nos queda
la Esperanza. Tengo la sensación que el misterio del Sagrado
Decreto, continua desconcertando al público espectador en general,
por su difícil e incomprensible puesta en escena. No deja de ser
espectacular el paso del Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, que
lucía la talla al completo de su canasto y respiraderos con la firma
de los Hermanos Caballeros, aunque algunos nostálgicos sigamos
lamentando la pérdida de las anteriores andas. La Esperanza de la
Trinidad, una de las Dolorosas más logradas de la Semana Santa,
lucía esplendorosa en su portentoso palio, palio donde el que
suscribe, deja su beso de despedida, acariciando levemente sus
magistrales respiraderos -todo una debilidad-. Debilidad la que
sentimos todos por la cofradía Servita, el sueño que Dubé de
Luque, diseñó para enriquecer el joyel de la Semana Santa de
Sevilla; una cofradía especial, única e imitada para hacer escuela,
desde su cruz de guía hasta el preste revestido. Difícil de
describir el conjunto de la Virgen de los Dolores con el Cristo de la
Providencia en su regazo, sobrecogedor, imponente y plagado de
distinción, lo mismo podíamos decir del Palio de Cajón con
originales bordados, que cobija a la Dolorosa de la Soledad, para
terminar con el añadido de sus dos cuidadas bandas de música y su
escogido repertorio. En cuanto a la hermandad del Santo Entierro, ya
sabemos que sin dejar de ser una hermandad que experimenta cierto
crecimiento en los últimos años, no deja de ser un desfile
institucional de Autoridades civiles y militares, con todo lo que
ello conlleva en cuanto a críticas en la calle. Soberbio e imponente
el paso neogótico de la Urna y digno de contemplación el misterio
del Duelo que preside la meritoria imagen de la Virgen de
Villaviciosa, rodeada de magníficas imágenes de Astorga, ataviadas
con singulares bordados decimonónicos. La Soledad de San Lorenzo,
pone el punto final y el contrapunto nostálgico de la Semana Santa
más clásica, cuando las puertas de su parroquia sirven de pañuelo
para enjugar los suspiros en forma de beso de despedida y salud para
el año que viene. Ya que ni siquiera la lluvia anunciada, nos dejó
disfrutar del epílogo que firma la blanca hermandad de la
Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en la Aurora de esa
mañana que ya sueña con una nueva y más afortunada Semana Santa
2014.
Casi
todos los cofrades, dábamos por perdonada la trastada que nos estaba
jugando el tiempo, cuando amanecimos el Jueves
Santo, contemplando
el sol tras los cristales. A las nueve en San Lorenzo, estaba el que
suscribe, para dar gracias al Señor que todo lo puede. Un placer
admirarlo a esas horas de escaso público y recrearse en su
sobrecogedor semblante, todo un encanto gozarlo para tí solo, siendo
tan nuestro, tan de todos los que iban a gastar con sus pisadas la
alfombra roja de las incontables visitas. El Señor no necesita nada,
pero que elegante lucía con esa túnica más azul que morada en sus
portentosas andas “Gijonescas”. Que decir del palio majestuoso
que cobija a la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso ¿la gran
desconocida?, pues me resulta imperdonable perdérsela. Media hora
más tarde, ya había cola en San Antonio Abad, para recrearse en la
magistratura del Silencio, Jesús Nazareno envuelto en un halo de
luces para la ensoñación, mientras que la vista no atiende tanto
esplendor a la vez, como implica la pura Concepción de esa Dolorosa
exornada de azahar. Comenzaban a abrirse las puertas del Salvador
-verdadero templo de la luz- con la indescriptible imagen del Señor
de Pasión presidiendo el monumental retablo. Solo puedo decir que el
Señor es mi Pasión, que había que rendirse a la evidencia de tanta
perfección en la estética y en el plante de esa túnica de cardos
que ha hecho las delicias del público espectador, tanto como el
asombroso monte de flores silvestres con el detalle de la calavera,
que hacían que el Señor, alcanzara dimensiones oníricas.
Casi
sin solución de continuidad, entrar en la iglesia de la Anunciación
y encontrarte con las espaldas del Señor con la cruz al hombro, es
como seguir soñando sin dar crédito a lo que nos espera y uno no
puede más que quedar prendado y prendido de la suntuosidad que
irradiaba el cortesano paso de los “espejitos”, en todo el
esplendor de su feliz restauración y continuar gozando con la piedad
y compostura del misterio de la Coronación de Espinas, para rendirse
ante las soberanas plantas de la Virgen del Valle bajo la antigua
prestancia de su inmejorable palio, musitando aquello que cantaba el
poeta: “Venía la Virgen llorando”. Después de un tiempo para
reponer fuerzas, uno va contando las horas que faltan para ver en la
calle -después de dos años- el imponente misterio de la Exaltación
(mis caballos de toda la vida), me pareció ver ese canasto, relucir
como el primer día, por la calle del mismo sol que salía a
recibirlo, con el otro sol musical de su banda, tocando los clásicos.
Que decir de la Virgen de las Lágrimas, bajo un palio digno de ser
declarado monumento al clasicismo de los mejores bordados. Mientras
la cofradía se perdía por los callejones de Santa Catalina, en la
anchura de Imagen, el sol tibio esperaba al Cristo de la Fundación,
siempre sobrecogedor con ese calvario de flores -de cuyo nombre no
puedo acordarme- que sin hacer juego con su austera canastilla,
resultaban de lo más estético por originales. La Virgen de Los
Angeles, bajo su suntuoso palio albiceleste, lucía espléndida,
tanto como nos dejaba asombrados ante su exquisita manera de andar,
según el buen mando de Antonio Santiago. Cada vez disfruto más con
el paso del cortejo de la cofradía cigarrera, por Dos de Mayo,
aunque con la ausencia de los dos últimos años, había más bulla
de la esperada. La Virgen de la Victoria, no necesita presentación,
es un deleite para nuestros sentidos, en todos los sentidos de su
deliciosa y recogida belleza. ¡Que manera de relucir ese Palio! que
veía la luz restaurado, un auténtico portento, patrimonio de el
arte inmemorial cofrade y monumento rigurosamente declarado como
nacional. Después ir en busca de la cofradía de Montesión, se hizo
un auténtico calvario, habida cuenta la multitud ávida e ingente
que llenaba las calles, formando bullas que recordaban a la de los
felices años´80. Hablando de los años 80, el exorno floral de
algunos palios en las esquinas, también recordaba aquellos tiempos.
Por último, ya exhausto, por la bulla que me cogió a la salida del
Valle, en la confluencia Cuna-Orfila, para contemplar a Pasión
-mereció la pena- ver venir, el armonioso conjunto del palio de la
Merced a los sones de la Oliva de Salteras, algo histórico de vivir,
para ya de regreso a casa, vislumbrar el impresionante misterio de la
Quinta Angustia, en la máxima expresión del barroco en movimiento,
por la Plaza del Triunfo.
Del Martes Santo, mejor pasar página, meses y almanaque e invocar la manida frase de “otro año será”, porque uno no quiere ni pensar que batamos el récord de los tres años seguidos y aún peor, alcancemos la plus marca del Viernes Santo tarde. Lo mejor, la decisión rápida de las juntas de gobierno, que contaban con la suficiente experiencia y memoria de no hacer sufrir indebidamente a sus respectivos cuerpos de nazarenos.
Del
Miércoles Santo,
mucho
se ha hablado, tanto como las avenidas de tinta derramadas por los
sanedritas de la prensa morada, los pseudo-informadores -entre los
que me incluyo y los desinformadores en general, peritos en echar
leña al fuego. Las predicciones metereológicas se cumplieron casi a
rajatabla, pero ahí el dilema, para curarse en salud, como afirman
los profetas del comentario televisivo local, lo mejor es mirar al
cielo y si no llueve a su hora, salir a la calle, como lo hizo la
joven cofradía del Carmen Doloroso, dada cuenta que el volumen de
agua registrado, era infinitamente inferior al lucimiento del
misterio de las Negaciones de San Pedro por la cuesta del Rosario.
Todo lo contrario que le sucedía a su hora de salida a las cofradías
tempranas del barrio de Nervión y San Bernardo, pobladas sus
respectivas plazas de molestos paraguas. La hermandad del Buen Fin,
cauta y prudente, se fió de los partes que manejaba y acertó con
reservas. El Baratillo pedía una hora de expectativa, comprimida en
los aledaños del coso maestrante, en la seguridad de echarse a la
calle, tanto por cercanía de templos y facilidad de recorrido. El
Cristo de Burgos, también retrasaba su salida prevista y le echaba
valor a su conmovedora y ejemplar estación de penitencia. Las Siete
palabras se unía al esplendor amenazado, poniendo sus tres pasos en
la calle San Vicente y por último la hermandad de los Panaderos
ponía el broche de oro a la posible salvación del Miércoles Santo.
Cuando todo parecía a flor de miel, apareció la lluvia tan
inesperada como anunciada. Con todas las cofradía citadas en la
calle, la improvisación no se hizo esperar; nervios en el Baratillo,
que descompuso su cortejo en tres partes (según cuentan los
cronistas del llamador), algunos nazarenos del palio de la Caridad,
volvieron sobre sus pies, buscando a la Virgen que se encontraba, en
aquellos momentos en la Catedral, mientras que otros, adelantaban
camino a marchas forzadas hacia el Postigo, a la vez que la Piedad,
ganaba su capilla en dos largas chicotás. La cofradía del Cristo de
Burgos, siguió su camino, impasible y metódica, por el camino más
corto, sin descomponerse en ningún momento, aunque aligerando el
paso y dando testimonio de su austeridad y perfección procesional.
Del mismo modo, discurría, por carrera oficial, la hermandad de las
Siete Palabras, logrando que la incipiente llovizna, le imprimiera al
admirable nazareno de la Divina Misericordia, el mismo halo romántico
y clasicista del misterio decimonónico que le sucede. En esto llegó
la decisión más arbitraria y desconcertante de la noche, la de la
hermandad de los Panaderos que decide -sobre la marcha- en plena
plaza del Duque, la suspensión de su estación de penitencia y lo
hace, supuestamente, sin rehusar a su paso por Campana con el
lucimiento y la coreografía que caracteriza a su portentoso paso de
misterio. En este punto la imaginación y el espíritu cronista, que
como el metereologo, todo sevillano llevamos dentro, vuela a su
albedrío y permite todo tipo de comentarios y críticas: Todos los
que hemos contemplado las imágenes cedidas por la conocida
televisión local, coincidimos al observar la cruz de guía de los
Panaderos, cruzar de campana hacia Villasís-Orfila, que el paso del
Soberano Poder en su Prendimiento, iba a su bola, ajeno al
discurrir´acelerado de los nazarenos que le precedían, provocando
una situación caótica e incierta, en la que el capataz, arengaba a
sus costaleros, contrariamente al “paso mudá” que requería el
momento, permitiéndose el lujo de dedicar la levantá ante el
palquillo, al tiempo que banda y paso se lucían como suelen hacerlo
cualquier Miércoles Santo en circunstancias más favorables. Por
otro lado, resulta al menos “curiosa” , la aptitud de los
miembros del C.G.HHCC, que asisten atónitos y embobados al
lucimiento del misterio, ajenos por completo a la lamentable
situación en la que se encontraba la Hermandad de la Lanzada,
totalmente comprimida en plena calle Cuna, con su Cruz de guía
apostada en el cruce de la discordia. Lejos de deshacer el entuerto
con la diligencia y prestancia que requería el incidente, vemos que
el paso del Soberano Poder, hace amagos por acelerar su marcha, pero
en un querer y no poder-queriendo, se sigue gustando y aligerando al
mismo tiempo, aduciendo razones de la bulla que se había formado
delante de sus andas. No acaba ahí el problema, cuando presenciamos
el palio de la Virgen de Regla, entrando en Campana, marcha tras
marcha, a los sones de su banda de música, aunque en honor a la
verdad, reacciona en sucesivos amagos de “paso mudá”, sin perder
la comba de la música, lo cual provoca en la misma esquina de
Orfila, la crispación de la Cruz de guía de la Lanzada -allí hubo
sus más y sus menos, pendiente de ulterior análisis y
consideración, a tenor de exigir posibles responsabilidades- y lo
que es más indignante, se produjo una “pitada” histórica, que
me atrevo a decir, nunca estuvo dirigida, al Palio de la Virgen de
Regla y su bendita imagen, más bien, fue ocasionada en beneficio de
la situación angustiosa en la que se encontraba el cortejo de la
hermandad de la Lanzada. Vamos a dejar las cosas así, sin echar más
leña al fuego y a la espera de que se depuren responsabilidades o se
entone el “mea culpa” por parte de los máximos responsables de
tan lamentables incidentes, aunque las preguntas que todos nos
hacemos, nos hagan mordernos la lengua, para evitar el veneno que
amenaza, desde su mismas entrañas la Semana más grande de Sevilla.
No quiero ni pensar que todo termine como el vergonzoso capítulo de
las “carreritas” del año 2000, donde todos sabemos lo que pasó,
pero nadie asumió sus respectivas responsabilidades.
continuará
También
la crisis, pasó factura a la Semana Santa de este año. En lo
económico, muchos abonados se tuvieron que ver forzados a vender sus
sillas y las que otros pusieron a disposición del Consejo, me consta
que no fueron, ni vendidas -ni lo que es más grave- adjudicadas a
los muchos demandantes que solicitaron las mismas, cosa de la cual
debería responder el máximo organismo de HHyCC con transparencia y
rigor que exige el tema.
El
Domingo de Ramos,
amaneció tan puro y diáfano como los habíamos soñado. Sol para
iluminar el porvenir, dándole la bienvenida a la primera Cruz de
Guía que asoma por nuestras calles y luces y sombras para tejer los
reflejos del transparente palio de la Virgen de la Paz. En el tiempo
que dura una chicotá, el Señor Despojado de sus Vestiduras, pasó
del esplendor a la penumbra; del éxtasis, en su magnífica revirá
-Rioja-Velazquez- al tormento de la lluvia que lo hizo cruzar Campana
a paso mudá, buscando el cobijo hospitalario de la Anunciación,
mientras que el remozado palio de la Virgen de los Dolores y
Misericordia, sufría el mismo dolor inmisericorde del diluvio
primaveral, tras su bendito Hijo. La Borriquita, después de lucirse
en una Plaza del Salvador atestada de ilusión y sentimiento, buscaba
por la calle Sagasta el refugio de su poblado cortejo de infantes,
sin dar crédito a volver sobre sus pasos a la misma colegiata. Un
ejemplar cuerpo de nazarenos blancos, aguantaban estoicamente en la
embocadura de Tetuán, tras su cruz de guía, mientras el Señor de
la Victoria cubría con un capote su estrenada túnica, a la espera
de cobijarse en el arquillo del ayuntamiento, al tiempo que la Virgen
de la Paz encontraba refugio bajo el arco del Postigo. Desolador, fue
contemplar el cuerpo roto de los nazarenos del porvenir, buscando la
Catedral, bajo la inclemente llovizna y emoción en los rostros
cubiertos de los niños nazarenos que no querían abandonar
a su cofradía, ni aún en presencia de sus padres. La Hermandad de
la Cena, también sufría los estragos del agua, volviendo sobre sus
tres pasos protegidos con los tan útiles como antiestéticos
plásticos. Las aguas se tornaron mar de lágrimas en la Plaza
Carmen Benitez, cuando la hermandad de San Roque, decidía, no poner
sus pasos en la calle. La Estrella apostaba por su condición
valiente y pedía un receso para salir con ciertas garantías,
mientras que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, no quería
dejar sólo -como el pasado año- a su cuerpo de nazarenos y se
mojaba de vuelta a San Julián, entre aplausos de emoción y lágrimas
de despedida en los ojos de su barrio. La Amargura, siempre prudente
y fiel a sus principios, decidía no salir y el Cristo del Amor,
corrió la misma suerte, mientras se secaban las túnicas de su
párvula cantera. Así el Domingo de Ramos, nos dejaba con el alma en
vilo de unas imágenes inéditas, tan tristes como bellas, en la
vuelta de Jesus Despojado hacia Molviedro y la Paz iluminando el
Parque con su candelería encendida al acompleto, con la boca
abierta, contemplando la única Estrella que lució en la tierra de
su cielo, haciendo cumplir el dicho de “no hay sueño sin
Estrella”.
El
LUNES SANTO, amaneció
aún peor que el Domingo, pero la temprana hermandad del Polígono de
San Pablo, se encargó de enmendarle la plana al tiempo, desafiando,
cualquier amenaza de lluvia. Tres años sin cofradía serían
irrecuperables para un barrio que la vive como su día grande. Lo
mismo sintió y vivió el Tiro de Línea con su Bendito Cautivo de la
elegancia y se echó a la calle, poniendo el sol radiante del palio
de la Virgen de las Mercedes, donde brillaban las nubes - “al cielo
con Ella”- y con todo el Lunes Santo que se contagiaba de esplendor
en el huerto de los olivos de Jesús de la Redención y llenaba de
gracia, con su Rocío, una abarrotada y ansiosa calle Santiago. Quien
puede contener los anhelos que suscita el Soberano Poder ante
Caifás, como no podía ser menos, San Gonzalo apura su tiempo de
prórroga y se echa a la calle con el izquierdo y su apasionante
coreografía por delante. Una ingente multitud, copa las calles desde
Triana hasta el corazón de Sevilla, donde se dispone a salir, la
siempre impresionante hermandad de Santa Marta con su prodigioso e
imponente misterio del traslado al sepulcro. Después por efecto
dominó, el día rehace la tarde, que aunque fría y encapotada, abre
las puertas al cortejo, siempre seráfico, austero y ejemplarizante
de Vera Cruz, con la joya, que convierte a las Tristezas de María,
en un auténtico portento de belleza recogida. La calle Alfonso XII,
se comprime y no cabe un alfiler, para contemplar el majestuoso paso
de Jesús de las Penas y el no menos conmovedor y portentoso palio de
la Virgen de los Dolores, cuando ya Sevilla se convierte en noche
expuesta en el museo itinerante del Santísimo Cristo de la
Expiración y la Virgen de las Aguas, novia de los pregoneros. Por el
postigo retumba el sol de las cornetas y tambores que acompasan el
rutilante misterio del Santísimo Cristo de las Aguas y la Virgen
Niña de Guadalupe, luce espléndida, al compás del acertado
repertorio de las clásicas marchas procesionales. Parecía mentira,
pero se salvó el Lunes Santo, mientras daba fe de ello San Pablo
recibiendo a su cofradía.
continuará...
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