Había
una vez una Virgen que convertía a los capataces en poeta; a los
querubines en churumbeles y a los payos en gitano de pura cepa. No
más tocar su llamador de plata de ley, el poeta musitaba aquello de:
“¡Madre mía, que majestad traes!” y aquellas palabras de
martinete, se te clavaban en el alma embelesada, porque eran parte de
lo que tantas veces había repetido tu madre, rezando en voz baja. El
maestro sabía más, por viejo que por poeta, que una vez clavado los
ojos en la Reina Gitana, se podía mandar, sin restar atención a la
flor de la canela y el clavo, porque sus primos costaleros eran tan
obedientes, que en cada levantá -al grito espelugnante de: “¡Al
cielo con las Angustías!” el palio se elevaba en un sincronizado
movimiento sísmico, que hacía levantar las tapaderas del sentío. Y
había mucho más en esa Virgen, la rodeaba un halo de sabor
histórico; una huella de persecuciones y obligados exilios que
acercaban aires de triana, el pópulo y San Nicolás, hasta llegar a
San Román, donde la sinrazón la dejó sin nada que echarse a la
boca para rezarle a sus benditos titulares. Más pobre que una
chinche, como decían sus ilustres gitanos, esa Virgen de la carita
inclinada, resurgió como “ave fenix” de las manos de Fernández
Andes, para hacer olvidar y lo que es más difícil, perdonar el
fratricidio. Y mira que lo tenía complicado, dada la calidad de sus
antecesores, provenientes del círculo de Montes de O´ca. Pero la
humildad que no pobreza y lo noble de su causa, haría que se
levantase como los vecinos de los corrales de su barrio, pidiendo
prestado los enseres, para poder hacer su estación de penitencia por
esta vida. Diecinueve años tenía la Rosa, cuando este vecino la
conoció para quererla desde el primer día más que a la misma madre
que me parió. Hoy a los setenta y seis años de eterna mocita, sigue
despertando y conservando intactos e idénticos sentimientos como
parte fundamental de presencia en nuestros días. Y sabe tanto de
nosotros esta Virgen, como mujer y madre de Dios, que nos “rejunta”
bajo su manto, sin diferencias ni distinciones de raza, conociendo y
suavizando nuestras debilidades humanas. Sí, sabe perfectamente que
tiramos la piedra y escondemos la mano; sabe que ciertos hermanos no
nos hablamos por cuestiones de ambición, celos e intereses; conoce a
fondo nuestras miserias y el color de las rencillas. Por eso se llama
Angustias y sufre en silencio el lacerante trauma de la ruptura y la
separación, porque para Ella sus lágrimas son el remedio, que
tarde o temprano nos llevará por el cauce de una solución adecuada.
A veces, por despecho, fingimos no quererla, cuando nos peleamos
contra el mundo, cegados por la soberbia, renegamos de una fe
denostada por las circunstancias adversas de la vida. Pero Ella sigue
siendo nuestro clavo ardiente, la canela que perfuma la noche en
duermevela, el aguita fresca que lava nuestras conciencias y calma la
sed de justicia. “¡Tu eres la honra de todas las razas”!...la
sigue piropeando el capataz poeta... “y resulta que ya no se puede
andar mejor” porque la Virgen ha conseguido igualar nuestras
imperfecciones, para que anduviéramos siempre de frente, elegante,
con cadencia gitana, con empaque de ley, como se mueve su palio de
armonía, una transparente maya, cuyas guirnaldas bordadas en oro a
realce, dibujan buñuelos resplandecientes en el aceite puro de los
peroles hirviendo del arte. En el recuerdo queda, aquella Virgen de
los años mozos, que por su inefable natividad, se paseaba por la
redonda de San Román, a hombros de nuestros mayores payos y gitanos.
La Virgen que descubrió el perfil más bello del mundo, ataviada de
blanca mantilla. La Virgen que hoy luce una apostura impecable, de
la mano magistral del joven Antonio Bejarano, que hace verdaderos
encajes de bolillo con la blonda y el raso en su pecherín de Reina.
De ahí, que cuando Ella dice “aquí estoy yo” y eso que no ha
hablado nunca por no ofender, más que por boca de nuestras
oraciones, su barrio de San Román que es toda la Sevilla cofrade,
sus miles de devotos, sus gitanos cabales de siempre, se arremolinan
a sus plantas y lo celebran con el gozo de su adorable presencia, ya
sea en la milagrosa madrugada nazarena del Viernes Santo, como en el
XXV aniversario de su Coronación. Porque estos días de júbilo y
gracia, nos acercan momentos que por soñados, no dejan de ser
superados por la plenitud de verlos convertidos en realidad. Tras la
lluvia inclemente, siempre sale el Sol para recibir a la Virgen que
se encuentra con su pueblo, conjunción de aromas y sabores,
recuerdos y emoción que se enciende en el cirio de Vida que alumbra
su candelería, garante de los que saben que no hay que llevarse
hasta el cielo, aquello que tanto necesitan en la tierra. Su cara de
Rosa canela, es un poema inclinado hacia todas las Angustias que
padecemos. Por eso vamos todos tras Ella, junto a Ella, delante de
Ella, acompañándola a cara descubierta para que sea sólo Ella, la
que reluzca en medio de nuestras imperfecciones. Vivimos hoy para
morir mañana, por eso hoy me siento niño, hijo, esposo y padre,
como el Seise dibujado en el cartel de su coronación, padrino
eternamente junto a madre Angelita, la Santa favorita de todos los
payos y gitanos; disfrutando del buen apetito sacramental de la
Salud, abanderada por el Señor que lleva a cuesta la cruz de todos
nuestros pecados. Pasarán más de cien años y volverá a sonar el
llamador de plata de ley, golpeado por las manos de los discípulos
del maestro Gallardo, capataces poeta, que llamarán a la gloria al
grito de: “¡AL CIELO CON LAS ANGUSTIAS!” y todos responderemos
al unísono: ¡AL CIELO!...por que tan solo en el cielo, la aman
mejor.
Enlace Besamano Extraordinario, ver aquí:
http://fotoblognaturaldesevilla.blogspot.com.es/2013/11/ataviada-con-blanca-mantilla.html
precioso , me ha llegado al corazon
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