“Los
suspiros son aire, y van al aire; las lágrimas son agua y van al
mar...¿sabes tu los millones de fotos que se tiran...a donde van?”
Se
fotografía todo; el “smart-fone” se ha convertido en la
fotocopia, que tenemos que adjuntar para presentar nuestra fe de
vida. El “show de Thruman” que estamos protagonizando en las
redes sociales, nos ha hecho llevar la nueva pistola, que como en el
lejano oeste, lucimos en nuestro correaje enfundado, para disparar
súbitamente a diestro y siniestro en el directo de nuestro paso por
la vida. Se fotografía todo: el bostezo matutino; los musculitos
frente al espejo; los abdominales recien lubricados; los morritos
barnizados por el lápiz de labios y el fondo de armario repleto sin
saber que ponerte...no existe lugar por remoto, calle, plaza,
monumento o espectáculo gratuito en la rue, que no ocupe el fondo de
la pantalla táctil, ni reunión, terraza, velador y copita, que no
se inmortalice con el brindis al sol y a la luna en compañía de
nuestros amigos, luciendo la misma sonrisa ensayada para el mejor
perfil. Pero nada de esta tendencia a lucir el palmito en directo,
tendría sentido sino “compartimos” nuestro “look” y
envidiable estado con los corresponsales en “wash-up; facebú;
tuiter; gmail, etc., etc”, porque como decía el diestro Dominguín:
“de que te sirve una aventura si no la comentas con alguien”.
Efectivamente, los comentarios del círculo de enganches al
smart-fone, no se hacen esperar: lluvia de “me gusta” y baño de
multitud de halagos, más falsos que el cigarro electrónico que
venden los chinos: “Mira esta, si parece una fulana...vaya la
faldita de fursia que luce...onde vá con esos tacones y los cinco
kilos de pintura...y este no es pesao con las fotos de pasos y
vírgenes...míralo, la cerveza por delante, luego dice que no tiene
un duro, que está en el paro...¡como se lo monta!...todo eso lo
hace por despecho, para que lo vea su pareja”. El pasado verano, a
pesar de la “tiesura” -gracias al smart-fone- todo el mundo
presumió de piscina, “shilao”, sombrillas caribeñas; balones de
“cai-piriña”, mojito, gin-tonic, sobre el cesped mullido de la
urbe o en las celestes playas onubenses y gaditanas, luciendo calva,
abdominales, barriga cervecera, pareo o túnica ibicenca, palabra de
honor. Yo me acuerdo que antes, no quería nadie salir en las fotos:
“ay que salgo muy fea...ay estos pelos...no que estoy mala con el
período...calla, que no me he maquillado...hoy hay verdadera fiebre
de posados, trincados, pillados y lista de espera, para salir en el
facebú, gritando a los cuatro vientos: “antes muerta que sin nada
que subir a mi muro. Naturalmente hay excepciones, pero -sálvese
quien pueda- no confirman la regla.
Yo
que soy capillita de nacimiento y me muevo en ese mundo de las
cofradía y procesiones, alucino con los smart-fone y la cantidad de
cámaras fotográficas ¿analógicas?, digitales, reflex, etc., etc.,
con sus correspondientes zancos, trípodes telescópicos, peldaños y
mochilas, con los que van o vamos pertrechados, la vorágine de
pseudofotógrafos, aficionados o profesionales del gremio. De verdad,
¿alguien gana dinero con esto?...dinero no, Antonio: -quizás unos
cuantos, los más- reconocimiento, admiración, carburante para el
ego y apósitos desinfectantes para curar las ansias de vanidad. Todo
esta labor altruista, es muy bella y gratificante, cuando se lleva la
indudable estética de nuestras cofradías a los hogares de enfermos
o impedidos, tal a los que padecen el forzado exilio, por cuestiones
de trabajo y necesidad. El problema es cuando estos actos y cultos
-como ocurre en la actualidad-, se vuelven verdaderas ruedas de
prensa, en la que un abigarrado ejército de pseudoperiodistas
pertrechados con sus cachivaches, se sitúan deliberadamente delante
de los pasos e imágenes, faltándole el respeto a los fieles y
devotos que han tomado debida posición en tiempo y forma para
contemplar a las imágenes expuestas o en procesión. Ya se, ya se,
que alguno de los que nos damos por aludidos en estas cuestiones,
replicaremos con energía e indignación, que yo soy de los que piden
cita para hacer el reportaje en la hermandad ó, solicito mi
correspondiente acreditación para estar delante de los pasos; entrar
en la catedral o acceder al atrio...pero lo cierto es, que cuando
llega la hora de la ansiedad y la bulla, nos buscamos la vida
sorteando obstáculos y -sálvese quien pueda-, para captar ese
momento y ganar la indulgencia de la foto más perseguida y anhelada.
La inmediatez supina, por subir a la red, la noticia hecha foto o la
foto noticia, ha hecho que caigamos en la mediocridad más
tendenciosa. Todos somos corresponsales de unos medios de
comunicación hechos a nuestra medida, que confunden o llegan a
confundir a profesionales con aficionados. ¿Donde está la
diferencia entonces?...pues afortunadamente en el mismo arte que
supone la fotografía. La fotografía que es una diosa antojadiza ,
está por encima de la perfección que nos vende un trípode, un gran
angular, una máquina de marca garantizada. La fotografía está por
encima de lo que todos tenemos por delante de nuestra vista, es un
ojo que ve más allá de nuestro enfoque y enfoca a pulso, lo que el
ojo incluso no ve. Ahí está la diferencia, es un arte imperfecto en
busca del movimiento de la luz y a veces consigue la perfección de
captar la luz en movimiento. Cuando lo consigue, el fotógrafo
alcanza una dimensión que ni siquiera los profesionales aprenden con
la técnica, no es nada más, ni nada menos que la soledad, esa
soledad del genio, que como un maravilloso amanecer, muy pocos se
levantan a contemplar y todos compartimos.
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