sábado, 2 de noviembre de 2013

DE FOTO-PROFUNDIS


Los suspiros son aire, y van al aire; las lágrimas son agua y van al mar...¿sabes tu los millones de fotos que se tiran...a donde van?”



Se fotografía todo; el “smart-fone” se ha convertido en la fotocopia, que tenemos que adjuntar para presentar nuestra fe de vida. El “show de Thruman” que estamos protagonizando en las redes sociales, nos ha hecho llevar la nueva pistola, que como en el lejano oeste, lucimos en nuestro correaje enfundado, para disparar súbitamente a diestro y siniestro en el directo de nuestro paso por la vida. Se fotografía todo: el bostezo matutino; los musculitos frente al espejo; los abdominales recien lubricados; los morritos barnizados por el lápiz de labios y el fondo de armario repleto sin saber que ponerte...no existe lugar por remoto, calle, plaza, monumento o espectáculo gratuito en la rue, que no ocupe el fondo de la pantalla táctil, ni reunión, terraza, velador y copita, que no se inmortalice con el brindis al sol y a la luna en compañía de nuestros amigos, luciendo la misma sonrisa ensayada para el mejor perfil. Pero nada de esta tendencia a lucir el palmito en directo, tendría sentido sino “compartimos” nuestro “look” y envidiable estado con los corresponsales en “wash-up; facebú; tuiter; gmail, etc., etc”, porque como decía el diestro Dominguín: “de que te sirve una aventura si no la comentas con alguien”. Efectivamente, los comentarios del círculo de enganches al smart-fone, no se hacen esperar: lluvia de “me gusta” y baño de multitud de halagos, más falsos que el cigarro electrónico que venden los chinos: “Mira esta, si parece una fulana...vaya la faldita de fursia que luce...onde vá con esos tacones y los cinco kilos de pintura...y este no es pesao con las fotos de pasos y vírgenes...míralo, la cerveza por delante, luego dice que no tiene un duro, que está en el paro...¡como se lo monta!...todo eso lo hace por despecho, para que lo vea su pareja”. El pasado verano, a pesar de la “tiesura” -gracias al smart-fone- todo el mundo presumió de piscina, “shilao”, sombrillas caribeñas; balones de “cai-piriña”, mojito, gin-tonic, sobre el cesped mullido de la urbe o en las celestes playas onubenses y gaditanas, luciendo calva, abdominales, barriga cervecera, pareo o túnica ibicenca, palabra de honor. Yo me acuerdo que antes, no quería nadie salir en las fotos: “ay que salgo muy fea...ay estos pelos...no que estoy mala con el período...calla, que no me he maquillado...hoy hay verdadera fiebre de posados, trincados, pillados y lista de espera, para salir en el facebú, gritando a los cuatro vientos: “antes muerta que sin nada que subir a mi muro. Naturalmente hay excepciones, pero -sálvese quien pueda- no confirman la regla.

Yo que soy capillita de nacimiento y me muevo en ese mundo de las cofradía y procesiones, alucino con los smart-fone y la cantidad de cámaras fotográficas ¿analógicas?, digitales, reflex, etc., etc., con sus correspondientes zancos, trípodes telescópicos, peldaños y mochilas, con los que van o vamos pertrechados, la vorágine de pseudofotógrafos, aficionados o profesionales del gremio. De verdad, ¿alguien gana dinero con esto?...dinero no, Antonio: -quizás unos cuantos, los más- reconocimiento, admiración, carburante para el ego y apósitos desinfectantes para curar las ansias de vanidad. Todo esta labor altruista, es muy bella y gratificante, cuando se lleva la indudable estética de nuestras cofradías a los hogares de enfermos o impedidos, tal a los que padecen el forzado exilio, por cuestiones de trabajo y necesidad. El problema es cuando estos actos y cultos -como ocurre en la actualidad-, se vuelven verdaderas ruedas de prensa, en la que un abigarrado ejército de pseudoperiodistas pertrechados con sus cachivaches, se sitúan deliberadamente delante de los pasos e imágenes, faltándole el respeto a los fieles y devotos que han tomado debida posición en tiempo y forma para contemplar a las imágenes expuestas o en procesión. Ya se, ya se, que alguno de los que nos damos por aludidos en estas cuestiones, replicaremos con energía e indignación, que yo soy de los que piden cita para hacer el reportaje en la hermandad ó, solicito mi correspondiente acreditación para estar delante de los pasos; entrar en la catedral o acceder al atrio...pero lo cierto es, que cuando llega la hora de la ansiedad y la bulla, nos buscamos la vida sorteando obstáculos y -sálvese quien pueda-, para captar ese momento y ganar la indulgencia de la foto más perseguida y anhelada. La inmediatez supina, por subir a la red, la noticia hecha foto o la foto noticia, ha hecho que caigamos en la mediocridad más tendenciosa. Todos somos corresponsales de unos medios de comunicación hechos a nuestra medida, que confunden o llegan a confundir a profesionales con aficionados. ¿Donde está la diferencia entonces?...pues afortunadamente en el mismo arte que supone la fotografía. La fotografía que es una diosa antojadiza , está por encima de la perfección que nos vende un trípode, un gran angular, una máquina de marca garantizada. La fotografía está por encima de lo que todos tenemos por delante de nuestra vista, es un ojo que ve más allá de nuestro enfoque y enfoca a pulso, lo que el ojo incluso no ve. Ahí está la diferencia, es un arte imperfecto en busca del movimiento de la luz y a veces consigue la perfección de captar la luz en movimiento. Cuando lo consigue, el fotógrafo alcanza una dimensión que ni siquiera los profesionales aprenden con la técnica, no es nada más, ni nada menos que la soledad, esa soledad del genio, que como un maravilloso amanecer, muy pocos se levantan a contemplar y todos compartimos.

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