Siempre ha habido más amor que nunca, porque nunca el amor ha sido para siempre.
Se ha calumniado al amor, comparándolo
con la puerta del frigorífico. Allí tenemos sujeto con el pin
adhesivo, los recordatorios del ultimatum de nuestras miserias.
Abrimos la puerta y descubrimos el amor almacenado. El amor fresco
con fecha de caducidad, el amor en conserva, imperecedero; los restos
del amor al vacío, que hemos de consumir en pocos días; el amor
embutido, ideal para bocadillos de amor; el amor lácteo que atenúa
la negrura amarga del café y suaviza y endulza el cacao del desayuno
y la merienda; el amor que refresca y sacia la sed, se extiende,
abraza y eleva con su espuma esfervescente y nos alegra la vista, con
el rancio paladar de su fruto corinto. Se ha calumniado al amor,
comparándolo con el zumo y el jugo de la vida; néctar y vino
amargo, porque en sus cuatro letras caben todos los caminos que
conducen a RomA, la eterna visión de la palabra mágica que aparece
cuando se mira al espejo (Amor). Andamos buscando el amor, como
piedra filosofal, jugando a ser más alquimistas que enamorados,
porque hay que estar enamorado, para encontrar el amor y no encontrar
el amor sin estar enamorado. El amor que se encuentra a uno mismo, no
es amor, es amor propio. El amor que se centra en el sexo y descubre
los placeres del arte de la seducción, tiene fecha de caducidad en
su propio desgaste físico y agotamiento mental. El hombre conoció a
la mujer y vió que era buena, después -sin distinción ni
orientación sexual- vivió en pareja y comprendió que era bueno,
incluso conoció el verdadero amor que siempre es único y primero y
así lo gozó hasta la saciedad. Pero el mismo hombre en general,
perteneciera al género másculino o femenino, pronto se empeñó en
calumniar al Amor, comparándolo con las primitivas metáforas de los
celos, el engaño, las intrigas, infidelidades, el tráfico. El
hombre se encargó de introducir la compraventa del amor e hizo
negocio, inventando la fabulosa frase de no mezclar el amor con los
negocios. Desde el tiempo inmemorial de la prostitución, el amor, ha
intentado sin mucho éxito, convencernos, que la culpa no era del
dinero, que compra y vende todo a un precio razonable, sino de la
necesidad de las personas. Hay tanta falta de amor en la
prostitución, que la persona que la ejerce, tanto como la que la
practica, originan una especie de Amor tan grande, que es capaz de
entregar su reino y su caballo, a cambio de la inocencia de
sentirse maternalmente amado y arropado como un niño, desarrollar y
hacer posible las más recónditas fantasías de un adulto y recibir
la ternura y atención de trato que merece un anciano, valga su
repugnancia o decrepitud aparente. Se ha calumniado al Amor, se le
sigue difamando, confundiendo, comparándo, con una conquista
ilusoria, que requiere un contínuo estado de guerra; de prevención,
de tensa calma. El amor no sirve para estar a la defensiva, porque
pertenece a la vieja guardia, la que baja sus brazos; la que se
descubre ante la verdad y no puede vivir en la mentira de los falsos
juramentos sin propósitos de enmienda. El amor, prefiere vivir al
amparo de la soledad, antes de gozar el tormento de una seducción
ardiente de deseo y placer, que termina en el imposible intento de
continuar en pareja, gimiendo la más terrible de las soledades. Ese
amor de las grandes citas subliminales, ese amor convertido en
inmortales versos de literatos, ese amor que copiamos y pegamos en
nuestro muro, preguntándonos desesperadamente ¿donde dientres
andará? Si es que existe, no es otro amor que el que estamos
dispuestos a dar, sin esperar nada a cambio, por el supremo arte de
amar por amor al arte, tan difícil y demencial, como la vida , que
tiene los mismos fonemas, pero al mismo tiempo tan sugerente, como
Roma, cuando se mira al espejo y se lee Amor.
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